NI SIQUIERA SON REVOLUCIONARIOS
TENGO que confesar que no soy capaz de salir de mi asombro, ante la perversa audacia y ridiculez sin límite de que son capaces estos nuevos personajes que, no ya desde la mediocridad, sino altivamente, desde el acientifismo, han logrado acceder –apoyados, es verdad, en los escalones infinitos de la ambición y desmedido deseo de poder de otros émulos– hasta las más altas magistraturas del Poder Ejecutivo de la nación, imponiendo sus propias y hasta hoy hueras tesis, fundadas en una feroz heterodoxia aparente, desde las más disolutas posiciones ante todo cuanto –tras siglos de meditación y estudio y del dolor y los goces de la propia historia, en paz y en guerra– ha venido a constituir el cimiento de la sociedad que aún vivimos.
Es una actitud radicalmente iconoclasta, que transita en medio de un vociferio populista y sin sentido ni elemental fundamento filosófico, sobre un torrente de auténtica violencia verbal que todo pretende arrastrarlo, desde la ausencia de verdadero debate y método; los que se desprecian o simplemente se ignoran o tergiversan; y empujados sus protagonistas por una verdadera fobia a la luz de las fuentes, la historia, el pensamiento, la metódica sociología o cualesquiera otros sistemas de análisis que pudiesen explicar, desde el raciocinio unas nuevas tesis de praxis política, para un modo distinto de sociedad. Por el contrario, prefieren y de manera inmediata y arrasadora, un revuelto torbellino de anárquica y demagógica palabrería recolectando, en interés propio, las sinceras voluntades de los más humildes y sin aliviar en algo la necesidad que es verdadera para muchos.
Le dieron por nombre “PODEMOS”. Pero podemos ¿qué? ¿Echar abajo todo cuanto se nos antoje, empujando, cuando nos venga al pairo, la acción de turbas irreflexivas y alienadas, con el sólo ánimo de quebrantar y despedazar cuanto se nos pueda poner ideológicamente por delante y sonreír a separatistas, blanqueando, además, a antiguos practicantes del terror?
No, no vamos a encontrar una propuesta política o social basada en un corpus de pensamiento, ordenado, estructurado y racional. Ni siquiera que pueda responder a una actitud revolucionaria de la que conocer el pensamiento y los modos para aplicarla.
Aquí patina cualquier método analítico y algunos creemos que se trata sólo de un maniquí con hábito revolucionario. Todo es tramoya. Lo que se observa, de verdad y a estas alturas de la representación, es que obedece a caprichos cambiantes de sus histriónicos, ambiciosos, aprovechados y cínicos mandatarios, que representan hoy ejemplo claro de poder y de riqueza inmediatos, a costa de verdad y de respeto a la dignidad de aquellos que les votaron, porque honestamente les creyeron. ¿O no?
Aquí patina cualquier método analítico y algunos creemos que se trata sólo de un maniquí con hábito revolucionario
EL 23 de abril se conmemora la muerte de Cervantes y la de Shakespeare en 1616, aunque hay controversia. Cervantes murió el 22 y fue enterrado el 23. Hasta 1582 occidente se regía por el calendario juliano impuesto por Julio César, pero en 1582 el papa Gregorio XII impuso su calendario gregoriano por el que nos regimos desde entonces los países católicos, pero Inglaterra no lo implantó hasta 1752. En 1616, al morir los dos genios, los calendarios de España e Inglaterra diferían en 10 días y, por tanto, el 23 de abril en Reino Unido correspondía con el 3 de mayo en España y en gran parte del mundo occidental.
Aclarado esto. ¿Cuánto les debemos a los libros y a sus autores?
Recuerdo mi infancia y juventud con mis padres y hermanos en un piso de protección oficial del Ministerio de la Vivienda franquista, en el puente de Vallecas, de Madrid. Soy el mayor de tres hermanos. Mis padres apenas habían estudiado las cuatro reglas. En el mueble del salón comprado a plazos no había libros. Sólo fotografías familiares y alguna figurita u objeto de adorno. Los primeros libros que entraron en mi casa fueron los que uno a uno, con cuentagotas fui adquiriendo con mis ahorros, y con un 10% de descuento, en la cuesta de Moyano, el oasis libresco de Madrid. Más tarde, cuando ya trabajaba como mecánico y técnico industrial me hice socio de Círculo de lectores. Esperaba la revista con las novedades. Escogía uno o dos libros y a los pocos días, un empleado te los traía a casa y le pagabas mediante un recibo. ¡Qué emoción, ver cómo poco a poco el mueble del pequeño salóncomedor familiar se iba poblando de libros y de autores! Los leía en el Metro, o en casa, en el poco tiempo libre que me dejaban mi trabajo en la factoría de automóviles de Villaverde, y mis estudios de periodismo por la tarde en la Universidad Complutense, además del tiempo familiar.
De pequeño leía tebeos: El Capitán Trueno, El jabato. Escuchaba cuentos radiofónicos. Uno de los primeros libros de mi adolescencia fue La buena tierra de Pearl S. Buck, hija de misioneros que se crió y educó en China. Luego llegaría la Biblia, algo de Julio Verne, Las mil y una noches. El descubrimiento de la poesía con Antonio Machado, Bécquer, Lorca, Rosalía de Castro, Alberti, Juan Ramón, Mis primeros escarceos en el periodismo y la novela: Larra, Pío Baroja, Pérez Galdós, Blasco Ibáñez. Los rusos: Dostoievski, Tolstoi, Chejov, Turguénev (a quien rescata ahora el británico Orlando Figes, en su estupendo libro Los europeos, sobre el nacimiento de la cultura cosmopolita). Neruda, Tagore, y las primeras lecturas de El Quijote: “La libertad, Sancho es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos”... Esa libertad que ahora nos trata de vender adulterada, alguna política popular, que quizá debiera leerse El Quijote, para saber de que va eso de la libertad.
¡Cuánto tenemos que agradecer a los libros y a sus autores! Desde los clásicos. Homero y sus extraordinarias Iliada y Odisea, Sófocles, Esquilo, Aristófanes, Ovidio, Virgilio, Ptolomeo, el narrador de las gestas de Alejandro. Todo ese mundo literario clásico que tan bien compila la escritora maña, Irene Vallejo en su magistral El infinito en un junco que ya se publica en numerosos países y lenguas. Y más tarde, accedes a la obra de Shakespeare que nos deslumbra con su Hamlet o Macbeth: –Espia: ¡Señor, juraría que el bosque de Birman se mueve hacia nosotros. Lo he visto desde lo alto del collado! Macbeth: ¡Mentira vil!
En los setenta, adquirí en la Casa del libro de Madrid, un libro: Los nuestros del chileno Luis Hars, con un buen elenco de lo que se dio en llamar el boom latinoamericano: Cortázar, Onetti, Rulfo, Fuentes, Carpentier, Asturias, y como no, Borges, García Márquez y Vargas Llosa. Este libro me llevaría a leer: Los adioses, Pedro Páramo, El reino de este mundo, Rayuela, El Aleph, Conversación en la Catedral, o Cien años de soledad, quizá la obra más redonda de la narrativa americana. Luego, Galeano y Las venas abiertas de América Latina. Y así se fue abriendo ante mí todo un universo literario, que aflora en algunas ferias del libro presenciales y virtuales que se atreven a desafiar a la Covid-19, con las medidas de seguridad pertinentes.
Un ejemplo ha sido la de Tomares, Sevilla, por donde han pasado Lorenzo Silva, Javier Cercas, Sara Mesa, María Dueñas, y hasta 90 escritores y escritoras. En Tomares, tuve la oportunidad de firmar algunos de mis libros en la caseta La Botica de los lectores, y entre firma y firma dialogaba con las obras de Almudena Grandes, Siri Hustvedt, Cercas, Posteguillo, Víctor del Árbol , Cervantes, Shakespeare, y así, el tiempo en la caseta de Rafael Rodríguez, se me pasó volando, comprobando que el libro de papel en tiempos de pandemia goza de buena salud.
Mis padres apenas habían estudiado las cuatro reglas. En el mueble del salón comprado a plazos no había libros. Sólo fotografías familiares y alguna figurita u objeto de adorno