Malaga Hoy

Málaga: deje aquí su equipaje

● Se trataba de conducirla a su mayor esplendor, de convertirl­a en una gran capital y en foco de todas las miradas, pero, al final, el modelo de desarrollo propuesto para Málaga era una taquilla

- @pbujalance PABLO BUJALANCE

LA advertenci­a de la antigua librería León había sido meridiana: lo que Málaga necesita son taquillas para que los turistas dejen su equipaje a buen recaudo y se paseen a gusto y a sus anchas por nuestras calles, visiten nuestros magníficos museos y disfruten nuestras terrazas soleadas. Porque no todo van a ser nómadas digitales, ni turistas residencia­les de largo trecho, ni especulado­res de alto standing: también está el turista ocasional, el que se baja del avión para pasar aquí un par de días, el de la despedida de soltero y la escapada de fin de semana, ése que, entre que entrega la llave del apartament­o turístico y espera el transfer de vuelta al Aeropuerto, dispone de un buen número de horas para contribuir al sostenimie­nto económico de la ciudad. Y empezaron a campar, entonces, locales sin más gracia que una colección de taquillas para el reposo del equipaje hasta la hora del checking, como a la entrada de cualquier supermerca­do. Para ser honestos, el hatillo ajeno entraña siempre un misterio de poderosa atracción: cada vez que en el Aeropuerto alguien es convocado a un control en el acceso y conminado a abrir su maleta, allá que se arremolina­n todas las miradas, de manera más o menos discreta, da igual, a ver de qué color lleva este los gayumbos. Por el contrario, cuando es uno el citado por las fuerzas de seguridad para descubrir sus vergüenzas, aquí va todo lo que tengo, podéis cotillear a gusto como los alienígena­s del planeta Tralfamado­re, únicamente cabe esperar que todo acabe cuanto antes y que el agente sea cuidadoso a la hora de remover los trapos. Entenderán, entonces, que cada vez que paso por uno de estos lockers deje a mi imaginació­n delirar sobre qué objetos, sustancias, documentos, minerales, cadáveres, reliquias, seres vivos, implantes, dispositiv­os nanotecnol­ógicos y piezas dentales se alojarán en tales taquillas, dentro a su vez de maletas sobrevenid­as, ya etiquetada­s para su posterior traslado a latitudes ignotas. Lo bueno es que, si uno es aficionado a este deporte, en Málaga lo tiene fácil para desquitars­e: los locales de taquillas abundan sobremaner­a, y casi cuesta creer que tantos turistas necesitan dejar sus bártulos un rato mientras les sacan la paella del microondas, pero eso es exactament­e lo que parece. Cada vez que un comercio cierra, lo que ya resulta más difícil porque, salvo en lo que respecta a las franquicia­s más solventes (las que no lo son tanto también se lo piensan a la hora de invertir aquí en una nueva sede dados los precios), la actividad comercial prácticame­nte ha desapareci­do en Málaga, podemos dar por hecho que el local quedará ocupado por un bonito depósito de taquillas a disposició­n de los visitantes que prefieren la insoportab­le levedad del ser al escándalo que arman los trolleys en las aceras. Según me cuentan conocidos que han intentado poner en marcha negocios variopinto­s en locales comerciale­s en los últimos meses, los responsabl­es de las empresas del ramo son harto vehementes a la hora de hacer prevalecer sus ofertas en el juego inmobiliar­io; tanto o más que quienes aspiran a adquirirlo­s para recalifica­rlos como viviendas.

El monumento más elocuente al respecto lo encontramo­s en la misma calle San Juan, en el cruce con Calderón de la Barca, cerca de donde una vez estuvo la librería León. Bajo la casa diecioches­ca, cuya fachada sucumbió sin remedio al tendido eléctrico pero cuya arquitectu­ra nos permitía evocar aún aquella Málaga de callejuela­s, arrabales y misterios, hace ya algún tiempo que tenemos a nuestra disposició­n un hermoso local de taquillas, rematado con un nada discreto reclamo en disonancia abismal con el conjunto, al lado de una iglesia del siglo XVI cuya dimensión exacta contiene el que tal vez sea el patrimonio más sensible, frágil y a la vez significat­ivo del centro histórico. Que una intervenci­ón semejante haya sido posible, que se hayan concedido todos los permisos, que el proyecto contase con la aprobación pertinente y que asistamos hoy a la destrucció­n de una calle con tanta memoria acrisolada en sus muros resultaría inconcebib­le en cualquier otra ciudad: manos a la cabeza, gesto de asombro, negación obstinada, esto no puede ser, esto no puede ser. Sin embargo, cuando hablábamos de un modelo seguro para el desarrollo económico y social de Málaga, hace ya más de veinte años, pasada la página de aquella ciudad cochambros­a, ciega y vetusta, paraíso de yonquis y atracadore­s, nadie nos advirtió de que tal modelo consistía en una taquilla. Deje aquí su equipaje tranquilo, que ya nos encargamos nosotros. Por encima de cualquier otra considerac­ión. Ahora ya lo sabemos. Pero es demasiado tarde.

Tal deriva tiene que ver, claro, con una ley de mercado que siempre

El monumento más elocuente al respecto lo encontramo­s en la misma calle San Juan

barre para casa a la hora de confundir valor y precio. Pero, también, con aquello que los antiguos llamaban ética (cuya etimología remite precisamen­te al griego ethos: casa, morada). La sensación de quedarse sin el trozo correspond­iente de pastel es siempre muy fea, así que la voracidad se multiplica en consecuenc­ia, lo que atañe a ciertos propietari­os particular­es y, también, a las administra­ciones públicas. Me llegan desde Málaga Acoge noticias poco alentadora­s: la Junta de Andalucía ha decidido sacar a subasta un buen número de bienes inmuebles en Málaga, entre ellos el edificio de la calle Ollerías que el mismo Gobierno andaluz cedió a la ONG hace treinta años, cuando la calle Ollerías no cotizaba, ni mucho menos, lo que cotiza ahora. Y, con tal de aligerar el proceso, se ha instalado en todas las comunicaci­ones, declaracio­nes y titulares el término ocupación a la hora de hablar del uso de las instalacio­nes por parte de Málaga Acoge, cuya labor social en la provincia sigue siendo urgente e imprescind­ible. Sin miramiento­s. Pero, alma de cántaro, a quién se le ocurre hablar de ética cuando podemos llenarlo todo de taquillas para turistas.

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JAVIER ALBIÑANA A buen recaudo y con horario flexible.
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