Malaga Hoy

Los infinitos ecos del príncipe constante

● La Compañía Nacional de Teatro Clásico estrena su nuevo montaje de ‘El príncipe constante’ de Calderón en coproducci­ón con el Teatro del Soho Caixabank, a donde llegará el próximo mayo

- PABLO BUJALANCE

LA reivindica­ción de la que viene siendo objeto Calderón de la Barca en el teatro español desde hace algunos años más allá de La vida es sueño resulta harto estimulant­e, no sólo en señal de justicia hacia una figura a menudo incomprend­ida, sino por las posibilida­des, múltiples, diversas y todavía insospecha­das, que su obra encierra. Uno de los ejemplos más destacados llegó hace un par de años con la producción de El gran mercado del mundo a cargo del Teatre Nacional de Catalunya que firmaba Xavier Albertí, con una mirada contemporá­nea capaz de destilar, con amplia resonancia, las consignas morales del texto. Con esta premisa, resultaba lógico que Lluís Homar contara con Albertí entre sus primeros aliados esenciales tras su llegada a la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Dicho y hecho: el Teatro de la Comedia de Madrid acogió ayer el estreno absoluto del montaje de El príncipe constante de Calderón que, bajo la dirección de Albertí, sirve en bandeja la misma CNTC en coproducci­ón con el Teatro Arriaga de Bilbao, el Teatro Principal Antzokia de Vitoria-Gasteiz y el Teatro del Soho CaixaBank de Málaga, donde podrá verse la obra del 20 al 23 de mayo en la única cita andaluza anunciada hasta el momento. Si se trataba de reivindica­r a Calderón como autor esencial del teatro europeo, y a su obra como caudal fértil para la más feliz exploració­n escénica, pocas obras resultan tan apropiadas como El príncipe constante, donde, bajo los códigos previstos en el catolicism­o, el autor radiografí­a con precisión sus obsesiones más reconocibl­es: la oposición entre esclavitud y libertad, la posibilida­d del ejercicio de la voluntad y la existencia entendida como precio. En la historia del martirio del infante Fernando de Portugal en el norte de África, Calderón confronta el rango tradiciona­l del privilegio con una visión estoica del cristianis­mo inédita en el siglo XVII y, claro, cargada de intencione­s por parte del autor respecto a su época: tal y como indica Xavier Albertí, en la obra “la lucha entre islam y cristianis­mo se transforma­ba en la lucha entre cristianis­mo primitivo y catolicism­o contrarref­ormista; porque en ella late la tensión entre una iglesia de piedra y reliquias y una iglesia de caminos de búsqueda de la felicidad última de la experienci­a humana”.

Para esta puesta en escena de El príncipe constante, Albertí dirige un elenco formado por el propio Lluís Homar, Jonás Alonso, Íñigo Álvarez de Lara, Beatriz Argüello, Rafa Castejón, José Cobertera, Lara Grube, Álvaro de Juan, Marina Mulet, Arturo Querejeta, José Juan Rodríguez, Egoitz Sánchez, José Juan Sevilla y Jorge Varandela, además de la actuación en directo del Cuarteto Bauhaus. Puede decirse, por tanto, que la obra cuenta con una producción a la altura, pero lo más interesant­e será, en todo caso, advertir la reacción por parte del público ante el dilema entre la identidad impuesta como garantía social y el despojamie­nto como autenticid­ad personal, un dilema que en el mundo contemporá­neo se libra en escenarios bien concretos y que Calderón lleva a sus límites. Apunta Albertí al respecto que, a lo largo de la historia, la obra “ha convertido a sus espectador­es en receptores de infinitos ecos, donde se reconoce a Platón, a Góngora, a Virgilio, a San Agustín, a los estoicos, a Erasmo, a Caravaggio, a Velázquez, a San Francisco de Asís, a Pasolini”. Y por esos infinitos ecos El príncipe constante ha despertado pasiones encendidas a lo largo de los siglos. En una carta escrita a Schiller en 1804, Goethe, quien promovió su representa­ción en Weimar seis años después, afirmó: “Si toda la poesía del mundo desapareci­era, sería posible reconstrui­rla a partir de El príncipe constante”, una considerac­ión que en todo este tiempo únicamente ha podido compartir Hamlet. Jerzy Grotowski estrenó un histórico montaje en Wroclaw en 1968 y, veinte años después, Alberto González Vergel presentó otra memorable producción, tal vez la más significat­iva hasta la fecha en el teatro español, en el Festival de Mérida. La crítica ha visto en la obra de Calderón un precursor directo del existencia­lismo, del personalis­mo y de las más variopinta­s corrientes filosófica­s y literarias del siglo XX. Pocas veces el teatro ha sido capaz de alumbrar una criatura con semejante aspiración de afección y eternidad.

En Nadie lo quiere creer, la obra de Eusebio Calonge, uno de los personajes de La Zaranda pregonaba: “Yo vengo de la estirpe de Alonso Quijano, de Segismundo, del príncipe constante ; yo arderé en el infierno, pero ellos seguirán vivos”. Así es, todavía.

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FOTOGRAFÍA­S: SERGIO PARRA Una imagen de la producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico de ‘El príncipe constante’, dirigida por Xavier Albertí.
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Lluís Homar, en la obra.
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