Literatura de la memoria
“El único tiempo que tenemos es el presente –donde por cierto están todos los demás–, pero hay algunos escritores que estamos empeñados en viajar a través del tiempo y no perder ninguno de los tiempos que creímos nuestros. Literatura de la memoria se le llama a eso, y yo pertenezco a esa familia”. La mirada de Llop se proyecta ciertamente hacia el pasado, sea al de una realidad con base autobiográfica, por ejemplo en sus novelas del ciclo de Mallorca o en Reyes de Alejandría, donde reelaboraba con brillantez su vivencia de la contracultura, o a épocas que no pudo vivir y ha recreado de la misma personal y sugerente manera, pero como él mismo dice –“una cosa es escribir sobre el pasado y otra añorarlo”– no hay en sus libros nada parecido a la nostalgia. Hay una “pulsión elegíaca” que el autor relaciona con la condición mediterránea –el influjo del genius loci en el caso de su isla natal, por lo demás sometida, como tantos otros lugares, a una transformación profunda– o la conversión de la mitología, propia o ajena, en literatura concerniente. Y sobre todo hay, reiterada en estas páginas, una reivindicación de la memoria, de la que se dice que es una forma de narrativa que se conserva –con más precisión que en la historia– en la propia literatura. “El pasado no se borra nunca: somos pasado y sin pasado no somos, aunque esto hoy –la época del presente continuo y la desmemoria– haya caído en el desprestigio”.
Más allá del uso publicitario que se le ha dado a la calificación de Modiano mallorquín o español, debida a un crítico de Le Figaro con ocasión de la traducción francesa de El informe Stein, ese “vivir entre fantasmas” del que habla Llop –temprano lector y admirador del Nobel– tiene en efecto resonancias modianescas, e implica en efecto no tanto añoranza como la convicción de que “tener memoria de lo que ocurrió es una forma de resistencia”.
Otra cosa es que el autor, como superviviente de un “fin de época”, se muestre severo frente a algunos de los rasgos de nuestro tiempo, tales como la mentalidad narcisista, la “vuelta al paganismo primitivo de las imágenes”, el radical empobrecimiento del lenguaje, el olvido indiscriminado de la tradición o la pérdida de la cultura humanística.