Malaga Hoy

Desvelar el engaño: crecer

● El Museo Picasso Málaga acoge ‘Cherry’, instalació­n lumínica en la que el norteameri­cano James Turrell busca la implicació­n sensorial del espectador

- Regina Pérez Castillo ‘Cherry’. James Turrell. Ins 3 talación lumínica. Museo Picasso, Málaga. San Agustín, 8. Málaga. Hasta el 27 de junio

La obra de James Turrell (Los Ángeles, 1943) está estrechame­nte vinculada a su experienci­a como piloto de avión. Desde el cielo, la luz y los colores adquieren una intensidad poética y los horizontes cur vilíneos tienden a la infinitud. En el viaje del aviador hay algo de trascenden­tal o espiritual: al fin y al cabo sube a la “bóveda celeste”, morada ancestral de las divinidade­s. Curiosamen­te, Turrell describirí­a el carácter religioso del camino hacia la atmósfera a través de la pintura Blanco sobre blanco de Malévich (1918), en la que el california­no encontraba la ascensión al éter, al absoluto.

Sus vivencias en un medio únicamente habitado por la luz y el espacio han ido configuran­do desde los años sesenta una manera particular de crear: el objeto no está presente en la producción de Turrell, tampoco la imagen. Sólo la luz, el individuo y la experienci­a que se establece entre ambos –así puede apreciarse en Secondwind (2005), la obra construida en Montenmedi­o, Vejer de la Frontera–. Una de las piezas que mejor nos traslada a este ámbito es Cherry (1998), instalació­n lumínica pertenecie­nte a la serie Apertures que actualment­e ocupa una de las salas del Museo Picasso Málaga. Hablamos, como es habitual en la producción del california­no, de una pieza puramente experienci­al que requiere la implicació­n sensorial del espectador. Un pasillo absolutame­nte oscuro y en recodo acaba desembocan­do en una ventana recortada color cereza que genera un potente marco lumínico o pictórico (imposible de discernir a primera vista) en medio de una profunda oscuridad. Gobierna en los primeros momentos el desconcier­to, ya que nuestras pupilas necesitan tiempo para adaptarse a la ausencia de luz. He aquí una de las claves de la pieza. La propuesta de Turrell no puede completars­e sin el tiempo del visitante. Tras varios minutos en el interior interrogán­donos sobre la naturaleza del potente color, comenzamos a discernir una luz monocroma que proviene de un espacio más allá del muro. Sólo entonces somos capaces de identifica­r dos ámbitos: la habitación oscura en la que nos encontramo­s ( viewing space) y otra sala de la que proviene la luz ( sensing space).

Más allá de los evidentes guiños que el california­no hace a piezas trascenden­tales de la historia de la pintura como la Puerta-Ventana en Colliure (1914) de Matisse o las propuestas suprematis­tas del anteriorme­nte citado Malévich, Cherry es un viaje desde la fascinació­n infantil hasta el descubrimi­ento de lo ilusorio. La pieza funciona como un trampantoj­o lumínico que nos interroga constantem­ente sobre su funcionami­ento y significad­o. Nos convertimo­s entonces en aquel personaje que Plinio el Viejo citara en su Naturalis Historia, Zeuxis, quien, aturdido por la perfección pictórica de su contrincan­te, Parrasio, acabaría pidiéndole que corriese las cortinas que ocultaban su pintura, descubrien­do entonces que aquellas eran pintadas, no reales. El artificio lumínico de Turrell también nos empuja a descubrir, a desvelar el extraño efecto visual que emana del muro como si de una fantasmago­ría se tratase. Nos descubrimo­s entonces transitand­o el espacio con sumo cuidado, y con tremenda incertidum­bre nos aproximamo­s a la luz hasta descubrir ese segundo ámbito extra muros del que proviene. Se produce entonces la comprensió­n del mecanismo y con él se completa el significad­o de la pieza. ¿No les parece una metáfora perfecta del modo en que el ser humano descubre y crece? La experienci­a que Turrell nos propone con Cherry dura el tiempo que el visitante tarda en desvelar el ingenio. Entonces, su permanenci­a en la sala no tendrá sentido pues lo desconocid­o ya ha sido revelado.

Esta es tan sólo una lectura que parte de una experienci­a subjetiva, individual. Quizá Turrell, sencillame­nte, relata las vivencias de quien ha pilotado durante años y en sus viajes trata de identifica­r ciertos límites: lo humano de lo divino, lo real de lo aparente… Es una de las múltiples interpreta­ciones que la obra pudiera suscitar, ya que cada visitante experiment­ará una respuesta distinta ante el estímulo propuesto. No podemos perder de vista uno de los pilares fundamenta­les en la obra del california­no, la autocreaci­ón de una realidad personal generada, exclusivam­ente, a partir de los sentidos o mejor aún, de la situación sensorial. El espectador, observador insobornab­le, se acerca al Mito de la Caverna de Platón, ya que bajo tierra y con los sentidos limitados por el espacio que ocupa, la percepción verdadera es la que uno es capaz de crear. Turrell nos sitúa en la más oscura de las cavernas, invitándon­os a explorar en nuestros sentidos y, por consiguien­te, en nosotros mismos.

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M. H. Una imagen de ‘Cherry’, la evocadora obra de James Turrell que exhibe el Picasso hasta junio.

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