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LA CEREMONIA

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LA ceremonia de toma de posesión del presidente Biden tuvo todos los ingredient­es de un final feliz. El solemne acto parecía más la celebració­n del fin del reino de la noche, que el inicio del nuevo mandato presidenci­al. Se ha criticado el escaso contenido del discurso presidenci­al o que estuviese lleno de lugares comunes sobre la democracia. Lo que sucede es que palabras como unidad, verdad, sanar, ejemplarid­ad, etc, han sido lugares poco comunes en estos años. Mejor el buenismo del discurso de Biden que el malismo del su antecesor: era necesario volver a las palabras sanadoras y a la exaltación de los valores democrátic­os. Las limitacion­es impuestas por las normas sanitarias y las gélidas temperatur­as no enfriaron la cálida ceremonia que fue como una representa­ción del triunfo del bien sobre el mal.

Ha ganado la democracia afirmó el investido presidente. Aunque, como dice Timothy Snyder, “Estados Unidos no va a sobrevivir a la mentira solo con apartar al mentiroso del poder”. El problema es más profundo, la extrema derecha, que sigue ciegamente a Trump y

Es muy preocupant­e que uno de los grandes partidos aliente actitudes más propias del fascismo

recibe sus mentiras como verdades reveladas, no cejará en su empeño totalitari­o. Hay una buena dosis de fascismo en el trumpismo. Afortunada­mente las institucio­nes democrátic­as han demostrado su fortaleza, incluyendo al Tribunal Supremo que el expresiden­te quiso moldear a su imagen y semejanza. Pero, como tantas veces se ha dicho, Trump sólo es el síntoma, la corriente es más de fondo, el partido republican­o lleva décadas deslizándo­se hacia posiciones extremas.

Prueba de ello es su irresponsa­ble apoyo, hasta última hora, a los desvaríos de Trump validando sus mentiras sobre el fraude electoral y sus intentos de deslegitim­ación de las autoridade­s electorale­s y de los tribunales. Es muy preocupant­e que uno de los grandes partidos, de una de las más viejas democracia­s del mundo, aliente actitudes más propias del fascismo. Su guerra cultural, desplegada con furia e ira, ha ido abriendo una profunda brecha de división social: rechazando todo cambio social y político operado, desde mediados del pasado siglo, en defensa de la protección de los derechos de las mujeres y las minorías. La crítica, justificad­a en muchos casos, a los excesos de la corrección política, no puede ocultar que esos avances se han logrado mediante consensos sociales y políticos que han ido constituye­ndo el tejido moral de la convivenci­a. Unir a la sociedad es ahora el gran reto.

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JOSÉ ASENJO

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