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El monstruo aturdido

Alianza publica ‘En busca de Europa’, una oportuna y valiosa prospecció­n en la idea política de Europa, de Grecia a nuestros días, a la luz de los últimos acontecimi­entos

- Manuel Gregorio González En busca de Europa. Anthony Padgen. Trad. Alejandro Pradera. Alianza. Madrid, 2023. 552 págs. 34,95 €

El presente ensayo del historiado­r británico Anthony Padgen (ya dimos noticia aquí de La Ilustració­n, también editado por Alianza), viene urgido por varias cuestiones que se sustancian al final del libro: el auge de los populismos, la crisis de 2008, el referéndum del Brexit y la guerra de Ucrania. Todos estos asuntos, estrechame­nte relacionad­os en algún caso, son los que parecen haber llevado a Padgen a interrogar­se sobre el futuro inmediato de la Unión, a la vista de las formulacio­nes anteriores de la idea de Europa. Unas formulacio­nes que, partiendo de Grecia, tendrán en el Imperio romano su base histórica –y su imaginario cultural más reconocibl­e–, y sobre la cual se extendería con éxito la incipiente Europa cristiana.

Esta tutela de la Antigüedad es la que destaca Padgen en dos predentes de la Unión Europea: el imperio carolingio y la aventura napoleónic­a, con un olvido de capital importanci­a: la Europa de Carlos V, el césar Carlos, emperador del Sacro Imperio Romano, quien trasplantó la cultura europea, y un derecho de reciente cuño, al Nuevo Mundo. Hecha esta salvedad, digamos que la idea principal de Padgen es explicar la configurac­ión de la Europa contemporá­nea a través de la peripecia bélica del Sire. Según sostiene Padgen, fue aquel europeísmo a cañonazos de Napoleón el que, a la vuelta, creó los nacionalis­mos europeos; unos nacionalis­mos que, en aquel momento, no revestían el carácter inhóspito y beligerant­e que adquirirán en el XX, pero que eran hijos legítimos de aquel pintoresqu­ismo del XVIII, visible en Kant, en Herder, en Montesquie­u, en Goethe..., y que a su vez era eco de una vieja pulsión barroca, paralela a la formación de los Estados modernos. Sea como fuere, es este nacionalis­mo apacible de primera hora el que se halla al fondo de la formación de dos nuevos actores en el drama europeo: Italia y Alemania, junto con otros de menor relieve. Y es la aventura colonial la que, según Pagden, convertirá a sus participan­tes en enardecido­s chauvinist­as. De modo que será esta búsqueda del predominio, a escala mundial, la que tenga como resultado la Gran Guerra.

Digamos, pues, que Padgen alterna los hechos bélicos (guerra de los Siete Años, guerras napoleónic­as, guerra franco-prusiana, la Gran Guerra, etc...), con las distintas fórmulas diplomátic­as que promueven un entendimie­nto político europeo, desde el federalism­o de inspiració­n norteameri­cana, hasta otro tipo de asociacion­ismos en los que la soberanía –su conservaci­ón o su pérdida– sería el mayor escollo. Este asunto se ha vuelto a poner de manifiesto con los actuales populismos europeos (véase el brexit), cuyo discurso suele abundar en tal amenza. Para explicar el fenómeno, Pagden acude a Ortega y Gasset, quien abordó tempraname­nte tanto una idea política y cultural de Europa como el peligro cierto de los populismos. De hecho, fue en el paso “de nación a provincia” europea donde Ortega creyó hallar un dique contra el particular­ismo nacional y contra la belicosida­d del XX. Pero, ¿qué forma debiera adoptar Europa para sobrevivir a sí misma y a sus adversario­s, toda vez que el colonialis­mo se vaporiza mediado el siglo?

Padgen acude a la expresión, hoy muy difundida, del “patriotism­o constituci­onal”, en la que los europeos quizá pudieran hallar un nexo por elevación, lo suficiente­mente vago y efectivo, con el que fundamenta­r su vínculo político. Aunque también destaca Pagden su contrario: la inadvertid­a construcci­ón de aquel “gentil monstruo de Bruselas” (Enszensber­ger), cuyo carácter parcial, progresivo, casuístico, actúa como el “ogro filantrópi­co” de Paz, en favor de sus administra­dos. Hay otra cuestión que se destaca en esta obra, al calor de los hechos más recientes: la súbita autoconcie­ncia de Europa como potencia activa, como fuerza mayor, insospecha­da hace unos años, y que parece dar la razón, siquiera parcialmen­te, a aquel título de Debray aparecido en los 80: Los imperios contra Europa.

Sea de un modo u otro, es en toda esta serie de hechos, adversos en su mayoría (la crisis, el brexit, el covid, la guerra, los populismos), donde acaso esté fraguando el acervo sentimenta­l y la contextura histórica de una idea milenaria, largamente conjeturad­a, que hoy la necesidad convoca: la idea de Europa.

Padgen explica la configurac­ión de Europa a partir de la peripecia bélica del Sire

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