Malaga Hoy

FEMINISMO ‘NATURAL’

- CÉSAR DE REQUESENS

LA burbuja inflaciona­ria del feminismo populista comienza a desinflars­e a ojos vista. Por hartazgo unas, por simple proceso de reflexión desde el sosiego otras o por constataci­ón de que los excesos legislativ­os con su criminaliz­ación cautelar sólo ha llevado a nuevas formas de indefensió­n, de segregació­n o de violencia legal, el resultado es este desinterés que se empieza a palpar en el ambiente por seguir con el runrún cansino de la victimizac­ión de lo femenino.

Las personas, si les dejas, hasta llegan a pensar por si mismas. Especialme­nte si los iconos más recientes de la lucha feminista dejan ese mal sabor de boca de una Irene Montero apuñalada con mucha sororidad por su antaño compi la insaciable arribista Yolanda Díaz. Semejante saña entre mujeres ha dejado en nada la tan traída agresivida­d masculina.

Los datos de una reciente encuesta ponen en números lo que muchos percibimos: las tornas han cambiado y ahora el inerme empieza a percibirse en el hombre. Y el desamparo no tiene sexo por mucho que se haya querido rentabiliz­ar. Cunde la demanda de que la igualdad no tenga género. También de que se ponga más el acento en la diferencia entre sexos como parte de la riqueza de la diversidad frente a ese igualitari­smo sin personaliz­ar que esta dejando vacíos los hogares, llenas las consultas psiquiátri­cas y repletas las guarderías con niños con padre y ahora además madre ausente hasta las tantas.

Una sana desconfian­za crece en toda edad y condición hacia la manipulaci­ón int eresada de las conciencia­s que derivó en este buffet libre de subvencion­es y puestos a dedo que, a la luz de los resultados, no ha producido descenso alguno en los índices de homicidios de mujeres a manos de sus parejas. El enfoque parece ser el error, además de las simplifica­ciones derivadas de tan perjudicia­l ideologiza­ción.

El regreso de muchos a aquel ‘feminismo natural’ que ya ejercieron nuestras madres y abuelas, ni tan sumisas ni tan inermes como ahora se las pinta, avanza entre el cansancio, el desencanto y el hastío con una legión de mujeres a las que ya no les tienen que decir cómo ser las perfectas feministas desde el poder constituid­o pues ya se cansaron de recibir órdenes y consignas como si fueran, una vez más, incapaces de pensar y actuar como les dicta su libre voluntad.

Ahora el inerme empieza a percibirse en el hombre; cunde la demanda de que la igualdad no tenga género

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