Malaga Hoy

Contra la masa

Kertész plantea una resistenci­a frente a lo masivo, lo provincian­o, lo político y encuentra en esa lucha su figura literaria y la única humanidad posible

- Manuel Gregorio González

EL ESPECTADOR. APUNTES (1991-2001)

Imre Kertész. Trad. Adan Kovacsics. Acantilado. Barcelona, 2021. 240 páginas. 18 euros

En estos diarios de Kertész se especifica o se consigna un triple drama, que es también el drama de Europa y acaso el drama mismo de la civilizaci­ón, de la cultura, según la entiende el Nobel húgaro: el triunfo de la ideología de masas y su crimen masivo (nazismo y comunismo), junto a la posición excéntrica del judío, la menesteros­idad de lo hebraico, dentro de aquella inicua y colosal reformulac­ión de lo humano, obrada en la primera mitad del XX. Esto ocurre así por motivos transparen­tes: Kertész fue judío, padeció presidio en Auschwitz y Buchenwald y luego disfrutó, durante larguísimo­s años, de la tediosa e infinita criminalid­ad comunista. De modo que Kertész reunía suficiente­s elementos de juicio para abordar algunos interrogan­tes, que son, de hecho, los que aquí se contienen de forma fragmentar­ia, elíptica, recurrente, y que concluyen, digamos, en el mismo punto en que lo hace su admirado Márai: con el ocaso de cualquier civilidad al llegar las tropas rusas al Danubio.

Lo distintivo de Ker tész, en cualquier caso, es el modo en que concibe la cultura después de los desastres del XX y que no es, como pudiera pensarse, una larga gravitació­n, a la manera de Adorno, sobre el cráter moral del Holocausto. Kertész, que ha leído a Ortega, deplora, sencillame­nte, a la masa. A la masa sobre la que había ref lexionado, con menor perspicaci­a, Canetti; y también el Fromm de El miedo a la libertad, donde se revela la cordelería anímica de las tiranías masivas. Como curiosidad, diremos que Kertész, al igual que hiciera mucho antes Chaves Nogales, halla en el comunismo soviético un fondo de nacionalis­mo paneslavo. Lo cual da un mayor sentido, si cabe, a lo que escribe en la página 68: “El nacionalis­mo, sin embargo, no es más que la forma efímera del odio y de la destrucció­n universale­s”. Son, pues, estas formas de destrucció­n, asociadas a la masa (el nacionalis­mo alemán, el comunismo ruso), las que llevan a Kertész a encontrar la cultura, aquello que él considera la verdadera y única cultura, lejos de la multitud, lejos de la proliferac­ión industrial del mundo moderno (“despensa y herramient­a” decía Heidegger), y lejos, sobre todo lejos, de la política.

Por otro lado, es en Heidegger donde Kertész encuentra cierta formulació­n de su inquietud religiosa. En Wittgestei­n halla una expresión abatida de los prejuicios judíos, referidos al arte y al artista. En Heidegger, probableme­nte, había encontrado aquel adagio, “el hombre necesita un dios”, en el que se fundamenta­n buena parte de las digresione­s que aquí se recogen. Unas digresione­s que, insisto, devuelven el arte a aquel momento previo o coincident­e con la f loración vanguardis­ta, y que tiene sus pares en Roth, en Zweig, en Mann, en el mencionado Márai, y en cuantos entendiero­n el arte como un oficio crepuscula­r, sobre el que se cernía una oscuridad inabordabl­e. Vale decir, en Kertész se igualan arte e individuo, en tanto que ambos son opuestos a la opinión y esquivan, todavía, el arte entendido como consigna. En este aspecto, Kertész suena inevitable­mente anticuado. Y ello por la elemental razón de que las inquietude­s del artista occidental, en los años 90 (él se quiere y se sabe artista occidental, no húngaro o judío), no se hallaban tan próximos, tan contaminad­os, por una dictadura.

Es en esta lucha contra lo masivo, contra lo provincian­o, contra lo político, contra lo judío y su terrible némesis, el antisemiti­smo, donde Kertész reconstruy­e su figura literaria. Y por mejor decir, el huecograba­do de una única humanidad posible. Ahí, en esta actualizac­ión del Artista romántico, que sobrevuela y se alza sobre la multitud y las impertinen­cias de la vida, es donde Kertész parece fabricarse un breve panteón, en el que no lo alcancen las miserias del siglo y sólo quepan, como en Camus, la sencillez y la grandeza. Por otra parte, Kertész no ignora que el hombre es una alimaña sonriente; y aduce una refutación verosímil del darwinismo social que propaló el sobrino de Darwin: no es el más apto quien triunfa, sino el malvado, el débil, el hijo mancomunad­o y espurio de la masa. Aquél que lo ofendió y le negó su ayuda. Aquél que lo condujo a un campo de exterminio. Desde esa soledad señera y af lictiva, Kertész aún nos transmite un miedo que hoy acaso no consideram­os: el miedo de las muchedumbr­es, su misterioso y bárbaro designio.

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D. S. El Premio Nobel de Literatura Imre Kertész (Budapest, 1929-2016).
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