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Felipe de Edimburgo: una vida a la sombra de Isabel II

● Fallece a los 99 años el marido de la reina tras 70 ejerciendo su papel de príncipe consorte ● La pandemia y la propia voluntad del finado harán que los funerales tengan un perfil bajo

- F. A. Gallardo · F. Díaz

Llegó a definirse como el más veterano “descubrido­r de placas” del mundo. Más de 70 años de consorte en activo, es decir, toda una vida, dan para mucho aunque su labor fuera, durante tanto tiempo, aparenteme­nte decorativa. Influía en las decisiones de su mujer, Isabel II de Inglaterra, y mantuvo un segundo plano que no quería y al que tuvo que resignarse.

Felipe de Schleswig-HolsteinSo­nderburg Glücksburg, Felipe de Edimburgo, falleció ayer tras varias complicaci­ones pulmonares y cardiovasc­ulares que se le fueron agravando en el confinamie­nto. El duque ejerció protocolar­iamente de consorte de la monarca hasta el año 2017. Hasta entonces, y desde que se desposara con la princesa Isabel en 1947, fueron siete décadas de comparecen­cias oficiales tras el nombramien­to como duque de Edimburgo por su suegro, Jorge VI, fallecido prematuram­ente en 1952. Es padre de los príncipes Carlos (1948), Ana (1950), Andrés (1960) y Eduardo (1964).

A lo largo de estas décadas se cifra en 22.000 actos en los que el marido de Isabel II hizo presencia. Acontecimi­ento de toda índole, visitas al extranjero, a veces delicadas en lo diplomátic­o; inauguraci­ones, aparicione­s amables por colegios, hospitales y cócteles más o menos informales donde se le oyó algún comentario heterodoxo. Representa­ba al palacio de Buckhigham en 700 institucio­nes y su agenda estaba llena de comparecen­cias en representa­ción de su esposa. Por los salones de su palacio vio pasar a primeros ministros de todos los colores, y por sus manos (qué tiempos aquellos del contacto humano) se apretaron las palmas de millones de paisanos y admiradore­s extranjero­s.

Las conjeturas se desatan ahora sobre una próxima abdicación de Isabel II ante su viudedad, pero incluso en estas circunstan­cias sería precipitad­a la observació­n. Carlos, el príncipe de Gales, es el heredero que más años lleva esperando su turno. Su divorcio y más de una observació­n no han venido a poner cómoda su sucesión. Ya en The Crown, la célebre serie de Netf lix sobre la familia real británica, se contempla que su padre no lo tenía entre sus delirios familiares.

Príncipe de sangre danesa y alemana, emparentad­o con los zares y miembro de la familia real helena, nació en 1921 en la idílica Corfú, estuvo en más de cien países ejerciendo su representa­ción, incluida España. Y por supuesto en la colonia de Gibraltar. En un millar de ocasiones salió de las islas y en diez mil desplazami­entos estuvo por el territorio insular, un Reino Unido que adoptó poniéndose al servicio de la Royal Navy en la Segunda Guerra Mundial, mientras todos sus cuñados, príncipes alemanes, servían al III Reich. A ello se hace referencia en la primera frase que Winston Churchill pronuncia en The Crown, la producción audiovisua­l donde más didácticam­ente se ha disecciona­do al duque para conocimien­to del gran público. Su familia abandonó Grecia cuando sólo tenía 18 meses y se marcharon acogidos en un buque de guerra británico. El destino fue finalmente París, en condicione­s que llegaron a ser precarias. Su origen familiar fue discutido cuando se prometió con Isabel. Tenía entonces 25 años.

Era en ocasiones hosco, se le percibía de lejos su porte castrense, a veces desabrido, pero el pueblo británico no le puede reprochar, y aún menos a estas alturas, su sentido del deber y su actitud cumplidora. A día de hoy le pueden perdonar todas sus meteduras de pata, muchas de ellas veniales, y algún conato de tragedia como cuando pilotando un avión en 1981 estuvo a punto de colisionar con un Boeing en el aire. Su insistenci­a en conducir su vehículo produjo más de un incidente en el asfalto hasta su total jubilación. En 2019, con 97 años, tuvo un accidente con su todoterren­o cerca de Sandringha­m.

En la Guerra Fría le habría gustado visitar la URSS porque quería ponerle cara a los sucesores de los que asesinaron a parte de su parentela. La historia de Europa le corría por las venas. Tataraieto de Victoria de Inglaterra, era tío segundo de la reina Sofía. Su madre, la princesa Alicia de Battenberg (prima de la reina española Victoria Eugenia), estuvo ingresada en un sanatorio al serle diagnostic­ada esquizofre­nia, y sufrió el rechazo de su marido, el príncipe griego Andrés. Tuvieron cuatro hijas además de Felipe, hijo menor.

Con vocación, se sentía británico hasta los tuétanos de unos

A lo largo de 70 años de actividad como marido de la reina acudió a 22.000 compromiso­s

Nació en la isla helena de Corfú en 1921, hijo menor del príncipe Andrés de Grecia

huesos que le han mantenido firme casi hasta última hora, con sus 1,88 metros de complexión atlética, de juventud espartana y vida familiar infantil ingrata. Vivió un jubileo de zafiro, exactament­e 65 años de principado consorte, 23.500 días al servicio de lo que él denonimaba en la intimidad, “la Empresa”, la Casa Real, la Corona. Traje, corbata y sonrisa ante el pueblo y la prensa. Uniforme militar y, por supuesto, vestimenta de caza en Balmoral, con una intensa actividad deportiva en navegación, polo e hípica, que en parte han heredado con pericia sus hijos Ana y Andrés.

En 2011 tuvo una delicada intervenci­ón coronaria y superó otra operación de carácter grave en 2013. En este año estuvo casi un mes ingresado y fue intervenid­o del corazón. El cierre de su agenda en 2017 causó cierto estupor, y eso que los británicos ya tenía suficiente con el Brexit. La reina parecía quedarse sola y aún tendrían que colear a partir de entonces varios conflictos añadidos para la imagen de la familia Windsor como las acusacione­s de abusos sexuales del príncipe Andrés y la marcha a Estados Unidos de los duques de Sussex, con todo el revuelo de las críticas racistas hacia Meghan Markle. Él no fue el de los malos comentario­s, como aclaró la duquesa, aunque muchos daban por hecho que tratándose de impertinen­cias, Felipe tenía las papeletas.

Frente a los fastos de hijos y nietos, con la televisión como altavoz, su boda fue de lo más frugal que designaba la posguerra, con unos vestidos y una comida sufragada mediante cupones de racionamie­nto (todo eso marca, por supuesto) y cuando en 1947 se casó con la heredera del rey Jorge VI sabía a lo que estaba llamado. Eso no le impidió echar ás de una cana al aire, cuando ni él mismo podía sospechar que acariciarí­a un centenar de velas, que hubiera soplado este junio.

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a Isabel II, en Ascott, en 2012.
ANDY RAIN / EFE Felipe de Edimburgo, junto a Isabel II, en Ascott, en 2012.
 ?? JOERG CARSTENSEN / ARCHIVO ?? Felipe de Edimburgo sonríe a los cámaras en un acto castrense celebrado en las proximidad­es de Londres en el año 2008.
JOERG CARSTENSEN / ARCHIVO Felipe de Edimburgo sonríe a los cámaras en un acto castrense celebrado en las proximidad­es de Londres en el año 2008.
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ANDY RAIN / EFE Isabel II y su marido en 2016.
 ?? JOHN STILLWELL / EFE ?? Con su nieto Harry durante el jubileo de diamantes de la reina Isabel.
JOHN STILLWELL / EFE Con su nieto Harry durante el jubileo de diamantes de la reina Isabel.

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