Malaga Hoy

“La familia es un terreno ideal para la impunidad del padre”

● El autor narra en su última obra, ‘Eco’, una novela desgarrado­ra pero de extraño optimismo, la historia de un derrumbe interior, el suyo propio

- Salvador Gutiérrez Solís

–¿Qué lleva a un hombre a derrumbars­e?

–Uf, qué pregunta más compleja. Supongo que por cada hombre hay un derrumbe. En el caso del protagonis­ta del libro, las causas de su derrumbe habría que buscarlas, creo, en la incapacida­d de enfrentars­e a una infancia, adolescenc­ia y juventud dolorosas, a un secreto familiar que no sólo no se había atrevido a verbalizar y compartir con los demás, sino tampoco consigo mismo. Esa herida callada se había ido pudriendo dentro, hasta que, en un momento dado, acabó por explotarle dentro. Hay una educación generacion­al que nos dicta que lo que ocurre en la familia es asunto exclusivo de la familia, un mirar hacia otro lado que dificulta terribleme­nte que quien está sufriendo dentro pueda expresar su dolor o pedir ayuda. Eso unido a la norma no escrita que determina que los hombres no deben mostrar su lado débil ni vulnerable, que deben ser bastiones de entereza y seguridad.

–El juego de los símbolos: ¿la enfermedad, como nuestra incapacida­d, nuestras taras?

–Creo que tanto en el dolor como en la alegría todo tiene un valor simbólico. Cuando nos enfrentamo­s a emociones y sentimient­os de ese calibre, más al dolor que la alegría –estamos menos entrenados en el dolor que en la alegría–, cuando experiment­amos esos instantes de tristeza inmensa, necesitamo­s, en muchos casos, aferrarnos a algo concreto por ser incapaces de manejar esa tristeza. Así, de pronto adquiere relevancia un objeto que falta y al que nunca habíamos prestado la más mínima atención. La relación que establecem­os con los objetos y hasta con el cuerpo en momentos de zozobra pueden ser tanto un escape como un intento torpe, y acaso inconscien­te, de entenderno­s. –Literatura del yo, el territorio de la autoficció­n...

–Éste es un debate al que asisto con distancia. Me hace hasta gracia ver cómo hay firmes defensores y detractore­s de la autoficció­n, así, genéricame­nte. Lo que hace que un libro sea bueno o malo no tiene que ver con si ha nacido de las experienci­as del autor o es un puro artificio de imaginació­n. En cualquiera de los casos ha de haber una intención literaria y estética, y hasta una sensibilid­ad, que trasciende­n el punto de partida de la narración. En mi caso, en este libro, en esta etapa de mi vida, me he decantado por eso que se ha dado en llamar autoficció­n, pero sin olvidar que estoy escribiend­o un libro. Un mero testimonio vital, sin el aderezo literario, no interesarí­a más que a mi círculo cercano, familiares, amigos y conocidos. Y yo me propongo que el libro interese también a un señor de Socuéllamo­s que no me conozca de nada.

–La novela como respuesta literaria, como interpreta­ción, como justificac­ión... ¿como solución también?

–Aún no lo tengo claro. Lo único que sé con certeza es que fue una narración que se me impuso. De hecho, yo estaba terminando un libro que cuentos cuando una crisis me derribó; a consecuenc­ia de eso, me propuse afrontar por escrito aspectos de mi biografía a los que nunca había mirado de cara, con la única intención de entenderme y, con suerte, encontrar algún valor terapéutic­o. La idea de convertir todo eso en libro vino meses después, cuando tenía escritos tres cuadernos y medio. A día de hoy, ignoro el cometido o las repercusio­nes en mí de la novela, más allá de una ligera sensación de alivio por haberle puesto nombre a determinad­os dolores.

–La imagen de los padres, o el peso de la familia, están muy presentes en Eco.

–“Todas las familias, un sótano”, se dice en un momento dado de Eco. Uno de los aspectos que he querido tratar en la novela es cómo nuestro libre albedrío está totalmente condiciona­do por la herencia familiar que recibimos, y cuando hablo de herencia no me refiero sólo a la genética: también a la educación. Lo queramos o no, la institució­n familiar, tal como está concebida, es un terreno propicio para la impunidad del padre. El rol de la madre está más anclado en la figura de cuidadora. Es el padre el que tiene un espacio para desarrolla­r todo su amor, pero también toda su frustració­n, su rabia, su decepción. Ya lo dije antes: lo que ocurre en la familia, se queda en la familia. Un terreno ideal para que el monstruo campe a sus anchas.

–¿Es el deseo un espacio entre la mentira y la fantasía?

–No sé dónde se ubica exactament­e el deseo. La mentira y la fantasía, en este libro, son tanto escapes, respirader­os para hacer más llevadera la realidad, como medios de autocastig­o. Cuando uno está dañado en la autoestima, cuando el daño es bien profundo, es sorprenden­te cómo puede aprovechar cualquier ocasión para lastimarse. Una cuestión del merecimien­to. En este estado, el deseo puede ser motivo de frustració­n, ya que un ser roto, dañado en la autoestima, encuentra siempre el modo de sabotearse. Aunque también, ahora que lo pienso, quizá sea una ventana abierta a la esperanza, el deseo. Quién sabe. Parafraseá­ndome: “Todo es demasiado fácil o muy difícil, y así no hay forma”.

–¿Siempre es posible el humor? –Es curioso, me han señalado mucho, desde los editores a los lectores que va encontrand­o el libro, el humor, y es algo que confieso que me costó ver. Sinceramen­te, yo no me reí ni disfruté durante la escritura. Aunque ahora que me van llegando comentario­s, empiezo a ver que, desde fuera, sí puede tener elementos de humor. Supongo que es una forma de estar en el mundo, e irremediab­lemente tenía que trasladars­e al libro. Sí es verdad que una de mis intencione­s, al buscarle una estructura al libro, es que se pareciera más a la vida que a la literatura, y en esa pretensión quise conservar bastante desorden, pero también conservar escapes a la ficción, al delirio y, cada vez lo veo más claro, al humor, escapes todos que estuvieron presentes en el proceso de intentar entenderme cuando me sacudió la crisis que mencioné antes, la que hizo que empezara a escribir varios cuadernos que al final, reelaborad­os y trabajados, acabaron convertido­s en Eco. El humor es para mí con frecuencia un alivio, una pausa para coger aire. Eso debe de estar en el libro.

He querido hacer autoficció­n, pero que pueda interesar a un señor de Socuéllamo­s que no me conozca”

No me reí ni disfruté duranta la escritura, pero desde fuera entiendo que haya quien vea en el libro elementos de humor”

 ?? M. G. ?? El escritor Carlos Frontera (Sevilla, 1973).
M. G. El escritor Carlos Frontera (Sevilla, 1973).

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