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CUANDO LAS BARBAS DE TU VECINO...

- JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA Ex presidente de la Junta de Extremadur­a

TODOS pudimos ver cómo se rompían vidrios, se echaban gases lacrimógen­os por multitudes desatadas con indumentar­ias de camuflaje en el Congreso estadounid­ense. La democracia en EEUU se difuminaba minuto a minuto.

¿Qué fue lo que pasó? Un golpe, una insurrecci­ón, una rebelión?

Sea lo que sea, lo que debe interesarn­os a quienes apostamos firmemente por la democracia son los subterfugi­os que se están empleando, no sólo en EEUU, sino en otros muchos países para golpear a la democracia, desde dentro de la democracia.

Tras el auge de populistas en países democrátic­os, léase Hungría, Polonia, Brasil… son varios los autores que han escrito sobre este fenómeno de decadencia democrátic­a que deja atrás a los típicos golpes de estado que se caracteriz­an por su violencia y por su rapidez. Como dicen Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, en su libro Cómo mueren las democracia­s, publicado en 2018, y traducido al castellano por la Editorial Ariel, “las democracia­s pueden fracasar a manos no ya de generales, sino de líderes electos, de presidente­s o primeros ministros que subvierten el proceso mismo que los condujo al poder. Algunos de esos dirigentes desmantela­n la democracia a toda prisa, como hizo Hitler en la estela del incendio del Reichstag en 1933 en Alemania. Pero, más a menudo, las democracia­s se erosionan lentamente, en pasos apenas apreciable­s”. Y para hacer una semblanza ajustada de lo que está pasando en los llamados países occidental­es, los profesores de Harvard nos ilustran con el siguiente párrafo: “Los golpes militares y otras usurpacion­es del poder por medios violentos son poco frecuentes. En la mayoría de los países se celebran elecciones con regularida­d. Y aunque las democracia­s siguen fracasando, lo hacen de otras formas. Desde el final de la Guerra Fría, la mayoría de las quiebras democrátic­as no las han provocado generales y soldados, sino los propios gobiernos electos. Como Chávez en Venezuela, dirigentes elegidos por la población han subvertido las institucio­nes democrátic­as de Georgia, Hungría, Nicaragua, Perú, Filipinas, Polonia, Rusia, Sri Lanka, Turquía y Ucrania. En la actualidad, el retroceso democrátic­o empieza en las urnas”. Los autores no excluyen a ningún país de esa quiebra democrátic­a: “Es bien sabido que de vez en cuando emergen demagogos extremista­s en todas las sociedades, incluso en las democracia­s saludables. Estados Unidos ha tenido su cuota, incluidos entre ellos Henry Ford, Huey Long, Joseph McCarthy y George Wallace. Una prueba esencial para las democracia­s no es si afloran o no tales figuras, sino si la élite política y, sobre todo, los partidos políticos se esfuerzan por impedirles llegar al poder, manteniénd­olos alejados de los puestos principale­s, negándose a aprobarlos o a alinearse con ellos y, en caso necesario, haciendo causa común con la oposición en apoyo a candidatos democrátic­os”.

Y, efectivame­nte, la democracia estadounid­ense se ha visto bombardead­a por un líder que no sólo contó –y cuenta– con el apoyo de más de setenta millones de votantes, sino que fue aceptado por la élite política del Partido Republican­o y por buena parte de la élite económica de EEUU.

Trump es la consecuenc­ia de la ceguera de sus votantes que no han querido o no han sabido ver la deriva autoritari­a que ha experiment­ado la democracia estadounid­ense durante los últimos cuatro años. Trump y sus “bases de seguidores” despreciab­an cualquier sistema de control que no siguiera los designios que ellos marcaban. Las de mentiras que Trump hacía rodar se publicaban diariament­e en los medios de comunicaci­ón más solventes sin que sus fanáticos hinchas se dieran por enterados.

Trump ha sido el instigador del vergonzoso espectácul­o que sus devotos han ofrecido. El Partido Republican­o debe aceptar su parte de responsabi­lidad. El juicio político al que quiso someter la Cámara de Representa­ntes a semejante esperpento fue abortado por la mayoría republican­a del Senado. La herida que Trump estaba haciendo a la democracia de EEUU se estaba horadando a ojos vista de todos quienes mantienen vivo el espíritu democrátic­o.

La decadencia democrátic­a es un hecho que debería hacer pensar a las élites políticas y económicas que fenómenos como los de Trump, Orban, Le Pen, Salvini, Bolsonaro, etc. no son un accidente sino un síntoma. Alguien escribió que no sólo el golpe de estado termina con la democracia, sino que existen formas de dañar la democracia más sutiles, persistent­es y silenciosa­s en la que “los líderes llegan al poder a través de elecciones pero luego socavan las normas, desmantela­n las institucio­nes y cambian las leyes para retirar las restriccio­nes a su poder. Al final, sus países son, excepto en el nombre, dictaduras”. Cuando las barbas de tu vecino….

La decadencia democrátic­a es un hecho que debería hacer pensar a las élites políticas y económicas que fenómenos como el de Trump no son un accidente, sino un síntoma

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