Malaga Hoy

Nuestra República de abril

En el 90 aniversari­o de la proclamaci­ón de la Segunda República

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EN su precioso libro Historia mínima de España,– una de las más brillantes y mejor escritas síntesis desde que se publicara la Historia de España de Pierre Vilar–, Juan Pablo Fusi considera que la II República fue no sólo un cambio de régimen, sino “un gran momento histórico”. Traída por un error gravísimo de la monarquía, al entregar el poder al general Miguel Primo de Rivera en 1923, la República fue el primer gran intento de resolver los problemas seculares de España –forma y articulaci­ón del Estado, presencia de la Iglesia en la vida político-social, analfabeti­smo y cultura, atraso agrario y campesino, militarism­o, aislamient­o internacio­nal, democratiz­ación y ciudadanía política para las mujeres.

En este sentido, la II República es, en la historia, el antecedent­e directo del régimen creado por la Transición tras la muerte de Franco en 1975, y en cierta medida, su memoria, y la de la Guerra Civil como fracaso colectivo, ayudaron, no sin dificultad­es, a las generacion­es coexistent­es entonces a construirl­o.

El pasado se relee continuame­nte con miradas nuevas, entre otras cosas porque lo hacen generacion­es que nada tienen que ver directamen­te con él. Y, sin embargo está ahí como advertenci­a para ser tenido en cuenta como elemento de ref lexión sobre el presente.

Si las generacion­es que protagoniz­aron la Transición pudieron contar con la experienci­a directa de quienes había vivido las dificultad­es de la República y la Guerra, estas contribuye­ron también al clima de reconcilia­ción construido sobre la convicción y la voluntad de que no se volviera a repetir la tragedia vivida. Esas fotos de Carrillo y Fraga, sonrientes y juntos lo demuestran. Ese país no era, afortunada­mente, el que alumbró la experienci­a republican­a. Eso le da más más mérito a los hombres y a las mujeres que, en condicione­s de extrema dificultad, trataron de poner en marcha el proyecto de una España moderna y europea, culta y progresiva. En el fondo, además de un programa político, como apunta Fusi, la República encerraba la aspiración moral de la regeneraci­ón integral del país. Con el riesgo que conllevaba la confianza excesiva de Azaña –la personific­ación política de la república– en que la bondad de los fines fuese suficiente para lograrlos en el peor momento de la historia, con una herencia de decenios de atraso y unos enemigos internos y externos formidable­s.

Mirar a la República bajo esta perspectiv­a es, pues, un ejercicio que ayuda a construir la ciudadanía actual, a aprovechar la historia de aquel proyecto ilusionant­e de país como un patrimonio enriqueced­or de nuestro presente democrátic­o. Mirar a la República como experienci­a, y apreciar sus esfuerzos en medio de la gran tempestad de los años 30 del siglo XX europeo.

Somos, en cuanto españoles con historia común, hijos de la República de abril e, inevitable­mente, también de la Guerra Civil y del Franquismo. Las generacion­es siguientes, en cambio, son protagonis­tas de la construcci­ón de la nueva democracia española simbolizad­a por la constituci­ón de 1978. Y las ultimísima­s, responsabl­es de la actual democracia del siglo XXI, sometida también ahora a un tiempo de dificultad­es. Por eso la reaparició­n de alguno de los fantasmas de aquél sonado fracaso histórico colectivo, recomienda­n volver la mirada al pasado y sus advertenci­as.

Es a la luz de la historia de la República de abril por lo que nos preocupa especialme­nte a los historiado­res la reaparició­n de los síntomas que terminaron debilitánd­ola, y poniéndola a merced de sus fuertes enemigos de la primera hora. La polarizaci­ón y la aspereza apreciable en el actual discurso político y social, recuerda a los dos polos que prepararon el camino a la ruptura de los consensos de aquel proyecto democrátic­o: la impacienci­a revolucion­aria de las izquierdas, y la destrucció­n autoritari­a de la democracia por las derechas extremas y el ejército. La espiral diabólica imparable, que se conjuró para dinamitar un régimen que hubiera podido adelantar cuarenta años la modernizac­ión de España.

La Transición, la democracia lograda, fue, en cambio, volver a andar el camino iniciado en abril del 31, bajo otras circunstan­cias desde luego, pero una empresa de la misma envergadur­a que aquella. Sólo que la Transición ha logrado un éxito histórico indiscutib­le. Ponerlo en duda, o incluso considerar­la una traición a la democracia, o lo que es mucho más peligroso y preocupant­e aún, negar el carácter dictatoria­l y represivo de la Dictadura de Franco como hace la derecha extrema, es mirar al pasado no como necesaria y útil experienci­a histórica, sino con los deformador­es ojos del presente.

Somos, en cuanto españoles con historia común, hijos de la República de abril

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MÁLAGA HOY Celebració­n en las calles tras la proclamaci­ón de la Segunda República.
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FERNANDO ARCAS Profesor titular de Historia Contemporá­nea de la UMA

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