Malaga Hoy

CACERÍAS DE AYER Y HOY

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AL palacio de Río Frío se retiraba don Francisco de Asís para consolarse de las infidelida­des conyugales de Isabel II, adelantada del poliamor en España. De aquello queda malvada memoria en las cuernas de los muchos cérvidos que adornan el que antaño fue uno de los pabellones de caza favoritos de los reyes de España. Hoy, cuando la armería real hace años que cría moho, los gamos se acercan sin miedo a los visitantes que llegan maravillad­os a ese gran palacio de un barroco italianiza­nte que cae a plomo sobre una dehesa ibérica, sin los amaneramie­ntos afrancesad­os del muy cercano Palacio de la Granja. Río Frío es hoy un museo un tanto polvorient­o de la actividad cinegética, una especie de casa de los horrores para el vegano y el animalista, la habitación 101 de Greta Thunberg. Pero para los noveleros y amantes de las viejas historias es un buen lugar en el que evocar aquellas antiguas jornadas de caza mayor que durante siglos sirvieron no sólo de solaz de aristócrat­as y monarcas, sino también para iniciar a príncipes e infantes en las artes de la guerra y la gobernació­n. Por lo menos desde que los reyes asturianos acudían a Babia para teñir con la sangre del oso y el jabalí las aguas del río Luna.

Es sabido por todos que las monterías de Franco eran más importante­s políticame­nte que algunos de sus consejos de ministros.

En esto, como en tantas cosas, el dictador seguía una vieja tradición heredada de la monarquía hispánica. En una de estas jornadas cinegética­s fue cuando Fraga, vestido de tirolés, le llenó el culo de perdigones a doña Carmen Franco. Fue el momento en que el futuro del centrodere­cha español estuvo a punto de naufragar, pero el Caudillo se lo tomó a bien y consoló al inconsolab­le prohombre. El gallego era así. Todo ese mundo un tanto disparatad­o lo contó Luis García Berlanga en La escopeta nacional, película que hoy se ve más como una elegía que como un sainete.

Con la democracia, la caza fue progresiva­mente desapareci­endo del mundo de la alta política para convertirs­e en una actividad privada y, a veces, vergonzant­e. Juan Carlos I –al que su pasión cinegética le puso en más de un apuro– ha sido el último rey cazador. Felipe VI tendrá que contentars­e con el senderismo. Otros, como Pedro Sánchez, furtivo siempre acechante, prefieren una versión más refinada y metafórica de la caza. Pronto veremos la cabeza de Susana Díaz en las paredes de La Moncloa o, quién sabe, en el mismísimo Palacio de Río Frío.

Juan Carlos I ha sido el último rey cazador. Felipe VI tendrá que contentars­e con el senderismo. Y Pedro Sánchez...

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LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

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