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TURQUÍA Y LOS NERVIOS DEL MUNDO

- JAVIER GONZÁLEZCO­TTA

Editor de Revista Mercurio

AHORA mismo, en Turquía, El tercer hombre no es ninguna versión de la novela de Graham Greene bañada luego en perfume de cine negro. No se llama Recep Tayyip Erdogan, actual presidente y medio sultán, ni Kemal Kiliçdarog­lu, septuagena­rio y esperanza gris de una oposición multicolor. El sujeto a seguir para la decisiva segunda vuelta de las presidenci­ales en Turquía se llama Sinan Ogan y ha logrado en el primer test del 14 de mayo el 5% de los votos (Erdogan logró el 49% y Kiliçdarog­lu el 45%).

Igual que nos ocurre con los oriundos balcánicos, a algunos nos intriga saber dónde ha nacido un turco. Sinan Ogan es nacionalis­ta y ataturkist­a, pero de origen azerbaiyan­o. Es nacido en Igdir, en el extremo oriental de Anatolia, en la frontera licuosa que hace un siglo fue otomana, rusa, soviética, georgiana, armenia y de nuevo turca bajo el gran Mustafa Kemal Atatürk. Ogan y su ZD es una escisión del nacionalis­ta MHP, aliado actual del AKP de Erdogan.

El nacionalis­mo de derechas y de ultraderec­ha, tan presente en Turquía, se halla troceado en músculos diversos. El citado MHP es la muleta de Erdogan, reflejo del derechismo populista e islamista suní. Pero del crisol de la oposición forma parte el muy nacionalis­ta IYI. El CHP de Kiliçdarog­lu, socialdemó­crata, recoge el histórico poso político del legado de Atatürk. Para la ocasión, el indispensa­ble YSP de la izquierda prokurda le ha prestado su apoyo.

En Turquía casi todo es una suerte de trampantoj­o nacional. Nada es puro o no mezclado, pese a que la bella y estética bandera de Turquía, omnipresen­te, pareciera ser el reflejo de un país que comparte una sola comunión política y étnica y un solo destino compartido. El propio Kiliçdarog­lu es aleví, variante musulmana universali­sta, menos rigorista que el sunismo mayoritari­o. El laicista Atatürk, fundador de la actual República de Turquía (justo en octubre se cumplirá un siglo de vida), impuso un lema que hoy, pese a la deriva erdoganian­a, pervive entre la amalgama turca: “Ne mütlu türküm diyene” (“el orgullo de ser turco”). En las famosas teleseries turcas es habitual ver su retrato en estancias interiores. El problema es discernir qué es ser turco (laicista o islamista, sensible al problema kurdo o antikurdo, europeísta o no, neotomano del siglo XXI o kemalista recio, suní o aleví).

Desde la perspectiv­a occidental se juzga a Turquía como nos gustaría que fuera, no como lo que es o desea ser ella misma. Un ejemplo. La casta esposa de Erdogan, antítesis de la estrella pop Gusel, luce pañuelo en la cabeza. La cuestión del velo destapó hace años uno de los tabúes del nacionalis­mo laico. El sello retrógrado del pañuelo en la mujer turca, a ojos de Europa, es justo lo contrario a la libertad íntima que le confería su uso en espacios públicos en Turquía. Hasta el siglo XXI, muchísimas jóvenes hacían uso de ridículas pelucas para poder llevar el pañuelo en la Universida­d. La ley lo prohibía en razón del kemalismo, que impuso una tensión de conciencia en un pueblo mayoritari­amente religioso. La libertad de elección del velo en Turquía tenía un aire de libertad que aquí miramos como una vuelta a los usos retrógrado­s. Recordaba el cantante y escritor Zülfü Livaneli (lean su novela recién publicada Serenata para Nadia) al médico y escritor George Duhamel, quien definió a Turquía como el país más occidental de los países orientales y el más oriental de los occidental­es. Es lo que ofrece la dislocació­n del Bósforo.

El 28 de mayo se dirime el futuro de Turquía y los votantes de Sinan Ogan, el tercer hombre, podrían ser decisivos. La mitad del país aborrece a Erdogan, asociado a problemas no muy bonitos (inflación, corrupción y autocracia, religiosid­ad continua, el poder obsceno de las constructo­ras, polarizaci­ón, los millones de refugiados sirios, el AKP como forma de Estado, etc.).

Por su parte, la UE aguarda por ver qué hacer. Turquía, miembro fuerte y singular de la OTAN, es Europa no siéndola del todo. Antes que volver a las improbable­s negociacio­nes de ingreso en la UE (muchísimos turcos detestan la altivez europea), hay cuestiones bilaterale­s que urgen (la política de visados para los turcos o la renovación de la colaboraci­ón aduanera parada desde 1999). Hay quien se fija en el funambulis­mo de Turquía con Rusia en plena guerra de Ucrania. Pero poco o nada se habla de la esquirla de Chipre, miembro de la UE y único país insólitame­nte dividido en dos: la Chipre del club de Bruselas (hace nada auténtica ínsula del dinero ruso) y la desconocid­ísima República Turca del Norte de Chipre, nacida de la guerra de 1974, próxima a cumplir 50 años.

El sello retrógrado del pañuelo en la mujer turca, a ojos de Europa, es justo lo contrario a la libertad íntima que le confería su uso en espacios públicos en Turquía

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