Rosa Ribas se atreve con todo
● La autora presenta ‘Los buenos hijos’, la segunda novela de la familia de detectives Hernández, que investigará un duro caso de prostitución de menores
ROSA Ribas es una escritora valiente. Quizá por eso nos apasiona. Su forma de entender la novela negra traspasa los difusos límites de la autocensura para adentrarse en terrenos pantanosos. Lo ha hecho a lo largo de su dilatada y exitosa carrera, lo demostró a base de bien en Un asunto demasiado familiar, que supuso la presentación de la atípica familia de detectives que forman los Hernández –con más secretos a sus espaldas de los que investigan– y lo ha confirmado con Los buenos hijos, editada recientemente por Tusquets y que no sólo mantiene el pulso de la primera entrega de la saga sino que añade tramas más oscuras, mayor dramatismo, más sangre y más miserias de un género humano en muchos casos despreciable.
Es difícil hablar de la novela sin destripar cuestiones básicas de la historia, pero, por otra parte, es necesario. Porque Ribas demuestra con este nuevo libro que está en plena forma y que se atreve con cuestiones tan peliagudas como las enfermedades mentales (Lola, la matriarca, el astro rey que orbita el cabeza de familia, Mateo, inicia un nuevo descenso a los infiernos), el alcoholismo (de la propia Lola y de su hijo Marc), la depresión permanente (de la tía Claudia, cargada con la cruz de un secreto que cada vez conocen más miembros de la familia) o la prostitución de menores, que en esta ocasión sirve a la autora para contar un suceso terrible pero inspirado en la más cruda realidad.
La novela arranca con un ritmo sosegado para ir subiendo el pulso con el paso de los capítulos. Nora, la hija desaparecida tras hacer lo que nunca debe hacer un detective –investigar a su propia familia y descubrir sus secretos– ha vuelto a la agencia. Amalia continúa su relación con Ayala, el tipo duro; Marc intenta demostrar a su padre que está preparado para sustituirlo al frente de la manada y Mateo bastante tiene con llorar la muerte de su padre y conseguir dinero para pagar las nóminas.
Los Hernández investigan varios casos de infidelidades e impagos hasta que un matrimonio les contrata en busca de respuestas al suicidio de Martina, su hija de 14 años. Una foto desnuda en actitud insinuante y una autopsia que revela habituales relaciones sexuales harán que Marc se obsesione con el caso hasta el punto de mentir a su padre –con la complicidad de su hermana Amalia– para continuar escarbando a pesar de que los padres de la menor insisten en darle carpetazo al asunto.
El sexto sentido de Lola le advertirá de la maldad que destila la voz de la tieta Rosario, la dueña del bar donde trabaja Raúl, el chico mayor que salía con Martina hasta su muerte y que no le guarda luto precisamente. Marc descubrirá que la depravación de la que es capaz el ser humano no tiene límites y permitirá a Rosa Ribas dejarnos bien claro que prefiere que la venganza se sirva en un plato muy caliente.