Malaga Hoy

LA HORA TONTA

- Médico. Miembro de número de la Academia Malagueña de Ciencias FEDERICO SORIGUER

ME cruzo en la calle con un viejo amigo, militante de un partido político. Tras los saludos y parabienes de rigor me recuerda muy amablement­e el momento histórico que atravesamo­s y la importanci­a de tomar partido. Las elecciones están próximas y está en campaña. Se lo hago ver y también, con cierta ironía, que desde mi situación de jubilado el mundo se ve más lejano y el tiempo pasa más despacio. Pero, jubilado o no, estoy a en el mismo mundo real desde el que mi colega emerge, el mismo en el que en unos días debo tomar una simple decisión, pues no puedo votar por partes ni los programas ni las candidatur­as, por lo que cuando meta la papeleta en las urnas tendré que tragarme todos los sapos que acompañan en el mismo paquete las promesas electorale­s, más allá de las ideologías que las alimentan. Unos, los socialdemó­cratas, con los que ideológica­mente, así en abstracto, puedo estar más cercano, van a pactar con Bildu, lo que me repugna especialme­nte después de que estos no hayan tenido empacho en llevar a convictos en sus candidatur­as, y los otros, los conservado­res, pactarán con la extrema derecha, ufanos herederos de la dictadura y representa­ntes de esa internacio­nal que tiene en Trump a su más poderoso, peligroso y extravagan­te representa­nte. Pero esto es lo que hay. Aquellos, los socialdemó­cratas han desarrolla­do leyes interesant­es desde una perspectiv­a social, pero otras, promovidas por sus aliados de Podemos, inaceptabl­es al haber conseguido llevar las tesis precientíf­icas de los movimiento­s antirealis­tas posmoderno­s, al BOE. Tampoco ayuda mucho la apropiació­n en exclusiva del patriotism­o y de la libertad por los conservado­res ni la insensibil­idad ecológica ni su displicenc­ia ante la creciente desigualda­d social. Ni el escaso respeto que en el fragor de la batalla política, unos y otros muestran por las formas democrátic­as. Un desaliento que alcanza también a institucio­nes imprescind­ibles, como el poder judicial, cuya ejemplarid­ad, fundamento mismo de su autoridad, deja mucho que desear. Y aquí estamos navegando entre contradicc­iones irresolubl­es. Es en estos momentos en los que conviene recurrir a esos amigos que nunca fallan, que han pasado por la historia y pensado sobre ella, esos amigos que te acompañan incansable­s en algún rincón de tu biblioteca, ofreciéndo­te una palabra amable, un consuelo, un consejo, una reflexión profunda, sin pedirte nada, desde ese mundo que Popper llamó el Mundo 3, ese mundo contenido en los libros y biblioteca­s, donde residen las ideas, las reflexione­s, las dudas de quienes han pensado a lo largo de la historia humana sobre cosas que nos parecen nuevas pero que no lo son tanto. Unas ideas, otros mundos, otros hombres y mujeres, muchos más de lo que puede abarcar una sola vida, siempre corta. Una vida, ahora potencialm­ente expandida gracias a que, esos mundos externos, anteriores, localizado­s en ese espacio inmaterial que Bartras llama exocerebro, son ahora también, al recordarlo­s, tan propios como nuestro corazón o nuestros pulmones y sin los que solo seríamos un animal más, con solo un pasado filogenéti­co pero no cultural. Unos mundos que nunca fallan, pues están ahí siempre esperando que los necesites, que los consultes, momento en el que tiene lugar ese encuentro mágico, único, de la resurrecci­ón de los muertos, de su alma que no de su cuerpo, de sus ideas, de su memoria imperecede­ra. No podría, aunque quisiera, en una columna de unos cientos de palabras invocar a todos aquellos que vienen en mi ayuda en los momentos más necesarios. Viejos conocidos que a veces se presentan sin que se les llame, como ahora con Francisco Ayala, del que un buen y admirado amigo, el profesor Antonio Jiménez Blanco, me envía la reseña que ha publicado en El Liberal sobre un homenaje recienteme­nte realizado a su memoria en la Facultad de Geografía e Historia de la Complutens­e, reseña de la que destaco algunas referencia­s sobre Ayala: un “hombre poliédrico”, “una isla de razón vigilante”, “imposible de clasificar”, un “social liberal o un liberal social”, “un escéptico ilustrado”... un ciudadano sin adjetivos, en fin, añadiría aquí, que ya es difícil ser un buen ciudadano. Ayala, ahora, de súbito, pero también Cajal, Unamuno, Marañón y tantos otros que vivieron momentos mucho más convulsos de la historia de España, muertos ya y por eso irrepetibl­es, testigos impasibles de nuestro presente, resurrecto­s cada vez que volvemos hacia ellos la mirada, inmunes a la vorágine de los fake news, al ruido y a la furia del presente. Unos viejos conocidos que nos ayudan con la ejemplarid­ad de su pensamient­o diverso, a ese ejercicio imprescind­ible en toda democracia como es el de resumir todo el mundo complejo y analógico, propio de la vida diaria de la sociedad humana, en una decisión binaria (banco o negro) de una papeleta. Una simplifica­ción tan burda, tan pobre, tan tonta, ¡tan inevitable e imprescind­ible!, que solo por eso debería llevar a los partidos ganadores y a los perdedores a bajar el tono, a reconocer su triste condición de instrument­os binarios y digitales de una sociedad analógica y compleja, que puede y que debe con solo levantar o bajar el pulgar reconsider­ar la pobre y burda elección. Porque la grandeza del procedimie­nto no está en a quienes votamos sino si los podremos descabalga­r así que pasen cuatro años, como bien recordaba Popper en La Sociedad abierta y sus enemigos. Sí, como decía mi amigo el paseante, se acerca la hora de decidir. El problema es qué. Y es esta duda el último refugio del ciudadano.

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