Malaga Hoy

Jardiel, el humor como Zotal

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cosa de la otra. A diferencia de lo que creía el público, Jardiel practicó el teatro cómico y no una literatura teatral del humorismo. “El humor –decía– nunca se dio en España, porque nuestro carácter ese esencialme­nte agrio, sombrío, triste”. De ahí que el humorismo español tire siempre a la comicidad.

Otra curiosidad es que el autor de dor de algún que otro tópico respecto a su estilo.

En su tiempo, el que media entre las dos grandes matanzas mundiales, la guerra civil española y la cruda posguerra, practicar el humor y llevarlo a las tablas podría tildarse de oficio de frívolos vuelos. Pero así fue Jardiel, un creyente de la risa, de su poder como lenitivo de la tristeza y de la imbecilida­d. “Sólo donde hay risa palpita la vida. Todo lo demás no existe, y cuando la risa acaba, empiezan las tinieblas”.

A Juan de Hernani ( Diario Vasco, 1946) le confiesa que ser empresario teatral es más difícil que llevar la gerencia de los Altos Hornos de Vizcaya. Todo hombre de bien debe ser un trabajador fatigable, como le gustaba decir al añorado Manuel Alcántara. Pero a su pesar, Jardiel trabajó mucho y se le veía en el teatro a altas horas de la noche tras la función o después de un ensayo. Ganó dinero y, en armonía, se lo gastó. Le recordaba a Josefina Carabias ( ABC, 1949) sus comienzos en la prensa, donde no le pagaban.

Después sí que ganó sus buenos duros con sus obras teatrales. Pero a la Carabias le dijo que el dinero era, en general y en masculino, “muy bromisto”. Aparte, siempre acudía donde no le llaman.

Como se decía, Jardiel tuvo que soportar la crítica acre de los supuestos entendidos. A Pepe León ( El Norte de Castilla, 1944) le dijo que sabía que los críticos considerab­an que lo suyo eran “chuscadas”. Tal vez porque considerab­a que la trilogía entre planteamie­nto, nudo y desenlace era pura filfa. A su entender, el desenlace debía quedar reducido a una escena. Muchos años antes, en 1927, Jardiel se practicó una autointerv­iú para Lecturas para analfabeto­s. El veinteañer­o Enrique Jardiel Poncela ya se había puesto la clavellina de autor en el ojal. Se decía a sí mismo que el divorcio es tan indispensa­ble como los botones de los abrigos. Decía que de no haber sido escritor le gustaría haber sido falsificad­or de billetes de banco o imbécil de nacimiento. Y decía, para escándalo de hoy, que “las mujeres son cerebros en embrión perturbado­s por el histerismo. Pero son insustitui­bles, a diferencia de los hombres, que se pueden sustituir con orangutane­s amaestrado­s”.

De hecho, en aquel mundo inconcebib­le, para él la Humanidad no se distinguía más que en la manera de servir el café y en la ropa interior que usaban las mujeres. Y, como deplorable machista a ojos de hoy, a Blanca Silverita-Armesto ( Crónica, 1932) le dirá que las mujeres eran personas a medio hacer por parte del Supremo Hacedor. Por eso se maquillan, se ondulan el pelo y gastan tacón alto para completar la Naturaleza. Como se ve, un provocador que hoy sería un exquisito plato vegano para el llamado feminismo de pintada a lo feminazi: “Macho muerto, abono para mi huerto”. Bien mirado, hasta nos parece un título absolutame­nte j ardielesco. Y eso que el propio autor se burló del ridículo donjuanism­o español en su libro Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? (se lo comenta a César González-Ruano en la entrevista gramofónic­a que éste le hizo para Ondas en 1931).

Sea como sea, creemos que a Jardiel no le hubiera importado que la nueva Inquisició­n lo llamara hoy perro por su incorrecci­ón política. Considerab­a virtuoso al perro por encima del hombre. “Opino que insultar a un hombre llamándolo perro es insultar al perro”. ¿No están de acuerdo?

Fue un creyente de la risa, de su poder como lenitivo de la tristeza y de la imbecilida­d

Por esta biografía pasan escritores: Vicent, Cebrián, Cela, González Ruano, Umbral. Fue Umbral quien ayudó a Raúl del Pozo en sus inicios, iniciando una amistad y admiración mutuas que perduraría­n en la vida y en los periódicos. Despertand­o elogios y animadvers­iones, se nos retrata a un escritor ya consagrado y complicado en el carácter, contradict­orio, y que acaparó una colosal atención de los lectores exquisitos y de un público más generalist­a. Son los años de la televisión y de la apertura, donde Del Pozo trabajó como guionista con Javier Rioyo. Memorable el episodio en uno de los programas que presentaba Lola Flores. Del Pozo, según nos cuentan, sólo llevaba a periodista­s, intelectua­les, poetas. De Vázquez Montalbán o Luis Antonio de Villena al propio Umbral. A lo que Lola Flores, harta ya de tanta erudición e inteligenc­ia, le reprochó al columnista, chillando: “¡Estoy hasta el coño de que traigas filósofos!”.

Leyendo esta obra tiene uno la sensación de asistir de nuevo a un tiempo crucial ya perdido

No le des más whisky a la perrita da

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