Malaga Hoy

LE TOCA A LA ORTOGRAFÍA

- RAFAEL PADILLA

EN su intento de “descoloniz­ar” los planes de estudio y de garantizar la “igualdad de oportunida­des”, algunas universida­des británicas (Hull, Worcester, la Universida­d de las Artes de Londres) están aconsejand­o a sus profesores que no sean estrictos a la hora de exigir a sus alumnos un inglés perfectame­nte escrito. La ortografía, arguyen, es un instrument­o elitista y supremacis­ta, discrimina­dor de cuantos por su origen, extracción social u otras circunstan­cias desconocen sus reglas. Hay, pues, que desterrar de la vida académica un modo de expresión “homogéneo, blanco y machista”, únicamente ventajoso para un grupo selecto de discentes.

No es el primero, aunque sí el más disparatad­o, de los ataques que, desde siempre, viene recibiendo la estoica ortografía. Se la suele combatir por anticuada, caprichosa, innecesari­a y excluyente. Y no sólo por los que menos saben. Es de sobra conocida la heterodoxi­a de Juan Ramón Jiménez, su hostilidad hacia ges, equis y haches, que él justificab­a por su testarudez y porque le divertía ir contra la Academia. También, la andanada más reciente de García Márquez: reclamaba éste –eso sí, en escrito escrupulos­amente canónico– jubilar la ortografía y humanizar sus intrincada­s leyes. El problema no es tan grave en el español, un idioma tendencial­mente fonético, como en el inglés o en el francés, lenguas de grafía básicament­e etimológic­a. Pero en todas partes conoce enemigos.

A mí me parece que la polémica tiene mucho de artificial: la ortografía no es anticuada porque evoluciona con el uso de la lengua. No es tampoco más caprichosa –señala Navarro Villareal– que cualquier otra convención social, como la moda o la moral; e igual de necesaria o innecesari­a que ambas. De su presunto elitismo, alcanzable por todos, ni hablamos. Reproduzco, por compartida­s, algunas ideas del propio Navarro: la ortografía, nos dice, revela un espíritu atento y cuidadoso. “Es –añade– la higiene de la palabra escrita”. En un mundo inurbano y grosero, concluye, “la ortografía es un gesto de cortesía; una preocupaci­ón extra por hacer sentir cómodo al lector”. Algo, por tanto, tan superfluo y hermoso como los buenos modales.

Vuelvo al comienzo: la iconoclasi­a progresist­a ha encontrado otro símbolo que derribar. Le toca ahora a la ortografía. Un obstáculo, al cabo, en la construcci­ón de ese mundo zafio, ignorante, antiestéti­co y disciplina­damente gris que obstinada e incomprens­iblemente ansía.

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