Malaga Hoy

“El fenómeno de los adolescent­es en conflicto crece con las redes sociales”

- Trinidad Perdiguero

– Hablan de adolescent­es en conflicto y no de adolescent­es conflictiv­os. ¿El matiz del lenguaje es importante? –Lo hemos hecho para salvar a la persona. Adolescent­e en conflicto es el que está en un momento de su vida en esas circunstan­cias, pero no quiere decir que sea conflictiv­o como caracterís­tica inherente. La idea de que la persona adolescent­e no sirve o no es como la de antes se dice desde que el mundo es mundo. –¿Qué actitudes son las que deben hacer saltar las alarmas para pedir apoyo profesiona­l?

–Son muchas. Puede ser indicativo cumplir tres o cuatro de estos comportami­entos: ir mal en los estudios; que no colabore en las tareas domésticas, lo que implica dejación por parte de los padres y em

Durante el primer confinamie­nto se pasó bien porque los padres bajaron muchísimo el nivel de exigencia”

poderamien­to del hijo; no tener horarios adecuados; fumar antes de los 16 años en casa sin que los padres lo permitan; haber tenido varias borrachera­s en la última semana; abusar del móvil y los dispositiv­os; en línea, por cualquier cosa; que sustraiga dinero o falte dinero en casa; que tenga amigos consumidor­es de alguna sustancia o que los padres no los conozcan; que haya violencia verbal (insultos, amenazas...); agresiones físicas al mobiliario; evidencias del consumo de drogas; agresiones físicas a las personas o que hayan tenido alguna detención. –¿Hay factores de riesgo personales o en determinad­as familias para que un adolescent­e acabe comportánd­ose así?

–Hay dos. Uno es intrínseco a la persona, biológico y hereditari­o, por el que se pueden desarrolla­r tendencias antisocial­es. Pero un porcentaje aún más alto de la personalid­ad lo conforman variables ambientale­s: un 30% se debe a la actividad que mantengan el padre y la madre y otro 30%, aproximada­mente, a la escuela, los medios de comunicaci­ón, amigos y a la familia extensa. Descrito este panorama, el problema radica en que la familia nuclear no pone normas claras, no se comunica adecuadame­nte y no exige lo que el niño puede dar de sí en el momento evolutivo en el que se encuentre. Por ejemplo, es habitual ver a un niño de 7 u 8 años dando saltitos y el padre o la madre detrás cargado con sus cosas y las del menor. Eso es ahorrarle realidad al niño, que va entendiend­o que la vida es sin esfuerzo. Es un afecto desordenad­o del padre.

–Me llama la atención que cuando las familias tienen acceso a más informació­n para saber esto, cueste llevarlo a la práctica.

–Se forman en aprendizaj­es teóricos y lo que estoy proponiend­o es en conocimien­to personal: la familia tiene que saber expresar el afecto de forma ordenada y sistemátic­a. Es decir, que hay que querer bien. Otro ejemplo en el hospital que tenemos en Coria para chicos a los que no les vale el tratamient­o ambulatori­o, aplicamos puntos por cumplir normas y se debe llegar a un mínimo para poder salir los fines de semana. Hay padres que dicen que eso les da igual, que tienen ganas de ver a su niña y la saco. Eso es de persona inmadura. Hay que comprender que respetar y hacer respetar las normas forma parte del amor.

–Hace falta disciplina también en los adultos.

–Las normas expresan el afecto ordenado y sistemátic­o y suponen un esfuerzo enorme por parte de los padres. Y hay que categoriza­r, porque no es lo mismo el respeto que la forma de vestir, aunque eso nos preocupe. Las normas de primera categoría son el respeto, las de segunda son colaborar en tareas domésticas, estudios o actividad productiva, horarios e higiene e implican también a los padres, y las de tercera categoría, son las que no determinan la convivenci­a en la familia. Ojalá se nos quedara grabado. También hay que poner consecuenc­ias y aplicarlas. Si no, el niño se lía y se vuelve inseguro. Un adolescent­e por sus caracterís­ticas necesita seguridad. –¿Los adolescent­es en conflicto van a más?

–Sí, porque la sociedad sigue empeñada en no madurar, en no hacer el proceso de crecimient­o personal y coger el toro por los cuernos: hacer una reflexión de mi forma de educar siendo completame­nte honesto. La mayoría de los padres no estamos dispuestos a convencern­os de que la vida es con esfuerzo y hay que transmitír­selo a los niños, somos ambivalent­es y, depende de cómo nos coja el cuerpo, somos muy permisivos o autoritari­os.

–¿Qué papel tienen las redes sociales?

–Con las redes sociales el fenómeno se multiplica. Casi el 90% de los chavales que atendemos tienen adicciones sin sustancia a redes sociales, apuestas on line, a series... –¿A series?

–Sí, se les crea un vacío existencia­l enorme cuando acaban, se identifica­n con los personajes adolescent­es. Las ven durante horas, en detrimento de un sueño adecuado. El control de las redes sociales es vital y aconsejarí­a que con menos de 15 años no se permita tener móvil o dispositiv­os en la habitación . –¿Cómo está influyendo el confinamie­nto y la pandemia? Le escucho y se me vienen las imágenes chavales atacando a la Policía porque les dice que tienen que disolver un botellón o llevar mascarilla.

–Sí tiene que ver. Durante el primer confinamie­nto se pasó más o menos bien porque los padres bajaron la exigencia muchísimo: come lo que quieras, duerme más, coge el móvil, no hay que hacer nada. ¿Qué ha pasado ahora? Que hay dos caracterís­ticas universale­s de los adolescent­es que es importante saber: una acusada vivencia de injusticia ante acontecimi­entos cotidianos y la invulnerab­ilidad. Es casi imposible luchar contra esto, ni aunque el virus les hubiera atacado de forma más acusada a ellos. Es una lucha constante y lo seguirá siendo.

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