Verídica fantasía colombina
la geografía que hoy damos por sabida, sino en la geografía inhóspita y fantasmagórica, en la varia y nebulosa mitología del Mare Tenebrarum. Sin embargo, reducir esta novela a su condición de fantástica sería, a un tiempo, esquemático e erróneo.
En primer lugar, porque tanto su fórmula literaria como su cualidad humorística, cercanas al modelo de Swift en sus Los viajes de Gulli
obligan a distinguirlo de lo meramente fantástico. Y en segundo término, pero acaso de mayor importancia, porque la erudición de Villamediana, lejos de conducirnos al ámbito de la fantasía, dirige nuestra atención a la corpulenta realidad del imaginario medieval. Digamos, pues, que Villamediana ha reconstruido los prejuicios culturales de la naciente Europa moderna, fruto de la paganidad y de la tradición judeocristiana, y ha puesto a dos de sus personajes a caminar por ellos. Por otra parte, debemos a la magna obra de Juan Gil Mitos y utopías del descubrimiento un conocimiento preciso del imaginario de Colón, fuertemente influido por la cultura hebrea. Siendo así que la condición conversa de Luis de Torres no hace sino incidir sobre este carác
ter aglutinante de las mitologías que, junto a una menguada tropa de navegantes, llegó a las Indias Occidentales y dispuso al europeo del XV-XVI a buscar el Edén, la Florida y los tesoros de Ofir por una geografía incierta y, por ello mismo, proclive a la imaginación.
Es esta navegación por el interior del mito, sin cuyo concurso la realidad exterior carecería de sentido, la que aquí acomete Villamediana. Una divertida navegación, paralela a la ya conocida, y que explica, en gran parte, la extrañeza y la maravilla, también el terror, con que se consideró el hallazgo del Nuevo Mundo.