Una ley que mata la esperanza
Con la ley de la eutanasia se mata la esperanza de muchas personas y se les empuja al abismo, engañadas y quizá acomplejadas por ser un peso para la familia y para la sociedad. Hecha la ley, hecha la trampa, porque la experiencia de los países donde se ha impuesto se convierte en un tobogán por el que son empujados los ancianos, enfermos incurables y los niños con alguna deformidad. No hay razón alguna para imponer la eutanasia entre nosotros, pues la sociedad tiene aún raíces y costumbres cristianas, muchas más de las que supone el anticristianismo inoculado por algunos políticos, educadores, pensadores, artistas y escritores.
El remedio lo sabemos todos, y consiste en favorecer los cuidados paliativos aunque sean más caros que el veneno introducido con una cánula o una jeringuilla. La medicina actual tiene buenos recursos y técnicas para tratar con humanidad a los enfermos al final de su vida. Junto con el personal sanitario están los familiares con humanidad y la atención espiritual, que viene a ser lo más importante para recuperar el sentido de la vida, del sufrimiento y de la Cruz para los que creen en Jesucristo, que son la mayoría de los españoles. Por todo ello es preciso avanzar mucho más en los cuidados paliativos superando una ley mortífera y la deshumanización que quieren imponer algunos políticos. Miguel Boceta (correo electrónico)