EL ESTADO DE ÁNIMO
HOY, como todos los días, lo primero que he hecho desde muy temprano, en invierno lo hago desde antes de que salga el sol, es leer toda (casi toda) la prensa local, regional y nacional. Comparo los distintos enfoques que dan a las noticias, leo las opiniones y me hago mi composición de lugar respecto a los distintos temas que afectan a la vida de los ciudadanos y a la mía propia. Reconozco que, a pesar de mi provecta edad y los años que llevo forjándome de esa manera el pensamiento y mi opinión, dicha mañanera actividad sigue calando en mi estado de ánimo. Conforme leyendo, voy pasando las páginas de papel de un periódico o dando pantallazos, en los digitales, en el ordenador, mi ánimo va pasando, regularmente por este orden, del cabreo, al asco, de la convicción a la rebelión, de la ira a la sensatez y, algunas pocas veces, a la alegría.
Pues este ha sido un día en el que he pasado por todos esos estados de ánimo. Pero lo que ha hecho que me sienta alegre, es ver y leer una entrevista, a toda página, con mi querida y admirada Elena Laverón. Es una alegría leerle “Ahora estoy otra vez resucitando”, señal de que la racha de problemas de salud y, especialmente su brazo, prácticamente inutilizado, está recuperándose. Tan solo diré que Elena, como persona, es excepcional. Ella, junto a su difunto esposo, el doctor Aser Seara, han sido para mí una parte muy importante de mi vida. Y, como escultora, es excelsa. Sus esculturas tienen tal sensibilidad que adquieren una dimensión humana al tacto y divina a la vista. El bronce se torna aterciopelado como la piel cuando se le acaricia. Su contemplación llena el espíritu de amor, de paz y de serenidad. Su obra merece que Málaga le dedique un templo.
Pero, tras el ánimo alegre, me viene la triste realidad de la mano de Mª Jesús Montero. No hay peor gracioso que el que quiere hacer una gracia sin tener chispa de humor; porque hacer gracias a costa de los defectos, o mejor dicho, de los desperfectos, de otros significa que, aparte de no tener la más mínima educación, no posee ni un ápice de inteligencia (que es un desperfecto peor). Cuando se es vicepresidenta del Gobierno o, simplemente, cuando se tiene un puesto de una visibilidad pública, no se puede hablar como una zafia verdulera. Haciéndose la graciosa, se refirió al portavoz del partido en la oposición que, por cierto, tiene el apoyo de unos cuantos millones de españoles más que ella, como “este hombre que habéis mandado “p´allá”, para Madrid, el de las gafas. Bueno, los dos tienen gafas (por Feijóo), el que tiene menos pelo, Miguel Tellado”. Que Tellado no tenga pelo no es tan reprochable como no tener educación. Estar calvo nada tiene que ver con la inteligencia o la capacidad para desempeñar un empleo. Si Montero hubiese leído a Ovidio y conociese su poema El Arte de amar (Ars amatoria), sabría que tampoco a los romanos le gustaban los calvos, por eso dice en dicho poema: “Feo es el campo sin hierba, el arbusto sin hojas y la cabeza sin pelo”, pero nada dijo de la inteligencia. Claro que pedirle a la excelentísima fregona que haya leído a Ovidio, es pedir peras al olmo.