Malaga Hoy

LA ENCUESTA DEL HURACÁN

- CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

LA mejor encuesta que maneja Moreno no es una de las cocinadas en el Fogón de Elías, especialid­ad en sondeos a la brasa, ni otras encargadas a medida como las camisas que Zoido se hace en Javier Sobrino, sino la que pudo presenciar el propio presidente de la Junta en el restaurant­e Huracán, situado en la barriada Elcano, una de las pocas zonas de Los Bermejales donde gana el PSOE. Elcano es una barriada fundada por trabajador­es de los Astilleros de Cádiz que acudieron a Sevilla con motivo de la apertura de la factoría hispalense. Es cierto que al establecim­iento acude gente de todos los barrios, más aún un fin de semana. Moreno se llevó una grata sorpresa al ser ovacionado por la clientela. No recuerdo algo parecido con ningún presidente de la Junta reciente, menos aún en tiempos en que el prestigio de los políticos vuela a la altura del grajo. Con la región confinada, los psicólogos y tertuliano­s haciendo continuas referencia­s a la fatiga pandémica, las latas de conservas caducando en las despensas de los apartament­os de las playas, las colas de las vacunas y los rostros marcados por unas mascarilla­s que dan náuseas, no me negarán que no es digno de comentario que un alto dirigente político sea despedido con tan buen humor y jolgorio de un restaurant­e.

Cuanto ocurrió en el Huracán sí que fue una muestra de la España del buen talante y no la que tenía siempre en la boca el avieso Zapatero. La gente tuvo gracia hasta para preguntar cuándo nos dejará el presidente viajar a la costa. Ni una queja, ni una pizca de recelo, nada de mala leche ni de mera desaprobac­ión. Moreno cae bien en Sevilla en los peores momentos. No hay Michavila que haga una prospecció­n mejor que la efectuada por el malagueño el pasado domingo, en una marisquerí­a popular, mezclado entre vecinos y alejado de los solitarios campos de golf donde uno se relaja, que siempre es necesario, pero pierde el pulso, que nunca se debe extraviar. Ahora sí que el neomoderad­o Moreno puede adelantar las elecciones. En una política absolutame­nte crispada, guerracivi­lista hasta el hartazgo, con debates de tono beligerant­e y alusiones personales de mal gusto, que un político con máximas responsabi­lidades sea jaleado en una taberna popular es síntoma de que todo no está perdido. Porque más nos vale no perder la confianza en la clase política. Hay dos cosas que conviene mantener por mucho que a veces cueste: la fe en las institucio­nes y la fortaleza de los bancos. Siga Moreno yendo a bares populares, aunque a veces tenga en agenda probar los mullidos sillones de casa de Bertín.

Ni Michavila ni los fogones de Elías hacen una prospecció­n tan ajustada como la que vivió el presidente en el restaurant­e

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