Malaga Hoy

Un año de pandemia a pie de muelle visto por siete trabajador­es

● Siete trabajador­es del puerto relatan sus experienci­as durante los momentos más duros de la crisis sanitaria y cómo esta les ha modificado su actual vida laboral

- J. C. Cilveti MÁLAGA

Con unos resultados económicos en negativo, 2020, el año de la crisis sanitaria internacio­nal ha traído al puerto de Málaga una serie de cambios; unas formas de trabajar pandémicas que en algunos casos tardarán mucho tiempo en desaparece­r. Instaurado el teletrabaj­o, y con los expediente­s de regulación temporal de empleo, las jubilacion­es anticipada­s e incluso los despidos convertido­s en las secuelas laborales del coronaviru­s, los trabajos a pie de muelle son las únicas actividade­s portuarias que, pese a lo que está ocurriendo, han conservado una cierta normalidad dentro de la anormalida­d que supone la vida bajo la amenaza del Covid-19. Convertido­s desde los primeros días de la crisis en trabajador­es esenciales, aunque muchos de ellos no lo sabían, los hombre y mujeres que se han movido por los muelles, especialme­nte durante los meses más difíciles del confinamie­nto, han constituid­o la punta de lanza con la que el puerto de Málaga se ha enfrentado al virus; una lucha personal y profesiona­l cargada de dudas que, cada uno de estos portuarios ha afrontado de una manera diferente.

Atendiendo a una invitación de Málaga Hoy, siete trabajador­es del puerto reseñan cómo vivieron el inicio de la pandemia a pie de muelle, y cómo, superado ya el primer año de crisis sanitaria, gestionan en la actualidad sus labores portuarias.

Jefe de equipo del Grupo 4 de la policía portuaria, Montserrat Cestino afrontó los primeros días de la pandemia con mucho “respeto”. Usando mascarilla­s no sanitarias cuando aún se debatía si llevarlas o no, Montse vivió en primera persona el momento más significat­ivo del arranque de la pandemia en el puerto. El martes 17 de marzo de 2020, un día después del motín que 20 pasajeros escenifica­ron en la estación marítima del Melillero por no poder viajar a la Ciudad Autónoma, esta policía portuaria con 15 años de antigüedad, sirvió de guía a la Unidad Militar de Emergencia­s (UME) en la desinfecci­ón realizada en diferentes espacios portuarios. Tras ser protagonis­ta de aquello; una visión muy cercana a las mejores ficciones cinematogr­áfica que ella califica como “apocalípti­ca”, el trabajo de

Montserrat continuó en unos muelles que cada vez estaban más vacíos. Lidiando con algunas personas que se saltaban el confinamie­nto para pasearse por los muelles: “todos aludían que no podían quedarse en casa”, esta policía portuaria, en los meses más duros de la pandemia tuvo que atender dos intentos de suicidio mientras, con sus compañeros, controlaba el normal funcionami­ento de un “puerto fantasma”. Con el duro recuerdo de algunos sin techo que intentaban usar los aseos portuarios y con el miedo de poder contagiar a su familia al regreso de su jornada laboral, Montse, que también rememora con una sonrisa cuando se pudo salir para hacer deporte: “siempre recordaré a un señor muy mayor paseando en bicicleta por los muelles”, con el paso de los meses se ha adaptado a una nueva forma de trabajo. Vacunada con una primera dosis como todos sus compañeros, Montserrat Cestino nunca olvidará los muy largos meses de pandemia vividos a pie de muelle.

Con antecedent­es portuarios por parte de su padre y abuelo, Antonio Poveda, agente de la casa consignata­ria Bergé-Condeminas, al instaurars­e el estado de alarma sintió “nervios”. Con unas vivencias tras 20 años de trabajo en el puerto, la emergencia de marzo de 2020 trajo a su memoria el recuerdo de la gripe aviar; una sombra que hace ya algún tiempo sobrevoló los muelles malagueños.

Modificada desde el primer instante la habitual filosofía de trabajo de un consignata­rio, Antonio, que ya notó algo extraño cuando el 11 de marzo asistió al Allure Of The Seas (el penúltimo buque de crucero que atracó en Málaga con turistas), en sus siguientes trabajos dejó de subirse a los barcos: “realizando casi la totalidad de los trámites por correo electrónic­o y atendiendo las necesidade­s de los buques a pie de muelle, solo en muy contadas ocasiones durante este año he tenido que embarcarme, y siempre que lo he hecho ha sido en un espacio al aire libre”. Recordando también la presencia de la UME y con la sensación de que, en los primeros meses de alarma, las tripulacio­nes de los barcos llegaban con mucho miedo, sus intempesti­vos horarios le han permitido ver la triste vida pandémica de los muelles tanto de día como de noche. “Pendientes, y ahora mucho más, de las declaracio­nes sanitarias de los barcos, los embarques y desembarqu­es de las tripulacio­nes nos han traído un nuevo documento, las hojas con los resultados de las PCR”.

Y aunque durante algunos meses Antonio Poveda, además de la mascarilla llevó guantes, el que sí los uso bajo los que a diario emplea para su trabajo fue Rafael Ruiz. Apodado como el hormiga, este estibador que lleva 22 años en los muelles, sí que

Montserrat Cestino

Policía portuaria

Siempre recordaré a un señor muy mayor paseando en bicicleta por los muelles”

reseña la palabra “miedo” al recordar los primeras semanas de pandemia. Operando como maquinista con palas cargadoras, cabezas tractoras o carretilla­s elevadoras, las medidas de seguridad sanitarias se hicieron patentes en su actividad pocos días después del estado de alarma: “sin reducir nuestra jornada laboral, media hora antes de terminar los turnos parábamos la faena para limpiar las máquinas y luego continuar”. Y ya con un año de pandemia superado, el trabajo de Rafael que no ha cambiado en nada, ha añadido a las habituales medidas de seguridad de su profesión las correspond­ientes al Covid-19: “y aunque ya no llevo dos guantes puestos, sólo uso los de trabajo, la sensación de rareza en los muelles continúa”, refiere este veterano estibador orgulloso de llevar un apodo que heredó de su padre.

Con un trabajo muy diferente al del hormiga, la limpiadora del puerto Rosa González sí que pasó “miedo” en las primeras semanas de pandemia. Encargada de la limpieza de la zona no concesiona­da de la estación marítima del Melillero y del Instituto de Estudios Portuarios, esta capuchiner­a con 11 años de antigüedad en el puerto, recuerda como una pesadilla la llegada de la Unidad Militar de Emergencia­s: “des

pués de terminar la desinfecci­ón tuve que limpiar otra vez todo, ya que aquellos militares dejaron la estación marítima hecha unos zorros”. Redoblando sus tareas y multiplica­ndo los litros de lejía usados, Rosa ha vivido todas y cada una de las vicisitude­s pandémicas de los pasajeros de Melilla, así como las entradas y salidas de los sin techo que usaban los aseos de los espacios bajo su cargo. Con una gran preocupaci­ón por sus regresos a casa: “sentía mucha ansiedad por que pudiera contagiar a mi familia”, esta limpiadora que salvo en su jornada descanso semanal y en sus vacaciones no ha faltado ni un día a su puesto de trabajo, recuerda este último año con extrañeza: “sin tener conciencia de que por mi trabajo estaba muy expuesta, lo he hecho lo mejor que he sabido y podido”.

Al cargo de la empresa de servicios portuarios Marina Services, José María Moreno califica como “desoladore­s” los primeros días de la pandemia. Sorprendid­o por la soledad de las carreteras cuando desde Torremolin­os, su lugar de residencia, se desplazaba al puerto, este trabajador con 31 años de antigüedad en los muelles refiere un muy extraño suceso que vivió en enero de 2020; un hecho que no terminó de comprender hasta algunos meses después. Atendiendo la visita del buque oceanográf­ico norteameri­cano Sea Venture, José María, en sus últimos días de estancia suministró al barco 120.000 pares de guantes: “los americanos ya se olían algo”. “Y aunque la procesión iba por dentro, en los momentos más duros de la pandemia tuve que realizar, como llevo haciéndolo desde hace años, los embarques y desembarqu­es de las personas con movilidad reducida en el ferry de Trasmedite­rránea. En aquellos momentos, al entrar y salir del barco sí que sentí miedo”. Lidiando con las adversidad­es que han sufrido otros muchos portuarios en 2020, José María Moreno también se ha tenido que hacer experto en pruebas Covid; una documentac­ión que marca la diferencia con el pasado y que, desde hace meses, cumpliment­a con otras tareas logísticas como representa­nte de una agencia consignata­ria.

Cumplidos ya 30 años a pie de muelle, Mar Tellez, que gestiona con su empresa Helio-mar la recogida de residuos líquidos de buques, no refiere haber tenido “miedo” en ningún momento. Tras atender con sus camiones cisterna a los últimos buques de crucero que llegaron con turistas, y después de asistir al Sovereign y al Marella Dream, los dos barcos que atracaron ya con el estado de alarma instaurado, por su trabajo, Mar sí que ha tenido que subirse a muchos de buques. “Manteniend­o las medidas de seguridad requeridas, nada más embarcar, ya fuera en un portaconte­nedor o un carguero, me medían la temperatur­a, y luego, ya en faena, la gran mayoría de los tripulante­s procuraban estar alejados de mi”. Moviéndose por unos muelles vacíos, y eso sí que le causó mucha impresión, esta portuaria, desde los primeros días de la pandemia ha vivió con mucha incertidum­bre los tráficos que entran en el puerto malacitano. “Dejando a un lado la preocupaci­ón por el virus, mi otra gran preocupaci­ón ha sido, y sigue siéndolo hoy, cuándo regresarán de los buques de crucero, mis grandes clientes en los últimos años ”.

Con una perspectiv­a muy diferentes a la de Montse, Antonio, Rafa, Rosa, José María o Mar, Antonio Garrido ha vivido este año de pandemia entre los muelles y la mar. Patrón de los remolcador­es que Rusa Málaga tiene en el puerto, este marino vinculado a su trabajo desde hace 25 años, sintió al inicio de la crisis sanitaria una “gran preocupaci­ón”. Con el triste recuerdo de haber realizado la maniobra de atraque del buque Marella Dream que llegaba con un fallecido Covid, Antonio nunca olvidará el silencio de los muelles: “cuando salíamos a una maniobra sólo escuchaba la máquina del remolcador, una extraña sensación de soledad muy poco agradable”. Manteniend­o unas estrictas medidas de seguridad: “durante los meses más duros de la pandemia sólo estábamos una tripulació­n de forma presencial, mientras que la segunda permanecía en casa a la espera”, las maniobras del Vehinticin­co y Vehintisie­te han conservado una cierta normalidad dentro de la general anormalida­d. “Una vida a bordo siempre con la mascarilla y sin el contacto que habitualme­nte tenemos con los compañeros que están atracados junto a nosotros en el otro remolcador”.

Unas vivencias, las de siete trabajador­es del puerto de Málaga que, a pie de muelle, han escrito junto con el resto de los miembros de la comunidad portuaria la historia humana y profesiona­l de los muelles malagueños durante el primer año de la pandemia del Covid-19.

Antonio Poveda

Agente de Bergé-Condemina

Solo en muy contadas ocasiones durante este año he tenido que embarcarme”

Rosa González

Limpiadora

Sentía mucha ansiedad por el hecho de que pudiera contagiar a mi familia”

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Antonio Poveda, agente de la casa consignata­ria Bergé-Condeminas.
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Rafael Ruiz, estibador, apodado ‘El hormiga’.
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Rosa González, limpiadora del puerto.
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Montserrat Cestino, jefe de equipo de la Policía Portuaria.
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M. G. Efectivos de la UME, en el puerto, durante las labores de desinfecci­ón en marzo del año pasado.
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Antonio Garrido, patrón de los remolcador­es de Rusa Málaga.
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Mar Téllez, de la empresa de recogida de residuos Helio-mar.
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José María Moreno, al cargo de la empresa Marina Services.

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