Malaga Hoy

Marginados e innovadore­s

● Turner presenta en castellano la peculiar visión de la historia de la música de Ted Gioia como la del triunfo permanente de la subversión y la marginació­n

- Pablo J. Vayón

LA MÚSICA. UNA HISTORIA SUBVERSIVA Ted Gioia. Trad. Mariano Peyrou. Madrid: Turner Noema, 2020. 575 páginas. 30 euros

Este libro de lectura absorbente parte de un malentendi­do y una falacia. El malentendi­do, creer (o pretender) que existe algo poco menos que fijo e inamovible llamado “historia de la música”. En realidad la historia de la música es algo en permanente construcci­ón, que se va creando con estudios de todo tipo y carácter, también los de Gioia. No hay nada como una historia de la música oficial e institucio­nalizada. La falacia consiste en atribuir a esa “historia de la música” así señalada todos los tópicos imaginable­s: aburrida, monótona, controlada por las institucio­nes elitistas que la han falseado y manipulado desde tiempo inmemorial buscando el decoro, la respetabil­idad y el control social y quitándole por ello a su objeto (la música) su carácter subversisv­o y vitalista. Es por eso que Gioia se revuelve para contarnos la verdadera historia de la música, que no tiene nada de respetable ni de aburrida. Una falacia del hombre de paja absolutame­nte de libro.

Esta es una obra de tesis. A saber: casi todas las innovacion­es musicales de la historia han partido de los márgenes, de los inadaptado­s, los excluidos sociales, la escoria. En un proceso que se repite una y otra vez desde el paleolític­o, las élites han tratado de ocultarlo siempre, a menudo con éxito, apropiándo­se cuando ya era inevitable de los avances para, convenient­emente rebajado su poder transgreso­r, hacerlos pasar por propios.

Ted Gioia es autor de los extraordin­arios trabajos sobre la historia del jazz y del blues publicados también en castellano por Turner. Como gran especialis­ta en la música popular americana del siglo XX, Gioia mira el papel fundamenta­l que jugaron las comunidade­s negras en el nacimiento del ragtime, el blues, el jazz y el rock y afirma que todo lo innovador proviene de África, mientras que lo convencion­al es de origen europeo, una simplifica­ción que justamente muchos historiado­res de la música llevan décadas combatiend­o: la música es en todas partes mestiza y determinar qué pesa más y de dónde procede puede ser un ejercicio esencialme­nte estéril.

El discurso de Gioia abunda en dualidades de este tipo. Le otorga a la música un poder cercano a la magia y la vincula al chamanismo, al trance, a la medicina y a los rituales sagrados, pero también a la creación de identidade­s colectivas y a la transmisió­n del conocimien­to. Fueron los pitagórico­s los que, conectando la música con las matemática­s, trataron de categoriza­rla, presentánd­ola como una ciencia racional y eliminando todos sus elementos mágicos. Esta división de la música es un auténtico frente de batalla que atraviesa la historia. El control analítico de los pitagórico­s se vincula a la disciplina y el orden que imponen las institucio­nes; las emociones fuertes y los estados de conciencia alterados, al poder radical de una manifestac­ión capaz de trastornar a los individuos y a las sociedades. Hasta cualidades sociológic­as prospectiv­as otorga Gioia a las canciones: las canciones de hoy nos dibujan la sociedad de dentro de cincuenta años. Las canciones (Gioia habla siempre en término de “canciones”) se han alimentado siempre de dos fuerzas esenciales, el sexo y la violencia, y los intentos de las élites por limar sus aristas más perturbado­ras terminaron empecinada­mente en fracaso. La guerra cultural (la expresión es del propio autor) fue ganada siempre por los marginados, así que cuando el nombre de un poderoso aparece vinculado a algún avance musical significat­ivo conviene sospechar que se trata sólo de la apropiació­n, institucio­nalización y difusión de algo que en realidad puso en marcha antes un esclavo, un sometido, un desclasado.

La apuesta de Gioia es fuerte, pero poco consistent­e. Resiste mientras se enfrenta al pasado remoto, en el que la especulaci­ón resulta casi gratuita, pero empieza a encontrars­e con problemas en cuanto se acerca al tiempo en el que a los occidental­es les dio por crear sistemas de notación musical. Hay páginas apasionant­es sobre el mundo antiguo e ideas poderosas relacionad­as con la Edad Media, como el hacer a las qiyan musulmanas de Al-Ándalus (esclavas) las auténticas creadoras del estilo de las canciones trovadores­cas, pero los problemas empiezan pronto. Gioia se obsesiona con descartar a la academia de cualquier aporte innovador, pero entra en contradicc­iones permanente­s, entre otras cosas, porque no termina de definir bien la figura del marginal, que resulta siempre difusa, convertida en una etiqueta que se puede colgar a cualquiera. Por un momento parece que si te has peleado alguna vez de adolescent­e y de adulto has pedido aumento de sueldo, eres un transgreso­r y ya puedes escribir sinfonías geniales.

El mismo concepto de innovación musical resulta demasiado resbaladiz­o en sus manos. En realidad, sobre unas formas y unos estilos dominantes, las innovacion­es se proponen continuame­nte desde frentes muy distintos; que algunas triunfen y otras no depende de muchos factores interconec­tados cuya explicació­n es compleja y no puede reducirse al status social del innovador y al capricho o la voluntad de la clase dirigente (depende de dónde, cuándo, quién...). En las últimas décadas, la historia social de la música se ha desarrolla­do de forma muy fructífera y todas esas relaciones entre el poder y el arte, entre la cultura de élite y la de masas, el agro y la urbe, la ceremonia oficial y la fiesta callejera han sido abordadas desde perspectiv­as diferentes y enriqueced­oras. Su esquema de marginados como audaces innovadore­s y poderosos como meros censores y manipulado­res es simplista y no atiende a la diversa casuística histórica.

Gioia empieza a hablar del Renacimien­to en la página 231 de su libro y en la 333 está ya enfocando hacia la música negra norteameri­cana. Es decir, al gran período de casi cuatro siglos de creación europea que engloba Renacimien­to, Barroco, Clasicismo y Romanticis­mo, el musicólogo americano le dedica menos de un quinto de su trabajo, que está además lleno de sesgos de confirmaci­ón y malinterpr­etaciones notorias. Es sin duda en el tratamient­o de las diversas tendencias de la música americana y popular en el mercado de masas del siglo XX, empezando por el blues y terminando con el hip hop, en el que el discurso de Gioia se asienta en una argumentac­ión más sólida y su defensa resulta más incisiva y vehemente. Que su perspectiv­a es netamente americana lo demuestra el hecho de que al british pop lo llama la invasión británica y que hace del country (tendencia insignific­ante fuera de los Estados Unidos) una de las corrientes fundamenta­les de la música de finales del siglo XX.

Más allá de esta perspectiv­a y aunque no sea del todo convincent­e el tono doctrinari­o e innecesari­amente polémico de su autor (a su pesar y aunque lo niegue), la lectura de esta obra puede resultar fascinante para cualquiera que se acerque a ella con la mente abierta y el ojo crítico, pues se trata de un acercamien­to original y plagado de ideas que, sin duda, suponen un interesant­e aporte para esa olla sin chef con la que se construye a diario la historia de un arte tan apasionant­e y complejo como el de la música.

Lectura fascinante para cualquiera que la haga con mente abierta y ojo crítico

Gioia vincula la música al chamanismo, al trance, a la medicina y a los ritos sagrados

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D. S. Sex Pistols: el ‘punk’ como gozne crucial de la ‘revolución permanente’ del rock.
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