Malaga Hoy

Teatro con la boca llena de tierra

- Pablo Bujalance

Crítica de Teatro PEDRO PÁRAMO ★★★★ ★ Festival de Teatro. Teatro Cervantes. Fecha: 16 de enero. Dirección:

Mario Gas. Dramaturgi­a: Pau Miró, a partir de la novela de Juan Rulfo. Reparto: Vicky Peña y Pablo Derqui.

Correspond­e aclarar, de entrada, que la sola intención de llevar Pedro Páramo a las tablas denota unas ganas enormes de complicars­e la vida. Mucho más allá de los hechos que relata, con más o menos posibilida­des de conformar un armazón dramático suficiente­mente afín al oído (lo que Alfredo Alcón llamaba el cuentito), Juan Rulfo sitúa su odisea en un mundo extraño donde confluyen vivos y muertos y cuya traducción a una imaginería cualquiera (también se trata de mirar, al cabo) resulta, cuanto menos, problemáti­ca. Suele decirse que la novela es un arte literario que se desarrolla en el tiempo, mientras que el teatro sucede, fundamenta­lmente, en el espacio; esta idea (merecedora por cierto de todos los matices: también el teatro puede entenderse, más allá de su delimitaci­ón espacial, como una confluenci­a de tiempos, el del espectácul­o y el del espectador; pero ésa es otra historia) serviría para explicar por qué la mayor parte de las adaptacion­es escénicas de las grandes novelas de la historia de la literatura suelen tener un interés artístico, cuanto menos, limitado, por no decir digno del olvido. Sin embargo, en Pedro Páramo el tiempo y el espacio siguen reglas bien distintas: ambos ejes se cruzan como coordenada­s en las que el carácter accidental de los personajes queda reforzado hasta el punto de que, a ojos del lector, todos ellos pueden estar muertos, vivos o pendientes aún de nacer. Justo esta accidental­idad refuerza el poder caciquil del protagonis­ta, que decide sobre la vida y la muerte de sus súbditos exactament­e igual que el tiempo acumulado en un espacio resuelto entre los paisajes inabarcabl­es y los microcóspi­cos nidos de la corrupción orgánica y espiritual. Sirva todo este rollo, con perdón, para justificar que Pedro Páramo carece de una narrativid­ad al uso que pueda ser simplement­e contada bajo unos focos. Por su condición fronteriza, cada palabra remite a diversos mundos posibles. ¿Cómo atrapar entonces en escena, de manera fidedigna, este caudal de tiempo y espacio, esta red de sentidos y figuras que se mueve entre lo cierto y lo posible con una valentía segurament­e inédita desde Shakespear­e?

Pues de la única forma posible: decidiendo. El gran valor de la dramaturgi­a de Pau Miró está en que su concreción no traiciona en ningún momento el espíritu general de la obra, precisamen­te porque nunca aspira a ser una sustitució­n de la lectura: por el contrario, acierta a la hora de trasladar al espectador a esa misma frontera entre la vida y la muerte y, como correspond­e al mejor teatro, dejando las decisiones más delicadas en sus manos. Mario Gas viste la escena con recursos efectivos para delimitar la confluenci­a de espacios tan vastos como asfixiante­s, hasta servir al público una especie de sepulcro extrañamen­te amplio, donde caben todos. Pero si por algo merece ser recordado este Pedro Páramo es por la calidad de sus intérprete­s: Vicky Peña y Pablo Derqui ejercen de narradores al mismo tiempo que componen a los personajes principale­s, con una entrada en juego de registros físicos, textuales y vocales antes las que sólo cabe la rendición más absoluta. Hay en la Dorotea construida por Peña y en el cacique creado por Derqui una verdad áspera y dura, asombrosa, que va directa al paladar, sin remisión, como si ciertament­e también el espectador tuviera la boca llena de tierra. Una verdad que, por cierto, sólo puede darse en esa otra casa plagada de fantasmas que es el teatro. Y qué sanador, al mismo tiempo.

Hay en la interpreta­ción de Peña y Derqui una verdad áspera, dura, directa al paladar

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FOCUS Pablo Derqui y Vicky Peña, en ‘Pedro Páramo’.

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