Músicas de cine para un Goya virtual
Seis compositores para las cuatro finalistas a la mejor música original: ‘El verano que vivimos’, ‘Adú’, ‘Baby’ y ‘Akelarre’
No fue 2020 un buen año para el cine español más allá de las consabidas circunstancias pandémicas. En consecuencia, tampoco para los Goya, que llegan este próximo sábado a una nueva gala (virtual) bastante mermados de títulos de verdadera calidad. Tan sólo Las niñas, de Pilar Palomero, despunta a cierta altura en un quinteto aspirante a mejor película donde Adú, de Salvador Calvo, Sentimental, de Cesc Gay, La boda de Rosa, de Icíar Bollaín, o Ane, de David P. Sañudo, se quedan en un nivel a lo sumo correcto, discreto o mediocre.
Curiosamente, Las niñas no tiene música incidental original y utiliza las canciones como guía emocional y sensorial para su retrato impresionista de una preadolescente en la España de los primeros noventa. El filme de Palomero se aleja así también de los modelos musicales estandarizados por la industria, que si bien suenan estupendamente y están facturados con una técnica y una producción impecables, no dejan de reproducir lenguajes y modos asociativos algo estereotipados.
Un buen ejemplo de esto último es la música del hispano-argentino Federico Jusid para El verano que vivimos, de Carlos Sedes, un trabajo orquestal que remite al cine clásico, sus leitmotivs y su paleta cromática, con guiños a Rachmaninov, para acompañar y desentrañar el núcleo sentimental de la película y subrayar su carácter paisajístico. Cualquier elemento local queda también sepultado en la música por el galope orquestal y los reconocibles pliegues melódicos y armónicos de una partitura que se nos antoja intercambiable con tantas otras y que en cualquier caso confirma la versatilidad de Jusid, un compositor que en 2020 firmaba también junto a Adrián Foulkes una de las mejores bandas sonoras de este año, No matarás, esta sí de carácter más experimental, atmosférico y contemporáneo en su tratamiento sonoro y en su interacción física con la película.
El murciano Roque Baños, que este año ha completado hasta siete trabajos a pesar de haber sufrido los estragos del Covid-19, vuelve a optar al Goya (ya tiene tres) con
Adú, donde la escritura orquestal se colorea de tonalidades africanas para tejer el hilo interior que hilvana las tres historias en paralelo del filme, tan bienintencionadas como esquemáticas. Superdotado para la orquestación y la mímesis, heredero de las técnicas goldsmithianas, como ha demostrado de manera eficiente y extensa en su música para la serie de Álex de la Iglesia 30 Monedas, Baños no consigue escapar aquí de ciertos clichés de la world music, canción ( Sababoo, compuesta junto a Cherif Badua) incluida, en una partitura que integra la orquesta, la electrónica y la instrumentación africana (de la kora a la flauta), con especial protagonismo de la percusión para los pasajes de acción y del piano para los momentos más íntimos y sentimentales.
El alavés Bingen Mendizábal vuelve a la actualidad con una nueva nominación al Goya junto a Koldo Uriarte gracias a su música pa
ra Baby, de Juanma Bajo Ulloa, el director con el que se dio a conocer en los 90 en Alas de mariposa, La madre muerta o Airbag. Y vuelve a lo grande en una partitura netamente orquestal, melódica y clásica que además ocupa un primer plano en un filme que carece de diálogos. Su música es la que, distribuida en temas y tonos, entre la épica y la intimidad, entre el piano y la voz soprano, aspira a impulsar, sugerir y dirigir emocionalmente los temas y rincones de una fábula de tono fantástico sobre la maternidad en la que, en ocasiones, está demasiado por encima de las imágenes. Un trabajo desnudo que expone demasiado la escritura musical y no siempre encuentra el equilibrio o el volumen adecuados.
También en colaboración y desde el País Vasco han trabajado Aránzazu Calleja (habitual de Borja Cobeaga y autora de la música de Psiconautas y El hoyo) y Maite Arroitajauregui en la banda sonora de Akelarre, de Pablo Agüero, la última candidata al Goya de este año y, ya de paso, nuestra preferida. Si la segunda se ha encargado de la música incidental, basada en los modos del folclore vasco y en su instrumentación, recreada en la grabación por el cuarteto Alos y con la participación de la nyckelharpa, la primera se ha encargado de componer las canciones en euskera que interpretan en el filme el grupo de mujeres libres acusadas de brujería por la Inquisición, donde destaca el trabajo filológico en el uso de instrumentos folclóricos y de época como la alboka, el ttun ttun, la xirula, la rabita, la pandereta o las castañuelas. Dos trabajos musicales que se integran y funden sin solución de continuidad y que dotan al filme, como así se pretende, de una lectura contemporánea que, paradójicamente, se ancla en una tradición musical perfectamente reinterpretada y actualizada.
En ‘Akelarre’ conviven las canciones folclóricas y el cuarteto de cuerda (Alos)
Mendizábal regresa con la omnipresente música de ‘Baby’, un filme sin diálogos