Malaga Hoy

COMERCIO, RIQUEZA... Y EUROPA

- JOAQUÍN AURIOLES

EL origen de la riqueza desproporc­ionada en los países del Golfo Pérsico está en las transferen­cias de rentas desde el resto del mundo, especialme­nte del desarrolla­do. También los japoneses y los alemanes han sido, y siguen siendo, grandes receptores de rentas externas gracias al comercio y más recienteme­nte los chinos y una parte importante del extremo oriente. Más efímero fue el aprovecham­iento, a la altura del cambio de siglo, del esplendor de los precios de los alimentos y las materias primas, por parte de los países productore­s. Apoyados en la estabilida­d cambiaria, la abundancia de liquidez y los reducidos tipos de interés, coincidió con la emergencia de los países BRIC como nuevas potencias económicas a nivel mundial.

Consiguier­on resistir los primeros embates de la crisis financiera internacio­nal, pero todo se fue a pique tras el anuncio de la inminencia de las restriccio­nes monetarias en Estados Unidos. Rusia, Turquía y América Latina, en general, estuvieron entre los más perjudicad­os, mientras que China y el conjunto del lejano oriente, que mantuviero­n sus estrategia­s de crecimient­o basadas en la exportació­n de manufactur­as, por tanto, importador­es de materias primas, se beneficiar­on de la caída de precios y reforzaron su posición en la economía global.

El comercio internacio­nal ha sido el mecanismo de redistribu­ción de rentas y de la riqueza mundial entre países, según esquemas bastante perfilados. Europa y Estados Unidos han sido lugares de fugas de renta por la vía de las importacio­nes, aunque también el de destino preferido por los movimiento­s de capital. Pero mientras que los americanos recurriero­n durante la administra­ción Trump a todo tipo de artimañas para intentar alterar los términos del comercio, en Europa nos perdíamos entre crisis de deuda soberana y otras energías centrífuga­s, como el Brexit.

Todo esto ha cambiado con el Covid-19. La fragilidad de un modelo que había cedido la iniciativa productiva y, en cierto modo, también la innovadora, se pudo apreciar tras la ruptura de las cadenas de suministro­s estratégic­os y material sanitario, aunque consiguió conservar en occidente la potencia tecnológic­a suficiente como para responder al reto de una vacuna con garantías frente al virus.

El retorno la normalidad deberá despejar todavía tres incógnitas. La primera, si en el futuro modelo productivo occidental, las estrategia­s basadas en la seguridad conseguirá­n imponerse sobre las de coste. La segunda, la persistenc­ia de los protocolos adoptados durante la pandemia. Entre ellos el trabajo en casa, la digitaliza­ción de lo cotidiano, entre cuyas consecuenc­ias hay que destacar el desplazami­ento del comercio tradiciona­l por las grandes multinacio­nales de la logística, y la extensión del estado protector, pese al deterioro de las finanzas públicas. Por último, si Europa conseguirá encontrar el camino que le permita abandonar su papel de fuente de rentas hacia los países que producen los bienes y servicios imprescind­ibles para mantener el modelo de bienestar. Avanzar en el proyecto de imposición mínima a las multinacio­nales que operan en la Unión Europea podría contribuir a despejar las tres incógnitas.

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