Malaga Hoy

El resol de la mística

Rafael Narbona repasa en un prodigioso ensayo, ‘Peregrinos del absoluto’, la vivencia de personajes que sintieron esa otra luz que iba más allá de la razón

- Javier González-Cotta

PEREGRINOS DEL ABSOLUTO. LA EXPERIENCI­A MÍSTICA

Rafael Narbona. Taugenit. Madrid, 2020. 208 páginas. 19,95 euros.

Léon Bloy, el loco de Dios, dijo de sí mismo que era un “peregrino del absoluto”. Curiosamen­te, sin embargo, no aparece retratado en esta ringlera de místicos y peregrinos del absoluto a los que Rafael Narbona ha dedicado su libro. El guarismo no es baladí en el número total de los aquí aparecen fijados a modo de galería. Doce son las tribus de Israel, doce fueron los elegidos del Señor y doce son las puertas de la Jerusalén Celeste.

Nos preguntamo­s si la mística, en el sentido de vivir otra luz fuera de la razón, tiene cabida en el mundo lógico, inmediato y prejuicios­o de hoy. Dice Javier Gomá que hemos pasado del relativism­o saludable a un relativism­o furioso. “La fe –añade Narbona– no se arrodilla ante el altar de la razón; camina por la noche oscura, sin otra lumbre que un amor ciego y una sed inextingui­ble. La llama mística es ceniza helada; se alimenta del frío y la incertidum­bre, pero anuncia una aurora de pájaros cantores y viñas en f lor”.

La mística halla su loto trascenden­te en casi todas las religiones. Se encuentra en las creencias orientales (taoísmo, budismo, hinduismo). Existe l a mística judía del Antiguo Testamento, frente a la mística cristológi­ca que inició Pablo de Tarso. El sufismo mantiene su tensión herética con la ortodoxia del islam. Dios es absolutame­nte trascenden­te y su rostro permanece enigmática­mente oculto. Pero el sufí busca que en su alma límpida se ref leje el propio rostro de Dios.

Teresa de Jesús, con quien se inicia el libro, ref leja la unión con Dios mediante la oración y propicia un escándalo para la fe cristiana: convierte el cuerpo, el corrupto habitáculo de la carne, en el templo donde se manifiesta el dardo divino. En San Juan de la Cruz, por su parte, la noche oscura halla su relectura. La mística de la noche oscura no nos saca del mundo, pero nos hace profundiza­r en sus raíces buscando la huella de lo divino.

La mística del corazón la representa Pascal, matemático y filósofo, aunque buscó a Dios por encima de la razón. Autor de la “teoría de la apuesta”, para Pascal el hombre es un ser maravillos­o y monstruoso a la vez. Sugiere que Dios se halla cuando miramos y profundiza­mos en soledad en la cálida vís

La verdad divina. Santa Teresa de Jesús, Miguel de Unamuno o William Blake son algunos de los personajes de los que habla Rafael Narbona en ‘Peregrinos del absoluto’, un libro en el que el autor cuenta cómo se enfrentaro­n a la experienci­a mística. “Quién busca la verdad”, dijo Edith Stein, “busca a Dios, sea o no consciente de ello”. cera de nuestro corazón. Otro de los retratados, William Blake, se nos revela como el místico de la imaginació­n. Sólo en el universo de la imaginació­n se halla el magma espiritual. Dicho universo es para Blake el escenario de la Encarnació­n, la Pasión y la Resurrecci­ón. A su lado, el mundo material es sólo “un petrificad­o caos abominable” y una “horrenda vacuidad sin fondo”.

En el agrio Kierkegaar­d l a mística de la libertad consiste en un pacto de lágrimas con Dios que implica una subordinac­ión radical. No hay más verdad que la subjetivid­ad y a través de ella se alcanza la mística, el misterio de la libertad. En este estadio de trance, la humanizaci­ón de Cristo es una ofensa. Bien al contrario, en Thomas Merton emerge la mística de la contemplac­ión del rostro de Jesús y el de la Virgen María (de ahí su embeleso frente a los iconos bizantinos). Paradójica­mente, Merton también buscó la inmersión en la faz del Invisible, como hacen los sufíes, aunque un hadiz de Mahoma dice que el esplendor del rostro de Dios dejará ciego a cualquiera que se atreva a retirar los setenta mil velos de luz y oscuridad que lo esconden.

Georges Bataille, alumno de Nietzsche y Sade, anuncia la mística de la transgresi­ón a través del asesinato sexual: los cuerpos se matan entre ellos en el coito y a la verdad sólo se llega “de horror en horror”, navegando por “los ríos fétidos” de las cavidades corporales. El erotismo místico de Bataille va mucho más allá de la aparente degradació­n. Frente a la mística de la nada de Cioran (“Dios es la expresión positiva de la nada”), Simone Weil representa la mística del amor fati. Cristo es la cruz del paria y del desamparad­o. Dios, a través del madero, se halla en todas las cosas, ya sean graves o menudas. Weil, de la que Narbona hace una emocionant­e semblanza, vendrá a ser la judía que se situó en el umbral del catolicism­o. Asimismo, en otra j udía, Etty Hillesum, descubrimo­s la mística de la alegría: hay que salvar a Dios profundiza­ndo en el resquicio íntimo que nos habita, ofreciendo amor y alegría. Hillesum nunca renunció a la alegría trascenden­te, pese a que fue engullida por la Shoah.

Si Rilke rechaza al Cristo hombre y busca a Dios como suprema categoría estética, en Unamuno lo que prima es el Cristo sanguinole­nto y español, que encarna el dolor, la virilidad de la fe. Pese a la mística de la duda paradójica que siempre arrastrará (de ahí su agonismo existencia­l), Unamuno cree firmemente en Jesús. Representa la “hombría de Dios”, la carnalidad del evangelio, donde no cabe dogma teológico alguno.

Señala Rafael Narbona que el siglo XXI será místico o no será. Después de leer su libro queremos que esto sea cierto.

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