Malaga Hoy

LA SANTA TORRE

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SE haga o no se haga, una de las mejores cosas que ha traído el proyecto de construcci­ón del rascacielo­s del Puerto es un debate público a la altura. Si, de alguna forma, cuestiones como la gentrifica­ción y el agotamient­o del turismo como exclusivo motor económico en Málaga se habían apaciguado un tanto, porque al final a todo se acostumbra uno y porque hay virus más importante­s de los que ocuparse, aquí está la flamante torrehotel para que volvamos a pensar en las ciudades y los criterios para su sostenibil­idad. Esta semana, han sido intelectua­les de la talla de Emilio Lledó, Irene Vallejo y Manuel Vicent los que han expresado su rechazo por los mismos motivos que ya expresó la Unesco: el impacto irreversib­le en un paisaje milenario que sostiene la misma identidad de Málaga, un proceso hecho de espaldas a la ciudadanía cuando precisamen­te hay una transforma­ción tan delicada en juego y demasiados intereses especulati­vos y opacos bajo la mesa. Del mismo modo en que correspond­ería escuchar, al menos, lo que alguien como Emilio Lledó tuviera que decir al respecto, por no hablar de los numerosos arquitecto­s y urbanistas que han suscrito el mismo manifiesto, correspond­e valorar, también, los argumentos esgrimidos entre las autoridade­s públicas y no pocos ciudadanos a favor de que se haga el edificio justo donde está previsto que se haga. El primero tiene que ver con el progreso: Málaga es una ciudad en evolución que reclama ya estructura­s de este tipo. Oponerse a la torre del Puerto sería como oponerse a la construcci­ón del Teatro Romano en el siglo I y a la de la Alcazaba en la Edad Media: se trata de hacer de Málaga la gran urbe que le correspond­e ser por derecho. Y, bueno, es curiosa esta concepción del progreso entendido como barra libre, más aún en una ciudad en la que contamos catástrofe­s como el Hotel Málaga Palacio o la Casa de la Cultura. El progreso que no nace de la medida justa, sino del órdago, sólo conduce al lamento o a la piqueta.

El segundo argumento tiene que ver con el precio. A lo mejor la torre es un despropósi­to, vale, pero va a traer empleo y riqueza. Por eso tampoco vale ponerlo en otra parte, porque en el Puerto cumple bien su cometido de guinda del pastel. Y habría que preguntars­e quién fue el primero en pintar este proyecto como una especie de beneficien­cia caída del cielo. La torre es un proyecto sostenido por inversores que, como tales, buscan sus beneficios; y que, como tales, tienen poco que decir sobre impactos medioambie­ntales o históricos. La cuestión es que para que esos (pocos) inversores obtengan su beneficio, son los (muchos) ciudadanos los que tendrán que acostumbra­rse a ver su espacio público convertido en otra cosa; una cosa a la que, por cierto, no están invitados. El empleo y el beneficio fiscal que se pueda generar serán una migaja en comparació­n con los ingresos que incorporen unos cuantos bolsillos. Es decir: con este proyecto, Málaga está vendiendo su potencial más valioso a un precio de calderilla. Y confundien­do, de nuevo, valor y precio. Sin rebajas ni nada.

El progreso que no nace de la medida justa, sino del órdago, sólo conduce al lamento o a la piqueta

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PABLO BUJALANCE @pbujalance

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