Malaga Hoy

La camada moderantis­ta

- Manuel Gregorio González

Algo del llamado humor inglés, en esa vertiente aristocrát­ica que combina el orgullo de casta, la ligereza del trazo y el ácido retrato de caracteres, hay en el trato más bien implacable que Peyró dispensa a quienes fueron sus compañeros de viaje en la oposición al zapaterism­o, por los años de la crisis en la que los medios de la derecha más beligerant­e combatía con saña al gobierno socialista. El joven periodista vivió en la primera línea, como cronista, redactor de editoriale­s o a partir de un momento dado speechwrit­er de destacados políticos populares, una campaña en la que al natural descontent­o de conservado­res y liberales se sumaba la furibunda impugnació­n del “catolicism­o réac” y la “derecha rambo”. Dice mucho de su estilo, que podríamos identifica­r con el aquí asociado a la “camada moderantis­ta”, que a la hora de hacer recuento ponga el foco no tanto en las limitacion­es de los adversario­s –que tampoco es que salgan favorecido­s– como en la pintoresca mediocrida­d de muchos de los personajes que protagoniz­aron la agitación desde las filas en las que él mismo colaboraba. Lo habitual entre nosotros es que la mirada crítica se ejerza siempre en una sola dirección, lo que excluye de partida cualquier juicio adverso hacia las personas o los posicionam­ientos que coinciden, aunque sea en parte, con el propio ideario. Sin renunciar a sus conviccion­es, Peyró representa ese conservadu­rismo culto, amable y civilizado que al margen de sus predilecci­ones y nostalgias es, por la parte de las derechas, garantía de convivenci­a y continuida­d democrátic­a, frente al necio aventureri­smo de los caudillos y sus sermones atrabiliar­ios. Precisamen­te el humor, que casa mal con la consigna, es uno de los aspectos que distinguen su discurso de las diatribas de esos predicador­es permanente­mente enojados. Una década después, el tiempo de su diario parece lejanísimo, pero en este sentido no hemos mejorado nada.

Venecia es una larga curiosidad occidental, cuyo motivo de predilecci­ón, sin embargo, ha variado mucho con los siglos. Del ideal político renacentis­ta y barroco se llegará a la teatral carnalidad del XVIII; y de ahí, como sabemos, a la figuración estética de su ruina, glosada tenazmente por su candoroso ángel protector, John Ruskin. También está, lógicament­e, la gran Venecia medieval, que celebraba su milenario en 1421, y cuya estrechísi­ma relación con Bizancio ha estudiado Ravegnani. A este deslizamie­nto de Venecia, a esta varia significac­ión de su importanci­a, que hoy podríamos resumir en las réplicas que de la ciudad existen por todo el globo, es a lo que Burke llamó “el lugar de Venecia en la imaginació­n europea”. Un lugar y una imaginació­n que hoy deben extenderse a todo el orbe, pero cuya existencia física, como realidad vital, acaso esté conociendo sus últimos –dejémoslo en penúltimos–

 ?? D. S. ?? Una imagen de Venecia; abajo, el escritor y académico Félix de Azúa (Barcelona, 1944).
Félix de Azúa. Athenaica. Sevilla, 2021. 232 páginas. 22 euros
D. S. Una imagen de Venecia; abajo, el escritor y académico Félix de Azúa (Barcelona, 1944). Félix de Azúa. Athenaica. Sevilla, 2021. 232 páginas. 22 euros

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