Un amor de otro mundo
cogen aquí, espléndidamente escritos, de cierto tono surreal, como soñados a través de una lente de agua, explica la aventura que le llevó a sugerirle a la cantante, ya mayor y sin público, un viaje promocional a España. Es aquél que lleva por título La gente comenzó a llegar al velatorio, que principia en el entierro del cantante José Alfredo Jiménez en el DF y termina con el triunfo de la Vargas en el Lope de Vega de Sevilla. En todos ellos se da, por otra parte, un fuerte nexo cultural y geográfico, destacado desde el título. Un vínculo que pudiéramos llamar amor, sin miedo a equivocarnos.
Hay algo de deliberadamente valleinclanesco en la desmesura con que ArroyoStephens retrata a sus personajes y al mundo alucinatorio y brusco en el que se mueven. El propio pintor Castañeda, protagonista del primer relato, tiene algo de un Max Estrella, acalorado y trueno, cuyos recuerdos se quedaron prendidos, como un coleóptero en su aguja, de la vieja España republicana. También hay algo de esa España errante, honesta y gratamente mejicanizada, en Era de noche ese día y Delante de mi casa. En puridad, cualquiera de es
tos relatos viene atravesado por un asombro que ignora lo pintoresco, pero cuyo linaje hay buscar en la definición de “lo real maravilloso” de Carpentier, cuando recordaba, a comienzos de los 60, la sorpresa y la incapacidad de Hernán Cortés para describir la hermosura y la vastedad de la Nueva España. Todo ese colosalismo climático y orográfico, junto a la particular vitalidad de sus habitantes, son las que se traducen aquí, con excelente prosa, en un testimonio de amor, complejo y excesivo, pero verdadero, por ese mundo otro, tan próximo a nosotros, y tan singular, no obstante, de lo mejicano.