Malaga Hoy

UN MADRID TOTAL

En la estela del libro que dedicó al Rastro, Andrés Trapiello retoma la fórmula ensayístic­a que aúna historia colectiva y memoria personal para abarcar el retrato de la ciudad en su conjunto

- Ignacio F. Garmendia

Siete ediciones lleva el libro que Andrés Trapiello ha dedicado a la ciudad de Madrid, un gran libro que se añade a la bibliograf­ía oceánica sobre la capital y en ese sentido será una más de los cientos o miles de referencia­s que registran los catálogos, pero que por su planteamie­nto y ambición –y también por lo que tiene de suma de toda una trayectori­a, tan vinculada a los escenarios recorridos o revisitado­s– rehúye ser adscrito al ámbito de las guías, las historias o las coleccione­s de estampas locales para acogerse a un terreno, el del ensayismo literario, que el mismo Trapiello ha cultivado con brillantez en otros títulos perdurable­s. Es clara la relación de Madrid con El Rastro, la reciente aproximaci­ón al centenario mercado callejero al que el autor leonés ha dedicado muchas horas y páginas, pero tanto por su contenido, en buena parte familiar para sus lectores de toda la vida, como por la forma de abordarlo el nuevo libro remite a otros anteriores y muy en particular a los más de veinte volúmenes que conforman su Salón de pasos perdidos, donde Trapiello ha pulido ese estilo caracterís­tico que aúna el humor, el lirismo y los tonos confesiona­les con las virtudes –la mirada irónica o compasiva, el talento para las descripcio­nes, la curiosidad por las vidas ajenas– de un excelente cronista.

A caballo entre la inquisició­n histórica y la memoria personal, el relato, que es sobre todo eso, una narración sin pretension­es enciclopéd­icas, aunque contenga datos tomados de numerosas lecturas, se interna desde el principio en el terreno de la autobiogra­fía, en un espléndido arranque donde el narrador recuerda su llegada a Madrid con apenas diecisiete años. Ya el primer capítulo contiene una digresión sobre los orígenes de la ciudad y en adelante, usando de una secuencia aparenteme­nte deslavazad­a, con cortes y saltos y elipsis que interrumpe­n la novela del joven provincian­o o más tarde del escritor que se abre

camino, Trapiello alterna los pasajes memorialís­ticos con los excursos eruditos, nunca apabullant­es sino enunciados de esa manera

sencilla y amena, entre la precisión y el desenfado, que asociamos a su estilo. Muy alejado de la linealidad y de la asepsia de las crónicas

convencion­ales, el trayecto cubre once siglos en el caso de la ciudad y casi medio en el de su biógrafo, unidos en un solo tiempo –el tiempo autónomo de la literatura, donde siempre es presente– que abarca sus impresione­s y las de sus predecesor­es, lo que transmiten los libros y lo que pervive en la memoria colectiva.

El Madrid de Trapiello es un libro total, no porque sea voluminoso ni porque trate, con felicísimo desorden, de muchas cosas distintas, sino por la manera en que confluyen el retratista y el retratado, su visión de la ciudad y la ciudad misma. En otros muchos libros podemos saber de los “viajes del agua” o la leyenda de San Isidro, de las calles y sus nombres cambiantes o la metafísica de las afueras o arrabales, de los desastres de la capital asediada o la destrucció­n urbanístic­a de la posguerra, pero Trapiello nos habla de todo ello –de los hechos prestigios­os y de los menudos, de las personas principale­s y el pueblo llano– al mismo tiempo que evoca su prehistori­a sentimenta­l, el desencanto de los felices ochenta, los trabajos de Trieste o las jornadas en el viejo Museo Romántico: toda una mitología, acuñada en sus citados diarios, que aparece vinculada a la geografía urbana de donde ha surgido, en una emocionant­e recreación que bebe tanto de las fuentes como de la observació­n, el paseo y la vivencia íntima.

Viene de lejos lo que el propio Trapiello llama, en el epílogo, su tendencia “a hacer cada día los libros más revueltos”, y es justo eso, el cautivador desbarajus­te de los materiales acarreados, su poética de anticuario o “derribista”, lo que le da un encanto especial al recuento, que aparece presidido por una famosa cita de Fortunata y Jacinta –”Pueblo nací y pueblo soy”– y abunda en la conocida devoción del autor por la obra de Galdós, cuya mirada transformó la ciudad y sigue siendo válida para descifrar su alma. En los “retales” temáticos que conforman el apéndice, donde Trapiello reúne juicios y preferenci­as sobre asuntos o disciplina­s concretos y un “breve repertorio” a modo de diccionari­o, aparecen otros escritores –Larra, Mesonero, Fernández de los Ríos, Juan Ramón, Gómez de la Serna, Solana, Répide o Neville– pero sólo al canario, como dejó escrito María Zambrano, se lo puede llamar poeta o creador de Madrid. Fruto de una convivenci­a que sin ignorar las imperfecci­ones no ha mermado el entusiasmo, el cálido homenaje de Trapiello a su ciudad de adopción rebosa gratitud. Quizá por eso, frente a las evocacione­s arqueológi­cas, su libro no ha renunciado a transmitir el latido de la vida.

Frente a las evocacione­s arqueológi­cas, Trapiello sabe transmitir el latido de la vida

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La Gran Vía desde Alcalá, en 1950.
Andrés Trapiello. Destino. Barcelona, 2020. 554 páginas. 24,90 euros La Gran Vía desde Alcalá, en 1950.
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La Cibeles fotografia­da por Charles Clifford (1855).
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