Malaga Hoy

LA CANCIÓN DEL EMIGRANTE

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SON tiempos difíciles para todos, también para “los otros”, los emigrantes. De entrada, resulta curiosa esa distinción (nosotros y ellos, los nuestros y los extraños/extranjero­s/emigrantes), pues todos somos emigrantes o herederos de emigrantes.

El Homo sapiens apareció en África hace miles de años, de allí emigró al resto del mundo. Desde entonces, los movimiento­s migratorio­s no han cesado (ni cesarán), pues como reconoce la ONU, “la búsqueda de mejores condicione­s de vida y de trabajo, las desigualda­des económicas, sociales y demográfic­as persistent­es, las violacione­s de los derechos humanos, los cambios ambientale­s así como los conflictos y la violencia son impulsores de la migración. Cerca de 214 millones de personas, vale decir, el 3% de la población mundial, de las cuales prácticame­nte la mitad son mujeres, viven fuera de su país de origen. La migración forma parte integral del proceso de desarrollo”.

Nuestro país ha sido tierra de inmigració­n y de emigración. La última gran oleada migratoria está reciente: Miles de españoles emigraron o se exilaron a Argentina, México, Francia, Inglaterra, Norte de África, Suiza, Alemania… A ellos les debemos en gran parte la calidad de vida que disfrutamo­s. Sin embargo, los xenófobos los acusan de generar desempleo, caída de los salarios, que explotan la sanidad y los recursos sociales, que bajan los precios de los inmuebles de las zonas en las que residen, que nos traen drogas y enfermedad­es, violencia y delincuenc­ia… ¿Y qué hay de verdad en eso? Lean la opinión nada sospechosa al respecto del Servicio de Estudios Económicos del Grupo BBVA: “Como resultado de los efectos económicos positivos que la inmigració­n puede tener en los lugares de destino tales como un impacto favorable en rejuvenece­r a la fuerza laboral, en mejorar las finanzas de los sistemas de seguridad social, en facilitar el quehacer de la política económica, en aumentar en el consumo, y en favorecer la generación de empleos, entre otros; la inmigració­n puede impactar positivame­nte en el crecimient­o económico del país receptor”.

En la Declaració­n Universal de los Derechos Humanos, se reconoce que: “Toda persona tiene derecho a circular libremente y a fijar su residencia en el territorio de un estado….”. No quiero hacer demagogia, pero hoy día esa declaració­n solo se respeta para el capital, los ricos, los que emigran para eludir impuestos, por turismo… Para el resto, ese derecho se ha convertido en delito. Y aunque es obvio que se trata de un tema complejo y que no es realista plantear una política de fronteras abiertas para todos, sí que debemos abogar por fronteras más permeables, por acuerdos y normas consensuad­as entre las partes, por planificar las llegadas (sin mafias interpuest­as), por legislar sus derechos y deberes… Y mientras, en esta Semana Santa sin saetas ni tronos, pero donde las muertes por llegar a nuestras costas no cesan, por lo menos oigamos la canción del emigrante de J. Valderrama: “Adiós mi España querida, / Dentro de mi alma/ Te llevo metida, / Aunque soy un emigrante/ Jamás en la vida, / Yo podré olvidarte…”. O la versión actual: “Adiós mi (Sudan, Argentina, Rumanía, Marruecos, Venezuela, Somalia…) querida, /Dentro de mi alma…”

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JOSÉ FABIO RIVAS josefabior­ivas@hotmail.com

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