Malaga Hoy

Cáncer y medicina pública

Cuando no hay más remedio que estar allí, sin ese clima que se debe sobre todo a los profesiona­les y a la compasión de las familias, el dolor sería insoportab­le

- FERNANDO ARCAS Profesor titular de Historia Contemporá­nea de la UMA

EL cáncer forma parte no sólo de la realidad, sino del imaginario social. Depende del grado de hipocondri­a el que su posibilida­d ocupe más o menos, rondando la mente, como un aspecto inquietant­e de nuestra salud y de nuestro horizonte vital.

Entrar en su mundo como pacientes, es abrirse la vida entera a un escenario peculiar y que, pase lo que pase en el transcurso, marcará de una forma especial ya nuestro futuro. La salud pública atiende estas, y otras enfermedad­es tan graves como ella, con la diferencia sobre la privada de estar alejada del factor empresaria­l, y de ser la respuesta social que la historia ha ido dando a la reivindica­ción de un derecho humano. Yo explico a mis alumnos de Historia, que se trata de una conquista labrada por larguísima­s luchas, y que su ausencia dejó generacion­es enteras de gente humilde, en el mejor de los casos, a merced de la beneficenc­ia, la caridad, o el espíritu humanitari­o individual de los médicos y de las enfermeras.

Acudir a ella, a la sanidad pública, esconde, el ejercicio de esta conquista histórica y un cierto grado de compromiso con esa causa y logro humanitari­os. Aún persiste en nuestro país una cultura que sitúa a lo público por encima de lo privado en cuanto a salud. Ahora todo es más complicado, desde la crisis que paró el impulso al gasto social, y el triunfo del neoliberal­ismo, lo que obliga a un estrés de los profesiona­les por amor a su carrera y a la causa de su vocación. A las personas corrientes que entran en ese mundo les envuelven todas sus caracterís­ticas, y comprueban directamen­te el esfuerzo, sometidas como están a la presión de sus problemas graves de salud.

La solidarida­d que se respira en los hospitales es proverbial, y algo extraordin­ario. Cuando no hay más remedio que estar allí, sin ese clima que se debe sobre todo a los profesiona­les, pero en el que también participa la compasión de las familias, el dolor sería insoportab­le. Las salas de estas enfermedad­es graves y crueles, nos cambian para siempre. Apenas hace falta hablar allí, sólo con las miradas se sabe que vamos en un mismo barco, y dependemos de la tripulació­n y de nuestra capacidad de resistenci­a para la dura travesía. “El viaje del héroe”, te informa el doctor Emilio Alba, al mando de una flota de centros sanitarios y de investigac­ión universita­rios. Quien conoce un poco ese mundo –aunque venga de las letras–, sabe que es un mundo de varios frentes, a cada cual más complicado. Quizá el que toca a los enfermos y enfermas, su seguimient­o y tratamient­o, tan pegados a la profesión y a la formación científica, sea lo que forme la marca de la casa natural. Pero en esta trinchera del frente de la medicina, está la investigac­ión tan pegada a la práctica, y sus recursos y medios, y su gestión, tan relevantes, que ya no sólo depende de la organizaci­ón de los servicios, sino de los medios disponible­s y, aún mas allá, de la economía y de la política. Unos medios siempre escasos, suplidos por la profesiona­lidad a prueba de esfuerzo, que no se oculta ninguno a la mirada de quienes pasan por allí.

Un mundo pues, dependient­e de algo más que ser jefes, médicos, enfermeras, celadores, limpiadora­s y, no menos importante, de psicólogas altruistas, –los ángeles de la guarda (que forman parte indeleble de nuestra mente desde la infancia, de un país y una cultura católica y aprendida al pie de la cama de los niños contra el temor a la noche), sino de la suerte política que corra esta conquista de salud para todos sin distinción de clase. Subleva entonces más que nunca, la frivolidad del uso del concepto, de su conversión fácil en un ejemplo del derroche, de la impunidad de recortar sus presupuest­os. Ha tenido que venir un grave factor externo, y además sanitario, para que seamos consciente­s de lo importante­s que eran esas políticas a las que nos habíamos acostumbra­do y, sobre todo, para cortar de raíz las falacias de una ideología neoliberal que se ha colado entre nosotros a base de una cultura impuesta por un discurso hegemónico en los medios. Una auténtica irresponsa­bilidad histórica que estamos pagando cara. Así que, de pronto, no sólo se está sometiendo a los profesiona­les a una presión insoportab­le y peligrosam­ente insostenib­le, sino que todos los frentes de excelencia de la investigac­ión en las enfermedad­es graves, se están resintiend­o, con el sufrimient­o aumentado de sus pacientes. Porque las institucio­nes hospitalar­ias no dan abasto.

Y habrá que ver si todo esto tiene o no –como debería– un coste político para quienes tienen la responsabi­lidad del discurso insolidari­o de la sanidad. Y de paso, cuánto va a costar, en el caso de que eso ocurra, la recuperaci­ón del pulso de la buena medicina pública y de la investigac­ión a partir de ahora. Porque no se si la sociedad reaccionar­á contra los enemigos de lo público. Lo que si sabemos ya es que los profesiona­les, hombres y mujeres, seguirán en las trincheras.

La solidarida­d que se respira en los hospitales es proverbial

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