El arte de desaparecer
Más que el retrato en sus últimos días de una gran pintora olvidada de la generación de los cincuenta como fue Isabel Santaló (Córdoba, 1923 – Madrid, 2017), el documental La visita y un jardín secreto no deja de ser una carta de reconocimiento y un diálogo íntimo entre su autora, su sobrina Irene M. Borrego, y la mujer que parece haber inspirado con su ejemplo de integridad, libertad y resistencia el intento de aprehender una voz propia para la cineasta en ciernes.
En su piso modesto de un barrio de Madrid en el que las paredes vacías y las alcayatas dejan ver los huecos que un día ocuparon sus cuadros, una nonagenaria Santaló batalla con sus temblores y su escasa movilidad acompañada de su gato, la empleada latinoamericana que viene a limpiar, la hija de su primo que la visita esporádicamente y el molesto equipo de rodaje de su sobrina, empeñada en filmar a prudencial distancia y en planos fijos ese tiempo de la rutina de una mujer callada y solitaria.
Lo que parece un retrato de la decadencia física, el silencio y la soledad se llena pronto de un relato fascinante narrado por la voz de Antonio López, compañero de generación de Santaló, al que la cineasta ha pedido que le cuente lo que recuerda de ella. Sin cambiar de registro visual, la voz de López materializa entonces el pasado: “una mujer con gran personalidad aunque de presencia discreta y que no trataba de ser simpática. Por entonces nos conocíamos todos en el mundillo, pero ella desapareció y nadie la echó de menos. Conmigo era amable y cordial, me llevaba bien con ella, nunca fui a su casa, pero ella sí fue a la mía, una vez o dos, yo pienso que sin avisar”.
Prosigue López, esta vez para hablar de una pintura que nunca veremos, supuestamente arrebatada o guardada bajo llave en una habitación del piso: “una pintura alejada de la búsqueda del éxito, despojada de toda vanidad, de toda retórica, seca y muy clara, tenía algo de jardín secreto. Aunque parecía que ella no quería mostrarlas. El mundillo del arte no iba con ella, estaba allí de visita. No sé qué fue de su obra, si la vendió, la quemó… no he vuelto a ver nada de ella. Isabel inspiraba respeto entre el grupo de su generación, pero quizás no fuera suficiente”.
La cineasta se confiesa entonces ante el pintor: ella es la sobrina de Isabel, la oveja negra de la familia, que siempre desaprobó sus inclinaciones y su carrera artísticas, y con la que alguna vez la han comparado.
En este punto, el filme quiebra su discurso: Isabel no sólo no es una mujer solitaria, decrépita y muda, sino que bajo su aspecto adormecido y lento aún late una mente y un discurso lúcidos y una voz poderosa, también una voluntad de batallar con la sobrina en lo que ella entiende como un proceso inquisitorial. Y en efecto, el documental le da voz a la artista, que nos revela su lugar en el mundo del arte y la pintura españoles, pero también en el seno de una familia conservadora que hizo todo lo posible por apartarla de su vocación en una épo
Tras su premiado recorrido por festivales, llega a Filmin ‘La visita y Un jardín secreto’
ca concreta de la historia de nuestro país. La sobrina no esconde su frustración y su tono airado en el intercambio, se autorretrata como una joven que no tiene el control sobre los elementos, que reproduce en cierta forma la imagen que su familia ha tenido de su tía. Ella quiere respuestas, pero Isabel se protege en los misterios que la acompañan y la elocuencia de sus palabras, en su concepción del arte como territorio de riesgo que consiste en adentrarse en lo desconocido, en lo intuitivo, lejos del “caminito”.
Finalmente, la sobrina ha conseguido entender y despejar la incógnita sobre una mujer que se empeñó en ser libre. Un vídeo de su comunión resucita el único momento en el que ambas estuvieron juntas. Sobre esas imágenes, sólo queda ya el último gesto de agradecimiento y filiación.