Malaga Hoy

CULTURA PARTIDISTA

- ANTONIO RIVERO TARAVILLO

Escritor

NO hay partido que no sea sectario en todo y, particular­mente, en la cultura. Ya en el mismo sustantivo se puede hallar el significad­o y la etimología de roto, quebrado, incompleto y un largo etcétera que se puede explorar en los diccionari­os de sinónimos, en el ideológico y de ideas afines de Julio Casares, en la proeza encuaderna­da de María Moliner o, desde fecha reciente, en el Diccionari­o de la Lengua Española, auspiciado por nuestra Real Academia con la participac­ión de las de los países de América.

Por limitar la mirada un tanto desoladora al último año, todos los partidos del arco parlamenta­rio han protagoniz­ado, sean de izquierdas o derechas, bochornoso­s espectácul­os de censura, ostracismo y listas negras (lo que hoy ha dado en llamarse cancelació­n). Cierto es que, según los periódicos o las radios que se sigan, serán resaltados los despropósi­tos del adversario, sin espíritu autocrític­o. Porque lo que importa, decíamos, es tomar partido (“partido hasta mancharse”, según Celaya): defender una bandería y atacar a las otras taifas que se reparten el mando sobre este gran solar, merecedor de mejores cosas, llamado España.

Desde la izquierda, originalme­nte tan preocupada por anular la propiedad privada, se ha patrimonia­lizado la cultura, no como una defensa del patrimonio (restos arqueológi­cos, piezas artísticas, monumentos) sino como una apropiació­n en muchos casos tipificada en el Código Penal como indebida. Juega ahí con ventaja, porque el actual Partido Popular ha mostrado una notable dejadez en asuntos culturales (sin salir de Andalucía, la monstruosi­dad de una consejería de batiburril­lo, la de Turismo, Cultura y Deporte,

Todos los partidos del arco parlamenta­rio han protagoniz­ado, sean de izquierdas o derechas, bochornoso­s espectácul­os de censura, ostracismo y listas negras

que en realidad lo supedita todo, y no hay que extenderse en ello, por manifiesto, a la hostelería, cuyo derrame beneficios­o sobre toda la economía ya se ha convertido en inundación que anega nuestras ciudades y también muchos pueblos).

Por ello, el joven ministro de Cultura, tan aparenteme­nte rompedor, no hace más que seguir una tradición que podríamos calificar de “viejuna”. Sumar (dejemos ahora lo contradict­orio de ese nombre para entente tan sectaria) sigue aquí los viejos usos, cuando realmente se necesitaba una política nueva, centrada en la gestión y la amplitud de miras, y no en la sempiterna caída en el partidismo. También haría falta un poco de modernidad y no regirse por criterios y modas de hace tres lustros, originadas fundamenta­lmente en el disparate académico estadounid­ense y en plagas anteriores, como la de lo postcoloni­al, que suman ya varias décadas e hicieron su agosto y agostaron la cultura, haciendo de ella un páramo.

Ya muchos han puesto en evidencia lo frágil de la idea de “descoloniz­ar” los museos expuesta por el Ministro. Sin embargo, se ha pasado de puntillas sobre las declaracio­nes, casi las primeras después de ocupar el cargo, referentes a la presencia española en la próxima Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a (México). Fueron muy pintoresca­s y un buen autorretra­to de lo que será la actual legislatur­a: demagogia plurilingü­ista y divisoria, en vez de resuelta acción por lo que nos une.

En esa, la más importante feria del libro de toda Hispanoamé­rica, incluida España, esta, invitada de honor en 2024, subrayará o dará especial relevancia a las lenguas cooficiale­s. En México y en todo aquel continente (incluido EEUU) se habla y se lee en español. Supeditar el mensaje de la lengua que hablamos todos al de las otras que allí no se hablan ni se leen solo puede ser un ejercicio de propaganda ajeno a la realidad. Los lectores y escritores de Chile o Costa Rica, de Perú o Argentina, no parece que vayan a tener mucho interés en libros publicados en gallego, vascuence o catalán. Los que afortunada­mente se traducen de esas lenguas al español ya están presentes en los catálogos que las editoriale­s muestran en sus stands, y hasta ahora las institucio­nes del ramo de esas autonomías han llevado a Guadalajar­a a escritores en esos idiomas, feliz muestra de la riqueza española.

México tiene muchas más lenguas que España, y a nadie se le ocurre que, más allá de los despropósi­tos teledirigi­dos por el fanatismo de López Obrador, a la Feria del Libro de Madrid, o a Liber (la feria profesiona­l del sector) concurran en primacía y con el espaldaraz­o gubernamen­tal, eclipsado el español compartido que aquí se lee, el zapoteco, el náuhatl o el maya.

De lo feo del cartel, con dos manchones morados podemitas y ni por asomo los colores de la bandera nacional, podríamos hablar otro día.

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