La Voz de Almería

Fátima: la mujer que creó su propio edén gastronómi­co en la sierra de Cabrera

Trabajó cinco años sin descanso, festivo o vacaciones, todo por la satisfacci­ón de cumplir su sueño

- Melanie Lupiáñez

Hay un restaurant­e único escondido en el corazón de una sierra de Almería, el Riad Cabrera. Es una construcci­ón típica árabe con un patio central lleno de flores. La palabra riad significa edén o jardín y es lo que buscaba la propietari­a cuando creó el espacio desde sus cimientos. Un edificio fuerte, acogedor y mágico tanto como el espíritu bereber de Fátima Mouhib Husni, 52.

Nació en Fez en una familia de siete hermanos. Huérfana de madre a los cinco años, perdió a su padre a los 24. Fátima siempre se buscó la vida y llevaba el negocio en la sangre. Para costear sus estudios comenzó a trabajar como profesora particular a los 12 años dando clases a los niños de su barrio. Para buscar alumnos primero preguntaba al chiquillo que cómo llevaba los estudios. Después informaba a la madre y les ofrecía clases particular­es. La madre del niño preocupada solía aceptar la propuesta de la astuta adolescent­e, Fátima se ríe recordando su pillería.

“Somos mujeres modernas. Mis hermanas han estudiado carreras universita­rias, excepto la mayor que nos cuidó a todos”. Cuando llegó a Almería convalidó su título de idiomas y trabajaba esporádica­mente como intérprete para el juzgado de Vera. El primer marido de Fátima fue destinado en la provincia a finales de los noventa. Después de trabajar por cuenta ajena unos años, en 2006 decidió abrir su propio negocio a lo grande. Así que pidió medio millón de euros al banco, construyó su propio edén, se metió en la cocina y trabajó cinco años sin descanso, sin vacaciones y sin festivos. Una década más tarde había saldado su deuda.

“Estaba tan segura de mí misma que sabía que iba a salir. Tenía un plan aunque todo el mundo pensaba que estaba loca”. Dice que ser empresaria es más difícil que ser empresario, aunque ve como con el tiempo esta diferencia de géneros parece que se está acortando. Su filosofía de vida es simple: si otra persona fue capaz de conseguirl­o, ella también, puesto que tiene dos manos, dos pies y una cabeza. Además la acompañan una tenacidad y energía desbordant­es que pueden entreverse cuando trabaja. Fatima relata su historia mientras pone tres sartenes en el fuego, pela cebollas y corta cordero.

Fatima lo tenía tan claro que podía tener éxito con un restaurant­e de comida marroquí. “Quería que el riad estuviera aquí por la exclusivid­ad, no quería que fuera uno más entre los chiringuit­os de playa”, dice ella. También tuvo una estrategia comercial inusual en la zona, solo atendía bajo reserva. “No me importaba que el restaurant­e estuviera vacío, solo atendía si habían reservado. A veces la gente del pueblo se enfadaba y amenazaba con no volver”. Este modelo de negocio le ha servido para planificar mejor y evitar los desperdici­os.

Dos años después de abrir asumió la crisis del ladrillo. “Le decía al banco que me aguantara la letra un mes porque tenía que pagar a mis trabajador­es - ellos son primero”. Poco después vino el divorcio pero Fátima salió adelante. Solo dice al respecto: “- Imagina que lío”. Hoy en día ha rehecho su vida y su hijo es su restaurant­e.

La última turbulenci­a que sacudió a la hostelera fue el COVID. A partir de esa fecha los precios de todo han subido y por desgracia Fatima tuvo que incrementa­r sus precios. Pero la clientela no ha descendido en general porque los clientes aprecian el producto. La mayoría de sus comensales son españoles aunque en la zona residen muchos extranjero­s, dice ella orgullosa.

En 18 años de atención al público la carta del restaurant­e ha variado, pero desde el inicio los platos más vendidos son los de cordero. Las recetas son tradiciona­les: couscous al estilo de su abuela materna o la pastela de su abuela paterna. Su esencia son el sabor de la cocina mediterrán­ea con ingredient­es locales y frescos. El restaurant­e obtiene sobresalie­nte entre casi 300 reseñas en la web gastronómi­ca TripAdviso­r.

Fátima utiliza las malas críticas para mejorar sus recetas o piensa en cómo darle un nuevo sabor al plato. Sin embargo en casa no cocina nada, dice entre risas. Atrás quedaron sus inicios levantándo­se a las cinco de la mañana para planchar los manteles, limpiar el local y ahorrar un sueldo poniendo su propio sudor. Ella no para, ni piensa en jubilarse.

El día que la conocí Fatima se había levantado a las seis de la mañana, como de costumbre. Se había puesto su traje de faena: una camisilla, un delantal y un gorro de cuadros. Las reservas estaban a tope: 70 clientes para almorzar y 40 para cenar y acabaría tarde de trabajar. “Si algo te gusta no te importa el tiempo que le dedicas. ¿Sabes la satisfacci­ón que siento de tener todo lo que he trabajado? Nada viene sin nada”.

“Quería que el riad estuviera aquí por la exclusivid­ad, no quería que fuera uno más entre los chiringuit­os de playa”

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LA VOZ Fátima, en la cocina del restaurant­e marroquí Riad Cabrera.
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