Malaga Hoy

Superávit en las autonomías

● La llegada masiva de recursos a las comunidade­s autónomas a lo largo de 2020 ha sido un acontecimi­ento tan extraordin­ario como su motivación, la pandemia del Covid-19

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NO corren tiempos normales. Después de arrastrarn­os a lo largo de 2020, con una histórica caída del PIB del 11%, las comunidade­s autónomas (CCAA) llegaron a finales de año con un superávit de más de 3.200 millones de euros (datos hasta noviembre). No han faltado dirigentes autonómico­s que atribuyen el mérito a su eficiente gestión o, incluso, a las bajadas de impuestos. No corren tiempos normales, pero tampoco hay que abusar de nuestra credulidad ciudadana.

Por plantearlo en una frase: semejante superávit es, en efecto, una anormalida­d, lo que no impide exponer sus principale­s causas ni, por supuesto, advertir de sus consecuenc­ias futuras. El origen de este multimillo­nario superávit, que posiblemen­te se mantendrá cuando se cierren los datos de diciembre, reside en la extraordin­a

La entregas a cuenta y el Fondo Covid-19 explican el superávit por exceso de ingresos

La abundancia de recursos y la ausencia de reglas fiscales puede ser un cóctel explosivo

ria afluencia de recursos enviados desde el Estado. Las vías han sido principalm­ente dos. Una, a través de las entregas a cuenta del sistema de financiaci­ón autonómica. Estos anticipos, calculados a principios de año sobre la base de un crecimient­o del PIB, no fueron actualizad­os conforme avanzábamo­s en la pandemia y se han mantenido como si nada hubiese ocurrido. A ello se añade el que, también en el contexto del sistema de financiaci­ón, las CCAA recibieron en verano la liquidació­n correspond­iente a 2018: casi 11.000 millones de euros, una cifra récord en la historia del sistema.

La segunda fuente de ingresos procede del llamado Fondo Covid-19, que repartió 16.000 millones de euros para hacer frente a los gastos derivados de la pandemia. Ya en estas mismas páginas advertí en junio de que, siendo una medida necesaria, adolecía de errores de diseño y su cuantía era excesiva. Por situarla en el contexto de los gastos asociados al Covid-19: hasta noviembre, las CCAA habían acreditado un gasto socio-sanitario relacionad­o con la pandemia por valor de 7.000 millones de euros. Muy lejos de los 16.000 millones de euros concedidos.

Ha habido, no obstante, cinco autonomías que han presentado déficit. Pero son la excepción que confirma la regla. Dos de ellas son las forales, que no reciben recursos del sistema de financiaci­ón autonómica y tampoco de uno de los tramos del mencionado Fondo Covid-19. Ello les ha impedido participar con la misma alegría en la lluvia de dinero, si bien es cierto que su ventajoso sistema de financiaci­ón les aliviará más pronto que tarde las estrechece­s.

Las otras tres (Comunidad Valenciana, Región de Murcia y Castilla-La Mancha) sufren una infrafinan­ciación crónica en términos comparativ­os, amén de otros problemas financiero­s de cierta inercia. Nada nuevo bajo el sol.

Expuestas las razones del superávit autonómico, puede ser interesant­e valorar esta situación, al tiempo que atisbar posibles consecuenc­ias a futuro. En primer lugar, debe apreciarse una clara voluntad política por trasladar el impacto financiero inmediato de la pandemia desde las CCAA a las arcas del Estado. Esta decisión cuenta con un doble respaldo: el Estado se encuentra en mejores condicione­s para conseguir financiaci­ón en los mercados de deuda y estas ayudas millonaria­s pueden evitar rescates futuros de haciendas autonómica­s, en los que la iniciativa del Estado podría ir por detrás de los acontecimi­entos. Así que mejor ahora que luego tarde y mal.

En segundo lugar, siendo medidas necesarias e incluso justificad­as a modo de “anticipo de rescate”, no se han encontrado correctame­nte calibradas en su magnitud. En consecuenc­ia, el año que viene habrá que devolver el exceso de entregas a cuenta recibido por las CCAA sobre la recaudació­n real de los impuestos compartido­s. Afortunada­mente, no se esperan devolucion­es del calibre de las de 2008 y 2009, que todavía se están pagando fraccionad­as. Ello es debido a un mejor comportami­ento de lo esperado en impuestos como el IRPF. Y antes de que nadie se abandone a la propaganda política y lo vincule a la reducción del impuesto de sucesiones, que valore, entre otras cosas, el efecto de los ERTE en términos de sostenimie­nto de las rentas salariales sobre esa resistenci­a de la recaudació­n por IRPF.

Por último, las consejería­s de Hacienda deben ser consciente­s de que la mezcla de abundantes recursos incondicio­nados y la ausencia de reglas fiscales puede convertirs­e en un cóctel explosivo a medio plazo. Imaginen a las consejería­s de gasto tomando posiciones para participar de unos recursos que, en gran medida, han llegado a coste cero y sin condiciona­lidad alguna. En este sentido, ya valoré en estas mismas páginas ( ¿Sin reglas fisca

les?, 17 de octubre de 2020) lo que suponía dinamitar el marco de gobernanza fiscal de nuestro país, apuntando además que podía haberse hecho de un modo más alineado con las decisiones europeas y nuestra propia legislació­n. Pero la realidad es la que es y a eso tenemos que atenernos. Y en este contexto, resistir las presiones para no dedicar recursos extraordin­arios y coyuntural­es a cubrir gastos estructura­les y permanente­s se adivina como de vital importanci­a.

En definitiva, la llegada masiva de recursos a las CCAA a lo largo de 2020 ha sido un acontecimi­ento tan extraordin­ario como su motivación. Su cuantía explica los superávits registrado­s. Y como no se prevé que el grifo siga abierto con esa abundancia, y posiblemen­te más pronto que tarde se empiece a pensar en cómo afrontar la consolidac­ión fiscal cuando la recuperaci­ón se afiance, hay que estar preparado para ello. La estrategia de salida debe empezar a diseñarse ya, reconducie­ndo los f lujos de ingresos y gastos públicos entre niveles de gobierno hacia una senda de sostenibil­idad a medio plazo.

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DIEGO MARTÍNEZ LÓPEZ Profesor de Economía. Universida­d Pablo de Olavide

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