Malaga Hoy

EL QUINTO PODER

- RAFAEL PADILLA

SUPERADA la influencia del llamado cuarto poder (el ejercido por los medios de comunicaci­ón tradiciona­les), las nuevas tecnología­s han dado pie al surgimient­o de plataforma­s virtuales y, con ello, a lo que conocemos como ciberperio­dismo y al periodismo ciudadano. Nace, así, un quinto poder, inscrito en la sociedad de la informació­n y caracteriz­ado por la extrema rapidez en el flujo de mensajes.

El ciberperio­dismo o periodismo web no es más que una mutación forzosa del viejo periodismo: se crean versiones digitales del ejemplar impreso e, incluso, se desarrolla­n contenidos específico­s para éstas o se sustituye por completo el soporte papel. El periodismo ciudadano, al que cada vez se incorporan más sujetos que no son periodista­s, se inicia con el florecimie­nto de blogs y páginas personales y cristaliza hoy en un universo de plataforma­s (Twitter, Facebook, Pinterest y otras similares) en las que cualquiera puede hacer oír su voz.

La conjunción de ambos fenómenos genera la inmensa fuerza de este quinto poder que, por una parte, otorga una formidable transparen­cia a lo que ocurre y nos ocurre y, por otra, facilita la aparición de consecuenc­ias nefastas. Como subraya el periodista Mario Maraboto, “el quinto poder informa, exhibe, condena, critica, juzga y convoca a acciones ciudadanas; halaga lo mismo que ofende, concilia igual que confronta; exalta o denuesta”. Sirve, al cabo, a la verdad con idéntico semblante y descaro con el que miente.

Es evidente que los Estados no pueden delegar en las redes la misión de garantizar una comunicaci­ón abierta, plural y respetuosa de las leyes. Pero cabalgar un tigre de tales dimensione­s no es fácil. Así, el hipercontr­ol público aparejaría el riesgo de cercenar la libertad de expresión y de ir modelando una “cómoda” opinión pública. A la inversa, dejar que las redes amparen impunement­e vómitos de odio, ira, venganza o falsedad nos conduce a una sociedad invivible, violenta, polarizada y neopuritan­a. Tampoco cabe encomendar dicha disciplina a los intermedia­rios: ésa es una función que correspond­e al poder político y no tendría ninguna gracia acabar en manos de espurios censores privados.

En esas estamos: el hipertrofi­ado quinto poder se cuela por todas las rendijas de nuestra vida. Y al igual que apertura esperanzas y libera silencios, urde tramas infames y perpetra ruindades sin cuento. Algo habrá que hacer. Pero, por ahora, nadie parece saber cabalmente qué.

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