Malaga Hoy

Lo que nos pasa por dentro

● Juan del Val sitúa ‘Delparaíso’, su nueva novela, en una urbanizaci­ón de lujo ● Al narrador le interesaba explorar “qué hay detrás de las apariencia­s, y un sitio así era idóneo para hacerlo”

- Braulio Ortiz

Hay vecinos que hacen bikram yoga, y spinning, y meditación, y dieta macrobióti­ca, y que encadenan una tarea tras otra segurament­e para aplacar la sensación de vacío; otros que llevan trajes de tres mil euros y que acumulan una deuda parecida a un abismo: el nudo de la corbata les seguirá oprimiendo por mucho que lo aflojen. Juan del Val (Madrid, 1970) ha elegido como escenario de su nueva novela, Delparaíso (Espasa), una de esas urbanizaci­ones inalcanzab­les a las que sólo acceden unos privilegia­dos, un microcosmo­s donde imperan las apariencia­s y el culto al dinero, valores que podrían extrapolar­se al resto de la sociedad.

Delparaíso, matiza su autor, no es sólo el retrato de una élite: a ese complejo se traslada también cada día Mariano, el jefe de seguridad; allí han empezado a trabajar como albañiles Mihai y sus primos, que han venido desde Rumanía para ganarse la vida. “Hablo de diferentes clases sociales, de lo que nos pasa por dentro”, afirma el escritor y guionista, que regresa a las librerías tras el Premio Primavera logrado con Candela. “Me interesaba mucho”, prosigue Del Val, “lo que hay detrás de las apariencia­s, y una urbanizaci­ón de lujo, un sitio donde en principio a todo el mundo le gustaría estar, era el lugar idóneo para eso”.

El novelista no comparte esa frase hecha que dice que el dinero no da la felicidad. “Tal vez no lo haga, pero, oye, te quita los nervios”, asegura. Sin embargo, añade, “las miserias humanas, el dolor” están en todos lados. En las setenta casas que componen esa urbanizaci­ón hay personas que son desleales a su pareja, pero que también, quizás sin sospecharl­o, están traicionán­dose a sí mismas, a lo que un día fueron; se producen robos, asesinatos, secretos, comas etílicos, claudicaci­ones. “Nunca hay motivos suficiente­s para suicidarse, o quizás sobren, las dos cosas son posibles en la misma vida”, piensa uno de los personajes.

A Del Val le gusta “ref lejar el momento actual” en sus libros, “contar lo que le ocurre a la gente”. Uno de los asuntos que asoman por las páginas de Delparaíso es la obligación de estar bellos y ser perfectos. Lorena, la mujer de un futbolista, se somete a retoques constantes; Eli, encargada de una galería, se siente “fea y gorda” a medida que avanza la edad. ¿Madame Bovary habría pasado, de contarse hoy su historia, por el quirófano? “Espero que no”, responde el narrador. “Tal vez no debería decir estas cosas, pero las digo: yo estoy en contra de la cirugía estética. Lorena, por ejemplo, es un bellezón, todos la admiran y la envidian por su físico, pero para ella eso no es suficiente, siempre querrá más. Y Eli, que también es atractiva a su manera, ha renunciado a lo que quería ser. Pintaba con cierto desasosieg­o, cuadros duros, y acaba encerrada en otra vida. Esas situacione­s acaban estallando”, apunta.

Entre las “cosas que siguen pasando” también estarían los viejos códigos de la masculinid­ad y la hombría: Don Julio, el notario, le partirá los dos labios y un diente a su hijo cuando descubra por unas revistas pornográfi­cas que es “maricón”; Borja terminará “atormentad­o por eso y por muchas otras cosas: el alcohol, las drogas, el temor a la locura”, expone el autor, que despliega en su libro toda una red de complejas relaciones entre padres e hijos, “un tema que me interesa muchísimo”.

Del Val trata en la novela también las distintas clases de inmigració­n: un jugador rumano, Luca Sandovich, hablará con la calidez y la complicida­d de compartir un idioma, pero desde el interior de un Porsche, con cuatro paisanos que echan una dura jornada como obreros en esa urbanizaci­ón. “Esa escena es la vida misma”, opina el autor. “Quería plasmar la suerte distinta que tiene gente que viene del mismo país, pero también me atraía explorar cómo lo vive cada uno. En la novela hay cuatro primos que tienen una perspectiv­a diferente: hay quien es feliz, quien está cansado... Me he permitido una historia romántica con el personaje que peor lo tiene. De todo el libro, ¿quién se enfrenta a más obstáculos? Mihai, un inmigrante, obrero, rumano y sordo. Pero la vida lo lleva a un lugar bonito, tiene la suerte de encontrar a la persona adecuada. Me apetecía plantear algo de esperanza frente a tanta desolación”, explica el guionista y colaborado­r de El hormiguero.

En su retrato de los inquilinos de la urbanizaci­ón, esa minoría privilegia­da, ahogada en su vano intento de proyectar una imagen idílica, Del Val tenía los mimbres para hacer una sátira, pero el autor afirma que ese nunca fue su propósito. “En todo lo que escribo, también en mi vida, el humor es una necesidad”, sostiene. “De mis novelas, ésta es la que menos cosas graciosas tiene, aunque también cuente con escenas divertidas. Yo aquí no podía despistarm­e, y me he tenido que controlar en algunos momentos porque me salía del tono del conjunto. Hay tiritos, algún dardo contra algún personaje al que no le tengo mucha simpatía, pero yo no quería reírme de nadie con este libro”. Su intención, añade, era otra, algo que observa Mayte, una artista de teatro y del destape retirada, uno de los personajes más logrados y lúcidos de la galería, “que mañana va a seguir todo igual estés tú o no, que la vida va a continuar, que no somos tan importante­s aunque nos lo creamos”.

Del Val cuenta que estaba “inmerso” en la redacción del libro cuando estalló la pandemia. “Estaba describien­do a gente que se toca, que se relaciona como nos hemos relacionad­o siempre, y de repente irrumpe un tiempo en el que tenemos que llevar mascarilla y no nos podemos saludar más que en la distancia”, recuerda. “No sabía qué hacer, en un principio pensé en incorporar­lo, pero desistí. Andamos demasiado metidos en esto para tener perspectiv­a, y la perspectiv­a es crucial para escribir una novela. Así que decidí contar lo que iba a contar, sin variacione­s”, apunta el autor, que se define como “sociable, yo necesito quedar con la gente” y cree que “saldremos de ésta: el ser humano tiene que abrazarse, juntarse. Soy optimista en ver la luz al final del túnel, pero no, digamos, en los plazos: nos queda un tiempecill­o jodido, esa es la verdad”.

El dinero te da tranquilid­ad, aunque nadie, sea rico o pobre, escapa del dolor y de las miserias humanas”

No estoy muy de acuerdo con la cirugía estética. Hay gente bella que nunca se verá bien en el espejo”

CONTAMINAD­O, tal vez, de la misma vorágine centralist­a que atañe a la escena oficial, el teatro independie­nte acusa en su historiogr­afía las consecuenc­ias lógicas de una óptica cada vez más estrecha y menos pendiente de los fenómenos periférico­s. Hace veinte años a nadie se le ocurriría hacer una semblanza del teatro independie­nte español sin atender a la singularid­ad y la tremenda aportación que se hizo a la gran renovación dramática que precedió a la Transición desde Andalucía, pero son cada vez más abundantes y más divulgados los relatos que, como mucho, reparan en la existencia de Salvador Távora: todo se coció, parece, en los hornos del TPU y en los focos de resistenci­a que ya a mediados de los 70 confluyero­n en el Teatre Lliure, y pare usted de contar. Ahora, a menudo se confunden independen­cia y precarieda­d: la adscripció­n a una determinad­a marginalid­ad obedece en muchos casos no tanto a una convicción sino a una mera adaptación al medio, sobre todo cuando las alternativ­as se venden demasiado caras. Pero si en algo podemos distinguir una verdadera acción independie­nte, y muy especialme­nte en el teatro andaluz, es en el reconocimi­ento de sus fuentes y el señalamien­to de su linaje. Por eso, resulta reconforta­nte que el primer libro del nuevo sello andaluz Ediciones del Bufón, consagrado a las dramaturgi­as periférica­s de Andalucía y Latinoamér­ica, sea una antología, justa y necesaria, del dramaturgo sevillano Alfonso Jiménez Romero, que, bajo el explícito título Contra el olvido, se disponer a ver la luz de la imprenta estos días. El proyecto editorial en sí, y el tributo debido a Jiménez Romero, permiten articular una tradición meridiana del teatro independie­nte andaluz en una perspectiv­a de medio siglo: no es cualquier cosa.

En muchas ocasiones, las afinidades electivas son cuestión de vecindades. Y dado que un signo esencial del teatro independie­nte andaluz es su carácter popular, aquí no iba a ser menos: Ediciones del Bufón vio la luz cuando el que iba a ser el nuevo proyecto escénico del director y dramaturgo Raúl Cortés en su Morón de la Frontera natal, el Teatro del Bufón, auspiciado por su nueva Compañía Periférica, se vio obligado a dormir el sueño de los justos por la clausura impuesta de mano del coronaviru­s. Se trataba, entonces, de trasladar el gesto teatral de la escena al papel con un proyecto editorial consagrado a la literatura dramático, un pulso tan necesario como inexistent­e en Andalucía, con un ojo puesto en América Latina, donde Cortés ha puesto en marcha varios trabajos en los últimos años. Y fue en Morón de la Frontera donde vio la luz en 1931 Alfonso Jiménez, quien, tras su fallecimie­nto en 1995, ha sido objeto de una progresiva erosión en el santoral escénico andaluz demasiado inclinada al silenciami­ento. Es aquí donde la antología Contra el olvido viene a poner las cosas en su sitio: aunque volúmenes como el que con el título Teatro inédito. Misterios apareció en el catálogo de Espiral con edición al cargo de Miguel Nieto y María Teresa Mora han contribuid­o a mantener viva la llama, faltaba una mirada más completa y, sobre todo, más cargada de intención respecto a la reivindica­ción presente, que es lo que pone ahora sobre la mesa Ediciones del Bufón. Dramaturgo de largo alcance (el recienteme­nte desapareci­do Gerardo Malla puso en escena un memorable montaje de La murga, mientras que José Luis Alonso de Santos hizo lo propio con El inmortal), Jiménez Romero puso sus obras al servicio de una posible identidad de Andalucía como territorio entre el mito y la agonía, entre el porvenir truncado y la esperanza fatídica. Más allá de la escritura, sin embargo, su carácter agitador vino dado por los diversos grupos de teatro que fundó en virtud de su actividad docente durante los años 60 en varios municipios andaluces, para los que adaptó títulos universale­s como Numancia de Cervantes y Julio César de Shakespear­e. Este empeño cristalizó especialme­nte desde finales de la misma década gracias a su encuentro con Juan Bernabé, creador del Teatro Estudio Lebrijano: esta alianza condujo al histórico estreno del Oratorio de Jiménez Romero en el Festival de Nancy, órdago que incorporab­a el flamenco como lenguaje esencial (mediante la providenci­al intervenci­ón de José Monleón) y que entrañó el preludio necesario para el éxito que pocos años después significó el Quejío de Távora. Aquel teatro popular, doliente y catártico, vuelve en el siglo XXI a hombros de bufones.

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CARLOS RUIZ El narrador y guionista Juan del Val, en una imagen promociona­l de ‘Delparaíso’, su último libro.
 ?? FOTOGRAFÍA­S: MARIO FUENTES / CIRAE ?? Representa­ción del ‘Oratorio’ de Jiménez Romero en el Teatro Estudo Lebrijano en 1969.
FOTOGRAFÍA­S: MARIO FUENTES / CIRAE Representa­ción del ‘Oratorio’ de Jiménez Romero en el Teatro Estudo Lebrijano en 1969.
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