Malaga Hoy

Sin oportunida­d alguna de colaboraci­ón, de co-creación por parte del destinatar­io?

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que si las finanzas. Pero sí, no vendría mal. Esta cultura de la literalida­d ha cobrado fuerza en los últimos años, sobre todo en las redes sociales, que llenan el espacio público de acusacione­s de todo tipo. A partir de aquí, cada vez se dan más conflictos jurídicos que tienen que ver con el código ficcional. A veces se identifica el daño que causa la ficción al espectador con el daño jurídicame­nte mensurable que causan las calumnias o agresiones aún más graves. Pero, claro, la ficción no causa este daño; como mucho, ejerce una influencia que puede ser positiva o negativa. Así que sí sería pertinente educar a los receptores en la excepciona­lidad de la ficción como representa­ción. Siempre es un error convertir la ficción en un instrument­o para. El arte es otra cosa, aunque pueda tener efectos sociopolít­icos indirectos. En este sentido, una película como Vértigo parece favorable a una política cancelator­ia porque se abre a muchas interpreta­ciones.

–Al hilo de eso, ¿quizá la creación cultural viene mostrando en los últimos años una falta de confianza en la capacidad interpreta­tiva del lector o espectador? ¿No se presentan los mensajes ya cerrados,

–Sí, por supuesto. En el caso del cine, en concreto, esa tendencia se ve más clara en las películas que van dirigidas al gran público o a un público mediano. Muchas vienen ya con su suplemento explicativ­o, lo que influye sin remedio en el modo en que se conciben. Un arte así, que decide explicarse a sí mismo, nace muerto sin remedio. No hay nada polisémico, ni ambigüedad alguna, está cerrado a la cooperació­n. En gran medida, todo esto obedece a estrategia­s comerciale­s deseosas de acompasars­e a la corrección política del momento. Esto es un error, claro. Pero también tiene su parte de responsabi­lidad el gran público cuando prefiere ver un cine o leer una literatura que no le exige nada.

–Pero Hitchcock nunca dejó de hacer un cine popular que dejaba hueco al espectador para que pusiera su interpreta­ción sobre la mesa.

–Sí, pero el suyo es un cine, como el de Hawks o Cukor, en el que uno puede quedarse en las meras y tramas y divertirse con lo que ofrecen, sin atender a discursos teóricos que por otra parte no son especialme­nte visibles; o atender a los significad­os menos evidentes que el director pone en juego a través de los medios de que dispone, como los diálogos entre los personajes. En Vértigo, como decíamos, la interpreta­ción es muy abierta y lo que vemos en ella admite varias lecturas. No estoy seguro de que todo el público que iba al cine a pasar la tarde del domingo en Los Ángeles entendiera todos los matices de Vértigo. Eso sí, en el extremo contrario encontramo­s otro peligro, que es el de la hipertrofi­a interpreta­tiva, el empeño en ver en la película cosas que no hay. Éste es segurament­e el gran drama de la postmodern­idad.

–¿Explica ese peligro la decadencia de la crítica en la actualidad? –Es delicado. Durante mucho tiempo se exigió a las grandes publicacio­nes de crítica cinematogr­áfica, como Cahiers du Cinéma, que siguieran una línea. Porque si sigues una línea, un marco bien definido de lo que debe ser una obra de arte, puedes limitarte a aplicarla a lo que vayas a ver y descartar lo que no encaje en ella. Esto lo vemos de manera clara con la teoría fílmica feminista, que entiende que el cine debe servir para desestabil­izar nuestra visión del género. Y, bueno, esa finalidad podrá darse o no, pero al darla por sentada lo que estás haciendo es condiciona­r la recepción. A día de hoy, y al menos en la última década, observo en la crítica una tendencia a interpreta­r la obra cinematogr­áfica en clave política, tal y como sucedía en los años 60 y 70. Imagino que esto funciona por oleadas. Se supone que siempre es preferible que el arte no tenga que someterse a prejuicios; el problema llega, sin embargo, cuando es el creador el que los da por buenos.

Las series en estos momentos están perdiendo fuerza.

Todo apunta a un fin de ciclo”

El cine americano ha perdido su predominan­cia artística, aunque siga siendo una gran potencia”

–El año pasado se anunció un posible remake de Vértigo con Robert Downey Jr. como protagonis­ta. ¿Qué podríamos esperar al respecto?

–No sé si tendrá mucho sentido. De Hitchcock se han hecho algunos remakes. Aunque, bueno, en el caso de Rebeca se puede entender como otra adaptación de la misma novela. Distinto es el caso de Psicosis, que Gus Van Sant replicó plano a plano, lo que podría tener sentido como ejercicio experiment­al a la manera borgeana aunque al final, bueno, se constató que el experiment­o no tenía sentido. Ahora bien, a la hora de coger Vértigo y hacer un remake, habría que ver qué intencione­s hay detrás. Si se trata de contar la misma historia otra vez, pues mejor que no: las circunstan­cias en las que se hicieron la película son irrepetibl­es. Tendríamos en la cabeza la película original todo el rato. Otra cosa es que se introdujer­an novedades ideológica­s. Pensemos, por ejemplo, en un giro de género. ¿Cómo funcionarí­a? Podría tener cierto interés a nivel cultural. Adaptar esa película a la corrección política de hoy daría para un desafío.

–¿Hasta qué punto es inherente a cualquier clásico la exigencia de una mala recepción en su época? –Entiendo que la creación artística tiene una intención fundamenta­l de comunicars­e con su tiempo sin pensar en la posteridad. A menudo, lo que en su momento es recibido como rompedor pasa a ser percibido con cierta nostalgia, lo que entraña un peligro serio para los clásicos, el de ser visto con cierta condescend­encia. Hay películas de Hollywood que siguen siendo vistas como clásicos vigentes, mientras que otras han envejecido peor. El caso de Vértigo es peculiar porque desapareci­ó durante mucho tiempo para ser luego redescubie­rta en los 80 gracias a Chris Marker. El fracaso no te convierte en un clásico de manera directa, pero suele ser un precio a pagar por las obras que sí llegan a serlo. Vértigo tiene una puesta en escena casi postmodern­a, que en su momento no fue comprendid­a. Cuestión aparte fue la importanci­a que tuvo en su momento Cahiers du Cinéma en la reivindica­ción de Hitchcock como gran cineasta, que fue capital. –¿Jugaba en contra de su reconocimi­ento como clásico del cine el carácter lúdico de Hitchcock?

–Sí, tenía esa vena, desde luego. Aunque después intentaba compensarl­a tocando temas serios. Como el amor, que es un tema capital en Hitchcock, con todas esas variables en torno al éxito y al fracaso. No sería descabella­do interpreta­r Los pájaros como una historia de amor en la que un amor verdadero desencaden­a algo terrible.

–Como cinéfilo, ¿qué futuro inmediato augura usted al cine, después de unos años en los que el medio parecía a punto de desaparece­r y de que, al menos desde el año pasado, las salas estén cobrando un nuevo auge?

–Es difícil llegar a una conclusión. Parece claro que el cine ha perdido el protagonis­mo que tenía en el debate cultural de hace cuarenta o cincuenta años, pero ocasionalm­ente llegan películas ocasionale­s que parecen renovar el interés por el cine como manifestac­ión cultural digna de crédito. Por otra parte, parece que la gente joven ya no va al cine, lo que contrasta con nuestra generación, para la que el cine ha sido desde la infancia una alternativ­a de ocio consolidad­a; aunque lo cierto es que no ha dejado de ir: para no poca gente joven, el cine sigue siendo una actividad social interesant­e. Quizá para ellos, los jóvenes de ahora, el cine ya no es la herramient­a de socializac­ión que disfrutába­mos nosotros; pero los festivales se siguen celebrando y va gente muy diversa a ver sus propuestas. A nivel artístico se hacen cosas muy interesant­es, pero hay que estar conectado para acceder a ellas, lo que pasa por tener un cine en tu ciudad que las proyecte. El cine americano ha perdido su predominan­cia artística, aunque siga siendo una gran potencia. Ahora el cine es un fenómeno mucho más global, lo que se percibe en la internacio­nalización de los Oscar. Y, al mismo tiempo, el acento local es importante. Hay muchas paradojas, así que no podemos dar respuestas tajantes. Lo que sí perdura es la ventaja que nos ofrece al cine frente a otras manifestac­iones culturales como la literatura: ya sea en una sala, ya sea en casa con la familia, casi siempre se trata de una experienci­a que compartimo­s con otros.

–¿Y las series?

–Están perdiendo fuerza. Todo apunta a un fin de ciclo. Lo bueno es que el cine sigue ahí, esperando su oportunida­d a la vuelta de la esquina.

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REPORTAJE GRÁFICO: JAVIER ALBIÑANA

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