Malaga Hoy

Leer a Joseph Campbell

Sobre el mito, la verdad, el conocimien­to y el dogma a tenor de ‘El héroe de las mil caras’ (1949), del autor norteameri­cano, recienteme­nte publicado en nuestro país por la editorial Atalanta

-

SI l a niñez –que, como cualquier otro tramo de la vida, abunda en insegurida­des, angustias y revelacion­es perturbado­ras sobre la existencia y sobre el prójimo– se nos acaba grabando a fuego en la memoria como una suerte de paraíso perdido, ello se debe, en gran medida, a la idiosincra­sia de la inteligenc­ia infantil, a su carácter holístico, relacional, integrador. Para el niño, ya se sabe, no hay diferencia entre lo real y la imaginació­n, entre el juego y el conocimien­to, entre el creador y sus criaturas. La naturaleza entera entra en él como él en ella, en un trasvase continuo y sin obstáculos. Por eso le resulta tan fácil identifica­rse plenamente con cualquier cosa, encarnarla.

Ahora bien, cuando un niño juega a ser un pájaro, por ejemplo, sabe que lo es y no lo es. De ahí que, salvo contadas y desgraciad­as excepcione­s, no termine tirándose por un balcón. A diferencia del loco, el niño no es literal. Su lógica es mitológica. Su reino, la metáfora.

A medida que nos hacemos mayores vamos distancián­donos de ese reino regido por las leyes de la analogía, de la semejanza, puesto que se nos educa, sobre todo, para clasificar, para excluir. Y cuando finalmente nos exiliamos dejamos de percibir la unidad que late bajo la infinita variedad de los fenómenos y nos perdemos en la aparente falta de sentido de nuestra experienci­a del mundo. Nos quedamos, por así decir, sin dimensione­s metafísica­s.

En el prólogo de su segundo libro, El héroe de las mil caras –aparecido en 1949 y recienteme­nte publicado en nuestro país por la editorial Atalanta en traducción de Carlos Jiménez Arribas– escribe el gran mitólogo Joseph Campbell que su propósito es descubrir algunas verdades de esas que se presentan ante nosotros disfrazada­s con las figuras de la religión y la filosofía; conformar un relato de las verdades básicas que han gobernado la vida del ser humano en los milenios que lleva habitando el planeta.

Con su método comparatis­ta y su brillante intuición de la unidad subyacente en todos los mitos –que tanta influencia tuvo en la antropolog­ía estructura­lista–, Campbell se centra en las similitude­s y no en las disparidad­es –mucho menos abundantes, en su opinión, de lo que popular (y políticame­nte) se suele creer–. “Albergo la esperanza”, dice, “de que una puesta en claro de tales similitude­s contribuya a la causa, no del todo perdida, de esas fuerzas que trabajan en el mundo actual en pos de la unificació­n, pero no en nombre de ningún imperio eclesiásti­co ni político, sino en aras de la mutua comprensió­n entre los seres humanos”.

Para nuestra cultura los mitos son, por lo general, o cuentos estrafalar­ios que ayudaban a nuestros obtusos ancestros a lidiar con la ansiedad –es decir, con la angustia que les provocaban su desconocim­iento de las leyes de la naturaleza y las inevitable­s tensiones entre el individuo y el grupo dentro de una comunidad– o delirios venenosos que exacerban las pasiones irracional­es y provocan atrocidade­s de todo tipo. Con nuestro arsenal racionalis­ta –y nuestra herencia colonialis­ta– acudimos a ellos para disecciona­rlos, para esquilmarl­os, en busca de algo que podamos aplicar a nuestra época.

Pero precisamen­te porque, como escribió Arthur Koestler, la tragedia del ser humano estriba no en un exceso de agresivida­d, sino en una sobreabund­ante capacidad para la devoción, uno debería leer la obra de Campbell y acceder a los mitos tal como él nos propone hacerlo: devolviend­o sus imágenes a la vida y teniendo presente, en fin, que uno no sabe adónde va ni qué lo empuja, pues las líneas de comunicaci­ón entre las zonas consciente­s e inconscien­tes de la psique humana se han cortado y, como apostilla el propio autor: “nos hemos dividido en dos”.

En efecto, nos hemos dividido en dos por el bien del conocimien­to y, orgullosos de nuestra lucidez, reproducim­os, en nuestras propias, particular­es vidas, el viaje de la especie desde sus estadios presuntame­nte primitivos, infantiles, hasta sus estadios presuntame­nte más maduros, más evoluciona­dos. Vamos de la magia a la ciencia, de las fantasías a las pruebas, de la superstici­ón a la sabiduría. O eso queremos creer.

Lo cierto es que el ser humano actual –mucho más que sus ancestros– y el adulto –a diferencia del niño– son esclavos del mito precisamen­te porque no son consciente­s de él, de cómo sigue operando sobre ellos en la oscuridad. Y no lo son porque creen haberlo desterrado en nombre de una verdad más alta. En nombre de esas verdades –de un relato nacional, de una utopía científica– por las que matamos a menudo, oprimimos, torturamos, ajenos por completo a la lógica mitológica, la lógica del niño, la que le permite vivir a la vez en un planeta que orbita alrededor del sol y en otro, el mismo, alrededor del cual orbitan el sol y todas las demás miradas del universo. Pues la verdad es verdad cuando es también metáfora; si no, no es más que un dogma.

Nos hemos dividido en dos por el bien del conocimien­to: vamos de la magia a la ciencia

 ?? M. H. ?? El mitólogo y escritor estadounid­ense Joseph Campbell (1904 – 1987).
M. H. El mitólogo y escritor estadounid­ense Joseph Campbell (1904 – 1987).
 ?? ABRAHAM GRAGERA ??
ABRAHAM GRAGERA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain