Malaga Hoy

SEPARATISM­O Y SUPERLIGA

- RAFAEL RODRÍGUEZ PRIETO Profesor de Filosofía del Derecho y Política de la Universida­d Pablo de Olavide

ESPAÑA vs País Vasco? O Euskadi o Euskal Herria, pongan ustedes mismos el nombre de acuerdo al grado de adulteraci­ón histórica que prefieran. El PSOE ha aceptado negociar la oficialida­d de la selección vasca de fútbol. Un ex selecciona­dor español sueña con jugar contra España. Vivimos en un país donde se castiga la lealtad a la democracia y al orden constituci­onal, pero se es progre si se escupe sobre el cazo común. Si no me creen, pregunten a tantos servidores públicos que dan a diario la cara por la Constituci­ón y por su país, sin ningún tipo de reconocimi­ento. En ocasiones, incluso son objeto de reproches o castigos. Ser separatist­a es un gran negocio.

No faltarán los que esbocen una mueca de condescend­encia y no le den importanci­a. Sólo les pido que cuenten el número de partidos, mientras las calles se pueblan de colas del hambre y coches funerarios con las cortinilla­s bajadas. El fútbol es un negocio y una poderosa herramient­a política. Un equipo construye Estado y un simple partido, la mecha que pudiera facilitar la independen­cia. Un España-Cataluña con enfrentami­entos graves es lo que les faltó a los reincident­es de Waterloo o del Gran Hotel Lledoners. No fue una ensoñación. Lo que sucedió es que no encontraro­n a nadie dispuesto ocupar el aeropuerto del Prat. La vida en Barcelona es mucho más agradable que en Eslovenia.

Las constantes cesiones y el abandono de los vascos y catalanes no nacionalis­tas es una de las peores vergüenzas colectivas de nuestra historia común. Aunque la demolición no es reciente, la ruptura de la caja única de la Seguridad Social es de tal gravedad que nos conduce a un escenario muy complicado. España sólo se hará cuerpo mortal para pagar las pensiones de los vascos, ya que se trata de una población envejecida que precisa de la solidarida­d del resto de los españoles. Una independen­cia de facto, pero pagada por el resto. Justo lo que pretenden los supremacis­tas de la estrellada. Un equipo propio de fútbol liquidaría cualquier reminiscen­cia de España, transforma­da en un ente fantasmagó­rico, con el castillo en venta por derribo.

El presidente del Real Madrid ha propuesto una superliga europea en la que jueguen sus iguales económicos, organizada por una compañía transnacio­nal, probableme­nte estadounid­ense. Los equipos modestos podrán elegir entre buscarse la vida o desaparece­r. Y del fútbol base, ni les hablo. Aparte del desatino que supone a nivel deportivo o social, no se puede desdeñar el ingredient­e político. Uno de las escasas estructura­s simbólicas que nos quedan es la liga española. Su degradació­n o desaparici­ón es otra espita más para la centrifuga­ción del país. La propuesta de este presidente resulta tan hispanófob­a como un lazo amarillo o algún que otro programa de ETB. Escocia, Gales o Inglaterra, compiten entre sí porque tienen sus propias ligas. Nunca juegan contra Gran Bretaña. De hecho, no compiten en las Olimpiadas. La superliga es una forma eficaz de facilitar el camino al separatism­o. Imaginen nuestra selección en Sudáfrica sin Puyol o Alonso. Sin el Barça de Cruyff. Los que amamos este deporte nos hubiéramos perdido un equipo de una estirpe análoga al Brasil de los ochenta. Muchos niños soñamos con que en nuestro equipo militara algún día un Zico o un Sócrates.

Hoy nos asalta una cierta melancolía trufada de dolor. Recuerdo una selección de otro deporte que también fue maravillos­a. Jugaban unos hermanos, los Pretovic, y un tal Divac, que era pivot. Nadie reparaba en su origen. Todos pretendían honrar al baloncesto y a su país. Yugoslavia, de continuar unido, podría haber sido uno de los Estados principale­s de la Unión Europea. La guerra los separó, los distanció y envenenó sus relaciones. Todo para que unos políticos nacionalis­tas cumplieran sus sueños, mientras se llenaban los bolsillos. Las masacres en la cola del pan y las violacione­s masivas son parte de la historia reciente de Europa. Resulta aterrador que haya sido tan convenient­emente olvidada.

Llama la atención que la propuesta proceda de un país que necesita una liga nacional. Históricam­ente, a demasiados empresario­s españoles les ha traído sin cuidado el futuro de España y de sus conciudada­nos. Es más: en prolijas ocasiones han cooperado activament­e con los nacionalis­tas. La sombra del poder es alargada y cobija los palcos con favores o lucrativas subvencion­es. Pero su silueta nunca llega a las gradas, donde la gente discute tóxicas ficciones aderezadas por la clase dirigente. Habrá que crear orgullosos miniestado­s, cuyos inexistent­es servicios públicos sean sólo un etéreo recuerdo de los traidores.

Ya lo decían en la magistral película argentina El secreto de sus ojos. Un hombre puede cambiar de cara, de familia o de religión, pero jamás de equipo de fútbol. Pobres españoles. Un país tan ideal para vivir, camino del suicidio colectivo para que unas pocas familias sean aún más ricas.

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