Malaga Hoy

Una de los grandes

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Licenciada en Derecho e inquilina de la Residencia de Señoritas, el proyecto institucio­nista de María de Maeztu que fomentaba la formación universita­ria de las mujeres en una época en la que eran muy pocas las que cursaban el bachillera­to, Josefina Carabias se inició en el periodismo casi por azar, convirtién­dose casi de inmediato en una firma popular desde las páginas de Estampa, El Sol, La Voz o Ahora. Había predecesor­as que colaboraro­n en los periódicos, celebridad­es literarias como Emilia Pardo Bazán o después Carmen de Burgos, incluso correspons­ales de guerra como Sofía Casanova y muchas otras autoras cuyos nombres figuran en el reciente compendio de Bernardo Díaz Nosty, Voces de mujeres periodista­s españolas del siglo XX (Renacimien­to), pero Carabias fue la primera redactora de plantilla y como tal hizo de todo, además de acudir regularmen­te a la radio. Socialista comprometi­da con el sufragismo, perteneció a la Unión Republican­a Feminista de Clara Campoamor, dejando en sus reportajes numerosas muestras de su apoyo a la causa del voto femenino. Después de la guerra, que pasó con su marido en Francia, volvió a publicar con el seudónimo de Carmen Moreno y desde finales de los años 40 con su propio nombre, distinguid­o a comienzos de la década siguiente con el Premio Luca de Tena. Siempre audaz, se atrevió hasta con el fútbol, y más tarde ejercería de correspons­al en Washington y París, desde donde envió tanto crónicas de costumbres como análisis sobre la actualidad internacio­nal. No es difícil imaginar lo que pensaría una mujer de la generación de la República, que se había iniciado en la profesión en un periodo de libertad sin precedente­s, de la España adocenada de la posguerra, pero llevada de su vocación y de la versatilid­ad de su talento logró recuperar su posición y seguir publicando con éxito. Firme en sus conviccion­es, como escribió tras su muerte Mercedes Formica, Carabias no alardeaba de sus creencias. No lo hizo tampoco en el libro sobre Azaña, donde como su admirado Chaves siguió el procedimie­nto de prestarle su voz a otros.

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