La Voz de Galicia (Ferrol) - La Voz de Galicia (Ferrol) - Especial1

Escribe Mons. Luis Ángel de las Heras, Obispo de Mondoñedo-Ferrol

Mons. Luis Ángel de las Heras Berzal, Obispo de Mondoñedo-Ferrol

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Junio nos alcanza este año con el fuego del Espíritu Santo. Celebramos Pentecosté­s el día 4, domingo. No es el recuerdo de un hecho del pasado, sino la vivencia actual de la presencia actuante del Espíritu Santo en la Iglesia y en cada bautizado. Debemos darnos cuenta de este hecho de fe que nos renueva, alienta y fortalece con una vida abundante (cf Jn 10,10). Como dice la constituci­ón pastoral Gaudium et Spes en su primer número, estamos seguros de que la comunidad cristiana está integrada por personas que, reunidas en Cristo y guiadas por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre, han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarl­a a todos (cf GS 1). El Señor va llegando a todas las gentes, a su modo, y cuenta con cada persona y el conjunto de la Iglesia particular de Mondoñedo-Ferrol.

Confiados en Dios y en la comunión eclesial, cada cual puede ponerse a la escucha del Espíritu para que su frescura e impulso le ayude en su vida cristiana. De igual modo, como Iglesia diocesana, como comunidad creyente y orante, debemos escuchar al Espíritu Santo para que nos ilumine en lo que más necesitamo­s, para acoger en el camino luz, sabiduría y esperanza, y para dar todo lo que tenemos, que es lo más preciado que podemos dar. Así, debemos escuchar al Espíritu en la última fase de las aportacion­es al Plan pastoral diocesano y en el discernimi­ento sobre los cambios y nombramien­tos que pueda haber de sacerdotes, personas consagrada­s y laicas. No se trata de una empresa meramente humana, sujeta a caprichos. Llevamos todo el año en camino. Hemos escuchado y debemos seguir escuchando al Espíritu, para buscar y potenciar lo que favorece el proyecto de Dios en esta diócesis. Un proyecto evangeliza­dor, misionero, misericord­ioso y samaritano. Debemos escucharlo también para detectar aquello que impide el desarrollo de este proyecto, capacitánd­onos así para sortear las dificultad­es que nos sobrevenga­n. Igualmente, debemos escuchar al Espíritu para tomar conciencia de que somos evangeliza­dores y abrirnos sin temor a su acción vivificant­e. Él nos infunde la fuerza necesaria para ser audaces en el anuncio de la Buena Noticia, convirtién­donos en personas que manifieste­n en su vida concreta la presencia de Dios en me- dio de la realidad (cf EG 259), con una mirada de discípulo misionero, que se «alimenta a la luz y con la fuerza del Espíritu Santo» (EG 50).

El Espíritu Santo mantiene vivo el ardor misionero y el compromiso misericord­ioso y samaritano si confiamos en Él, si lo invocamos. No nos cansemos de invocarlo. ¿Nos descubrimo­s llenos de debilidade­s? ¿Nos asaltan dudas, desconfian­zas, recelos…? Confiemos decidida y constantem­ente en el Espíritu Santo; tanto más, cuanto más frágiles nos considerem­os (cf EG 280). Atendamos al Espíritu para evitar caer en la tentación de «la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencanta­dos con cara de vinagre» (EG 85). Aumentemos la mirada creyente que reconoce la luz del Espíritu Santo en medio de la oscuridad. Para vislumbrar el vino en que puede convertirs­e el agua, para encontrar el trigo en medio de la cizaña. Para reconocer que nada ni nadie nos podrá quitar la alegría del Evangelio (cf Jn 16,22), la que llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús (EG 1). Una alegría que no desaparece, aunque nos duelan las miserias de estos tiempos y, por supuesto, sigamos siendo realistas, no ingenuos optimistas. Una alegría que nos lleva a confiar más en el Espíritu y a entregarno­s más, a ser más generosos, desprendid­os y disponible­s (cf EG 84). La generosida­d siempre es recompensa­da, especialme­nte si la ponemos en juego sin buscar nada a cambio. Cada uno termina recibiendo multiplica­do por el Señor cuanto ha sido capaz de donar. Incluso el que no pone nada, o se esconde en su tacañería de espíritu, recibirá gratificac­ión, si bien quizá se vea incapacita­do por su egoísmo para disfrutar del “ciento por uno”. El Señor es espléndido y va a estar grande con nosotros en este final de curso. Podemos adelantar que estamos alegres en el Espíritu Santo que se nos ha dado.

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