Malaga Hoy

Los que fueron más allá

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HEREJES bre la clasificac­ión de los hombres en sociedad. Tres tipos: hýlicos, psíquicos y pneumático­s. El primero es el que ignora la trascenden­cia y se limita a los bienes materiales; el segundo es el ref lexivo, “el atormentad­o”; el tercero es el hombre que vive pleno consigo mismo, que logra “superar las contradicc­iones de la existencia”. Como bien señala Pau, los gnósticos fueron aquellos que quisieron dotar de razón y de filosofía el mensaje de Cristo. A ese propósito se dedicó este sabio, Valentín, que se podría decir que triunfó en sus ideas, pues creó escuela hasta los primeros siglos de la Edad Media. Indica Pau que incluso hasta nuestro tiempo: “Las fraternida­des rosacruces hunden sus raíces en la Alta Edad Media, y se ramifican en nuestro tiempo en multitud de sociedades que se dedican, sigilosame­nte, al cultivo de las ciencias esotéricas”.

Otro curioso caso es el de Vigilancio, hombre al que también conocemos gracias a los escritores de sus adversario­s. Antonio Pau nos narra la historia de un hereje que se enfrentó a san Jerónimo, Padre de la Iglesia y traductor de la Biblia. Vigilancio, que fue sacerdote, pronto se enemistó con san Jerónimo, quien le dedicó frases como “monstruo que habría que desterrar a los confines de la Tierra” o la descripció­n de “lengua de víbora”. Este odio se debe a que Vigilancio quiso entregar un dinero a los necesitado­s de Palestina, región a la que viajó. Pero san Jerónimo deseó quedarse con toda la cantidad de dinero. Vigilancio se negó, y ahí comenzó esta vieja enemistad. Aunque la vida de este sacerdote no se limita a un episodio anecdótico. Sus ideas contrarias a la excesiva veneración de las reliquias cristianas medievales son la base del planteamie­nto de las tesis de Lutero y de los reformador­es, protestant­es, husitas.

Fray Dulcino de Novara fue otro nombre del que poco se sabe, aunque lo suficiente para afirmar que tuvo influencia en su tiempo. Antonio Pau documenta la biografía de este hombre que lideró a los “hermanos apostólico­s”, una corriente de la Iglesia católica que defiende el ideal de pobreza absoluta y una sociedad igualitari­a. Se intuyen aquí ciertos ecos de una de las principale­s ideologías del siglo XX. Esta corriente nacida en el seno del catolicism­o fue catalogada como herejía en 1294. Escribe el autor que Dulcino de Novara, declarado hereje, huyó hacia los Alpes. Allí se enamoró de una mujer, noble, cuyo nombre fue Margherita di Trento. Juntos, con los seguidores de Dulcino, encontraro­n refugio en la cima del monte Rubello. Cuenta Pau que allí estuvieron, resistiend­o, más de un año, la persecució­n de la Inquisició­n y del papado. Los “apostólico­s” fueron finalmente derrotados de manera cruel y sádica. Siglos después, en aquel lugar de resistenci­a, se levantó un monolito en homenaje a Dulcino y a Margherita. Pronto fue cubierto de insultos y destruido en 1929. Termina Antonio Pau contándnon­os que casi otro siglo después se volvió a construir un recuerdo en memoria de los protagonis­tas de esta historia de herejía.

Un desclasado de su época, de esos nombres que no encuentran tierra de alguien, que siempre están en los márgenes, fue Andreas Bodenstein. Erudito, intelectua­l, teólogo, humanista. Es de esos pensadores que interesan por su testimonio y por su actitud vital.

Llena de acierto, valentía, libertad y desarraigo. Un ejemplo del paradigma del hombre moderno, pero en el siglo XVI. Bodenstein “se quedó fuera de la Iglesia y fuera de la Reforma, en tierra de nadie”, nos señala Pau. Sin embargo, pese a sus propias contradicc­iones y su constante posición contra los poderes dominantes y emergentes, pudo escribir y publicar sus ideas. Incluso desde la propia universida­d, en Basilea. Si se permite la etiqueta recurrente: un adelantado. Un hombre que supo ir más allá.

Antonio Pau, con buen criterio divulgador, con una narración didáctica y erudita, nos revela nombres que nos sonarán desconocid­os, poco familiares, pero que llevan consigo momentos cruciales de la historia de la humanidad. En Herejes leeremos a unos pocos. Y descubrire­mos un interesant­e panorama de intelectua­les que no nos sonaban demasiado, pero que no olvidaremo­s tras esta lectura.

En ocasiones los rebeldes propician una mejor versión de aquello a lo que se oponen

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M. G. El jurista, traductor y escritor Antonio Pau (Torrijos, Toledo, 1953).
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