CABALGATA DE PREPOTENTES
NI todos los partidos políticos son iguales en lo malo -nivel de corrupción, de populismo…-, ni, por supuesto, en lo bueno, pues cada partido representa “a una parte” del pueblo soberano –de ahí la etimología común “partido-parte”-, y esas partes difieren en intereses, ideología… De igual modo, no todos los políticos son iguales, ni siquiera todos los políticos del mismo partido político. Así pienso. O sea que ni soy proclive a la desafección política (tengo, en ese sentido, más moral que el Alcoyano, y más aún ahora que ha eliminado al Real Madrid), ni a la equidistancia (lo cual no quiere decir que sea un hooligan fanático, proclive a comulgar con ruedas de molino). Dicho esto, volvamos a los sueños de la infancia, pues este año, por culpa de la covid, nos hemos quedado sin cabalgata de Reyes, pero ¡oh, fértil semillero de la estulticia humana y de la pillería española!, ahora, a modo de compensación, estamos asistiendo a una formidable cabalgata de prepotentes, chafarderos y truhanes de todos los signos políticos. Vean y disfruten:
El vicepresidente de un gobierno democrático que precisamente él vicepreside, iguala al señor Puigdemont, un prófugo de la justicia que intentó subvertir el Estado de derecho y que ahora vive en Waterloo, en una mansión de 1.500 metros cuadrados con sauna y jardín, langosta y champán, con los republicanos españoles que se vieron obligados a exilarse tras el golpe de estado y la guerra civil, “viviendo” en atestados campos de refugiados, en los que imperaba la miseria, sin agua potable, nieve y frío, a la intemperie, o en los campos de concentración y exterminio de Auschwitz, Mauthausen… El presidente de Extremadura que retrasa el inicio de la vacunación contra la covid, aduciendo “que era bueno que en los primeros días esperáramos a ver los efectos de la vacuna” (pero eso sí, que se la pusieran otros, mientras él, con su fino ojo clínico, descartaba en dos días lo que los ensayos clínicos vienen descartando desde hace meses). Al consejero de salud de Andalucía que, tras desperdiciar el 20 % de las vacunas, al no haberse provisto de las jeringuillas precisas y comprar 25 millones de jeringas inadecuadas –a pesar de las advertencias de las autoridades competentes-, argumentando que, ese 20% (un vacunado menos por vial), solo es “un culillo que no aprovechábamos”. La larga lista de políticos de todos los signos políticos, a los que hay que añadir el JEMAD y el obispo de Mallorca, que se han vacunado, saltándose el protocolo, aduciendo “que sobraban dosis” o cualquier otra chafardería. El consejero de salud de Ceuta y responsable del programa de vacunación (¡”No me gustan las vacunas”!) justificándose heroicamente, pues “si no se la ponía él tampoco se la inyectaban sus técnicos”. El consejero de salud de Murcia que, tras vacunarse con 400 funcionarios de su consejería, al ser censurado, declara que “entendían” que ellos estaban en primera línea en la lucha contra la pandemia”… Y esto sin mencionar a Ayuso, Almeida… ¡que sería el acabose!
En fin, sin ser desafecto ni equidistante, como una pesadilla, esta es la cabalgata que ahora, atónitos, vemos desfilar ante la cansada presbicia de nuestros ojos.
RECIBO un vídeo con una entrevista a Irene Montero en la que, tras algunos titubeos, concluye que el sexo no es una cuestión biológica, sino socio cultural; es decir, política, y allí está ella, la ministra de Igualdad, para defenderlo. En el mismo chat y a renglón seguido los mismos contertulios envían una entrevista a un científico que es preguntado por las declaraciones de la señora ministra. Se escandaliza, la llama ignorante, pone ejemplos de cómo la naturaleza seleccionó la diferenciación sexual como la opción más eficaz y, sin solución de continuidad, concluye justificando los comportamientos masculinos y femeninos en función de la biología, advirtiéndole a la ministra, solemnemente y desde su condición de científico, que se abstenga de tratar de enmendarle la plana a la naturaleza. No sé quién me dio más vergüenza ajena: si la ignorancia de la señora ministra por su desprecio de la biología y su relativismo postmoderno o la petulancia (e ignorancia) del científico y su desprecio de la cultura. La primera es un ejemplo de la negación moderna de la realidad (“falacia antirrealista”) y el segundo de lo que ya Moore llamó “falacia naturalista”. No todo lo natural es ni bueno ni útil. Ni toda la condición humana se explica por los genes. La biología explica la diferenciación sexual, pero por sí sola no es capaz de hacerlo ni de la orientación ni de la identidad sexual. Es por esto que surge el concepto de género que ha sido válido para explicar lo que científicos como el citado niegan. Un concepto que ha sido útil hasta que políticas como la señora ministra, y con ella lo menos granado del feminismo, lo han absolutizado, sustituyendo el sexo por el género. En todo caso, unos y otros parecen desconocer que la naturaleza humana es demasiado versátil como para que sólo la expliquen los genes pero, a su vez, contiene tantos elementos comunes y universales como para que sea sólo una opción cultural. En el mundo actual, la izquierda tiene dificultades para hacerse entender y una de las razones es su actual obsesión por los radicalismos identitarios, defendiendo un subjetivismo que coloca la experiencia individual como argumento universal. Yo pienso, yo siento, yo sufro, yo digo, yo opino, yo exijo. Sorprendentemente parecen haber hecho suyas las tesis, tan denostadas, de la señora Thatcher de que no hay nada más importante que la autodeterminación personal, pues no existe tal cosa como la sociedad, sino sólo los individuos. Los filósofos de la sospecha certificaron la muerte de Dios y los postmodernos, la de la verdad y la realidad, cualquier cosa que sean ambas. Parafraseando a Chesterton, el problema de no creer en nada es que se termina creyendo en cualquier cosa. En la postverdad, por ejemplo, de la que son maestros los Trump, los Bolsonaros o entre nosotros los Ortega Smith, entre otros. O desde el otro lado, las Irene Montero o los Rufián, empeñados en construir una nueva realidad para lo que antes necesitan o la independencia o asaltar los cielos.
En la práctica, una de las consecuencias del antirrealismo es la negación de la naturaleza humana, que no sería sino el resultado de una construcción social, tan plástica que se podría escribir sobre ella como si de un libro se tratara. Y mientras tanto, los otros, los viejos carcamales de siempre han recuperado aquel determinismo biológico trasnochado de tan funestas consecuencias. Más recientemente, en esta guerra de los cuerpos ha aparecido como un nuevo agente el viejo feminismo ilustrado que, sorprendido por la potencia de fuego de sus antiguas aliadas y aliados, ve cómo personas nacidas y educadas como hombres biológicos no se conforman con la legítima aspiración de ser reconocidas como mujeres, sino que, aprovechando su gran capacidad de movilización y la ignorancia de la mayoría de los políticos sobre las sutilezas que aquí estamos contando, están imponiendo al movimiento feminista y, en nombre del género, su singularidad y su idiosincrasia, poniendo en riesgo las grandes conquistas conseguidas por las mujeres en nombre del sexo.
Y aquí estamos en este maremágnum que los economistas neoliberales aplicado al empleo llaman destrucción creativa y la izquierda postmoderna y radical simplemente revolución. Un duelo de una violencia inesperada entre el sexo y el género, que no es más que la continuación de la vieja lucha por la posesión del cuerpo, hasta no hace mucho propiedad en exclusiva de los clérigos, ahora sustituidos con ventaja por una nueva clerecía que no necesita invocar a Dios para imponer lo que es políticamente correcto ni lo que se ha dado en llamar cultura de la cancelación. Al fin y cabo, hoy como ayer, quien controla el cuerpo humano, el cuerpo de los humanos, domina una parte del mundo. Una lucha que no es en el fondo sino una guerra por el poder y la gloria. Lo interesante es que mientras la izquierda se entretiene con todo esto, los viejos enemigos de clase han alcanzado todos los objetivos, como sin pudor dejó dicho Warren Buffet cuando tras preguntarle si creía que existiera la guerra de clases, contestó: “Pues claro que existe, la hemos ganado nosotros”.