Malaga Hoy

ALGO MUY PELIGROSO

- JUAN CARLOS CILVETI PUCHE maritimas@malagahoy.es

HACE algo más de un año, en concreto en noviembre de 2022, fui testigo de un curioso acto escenifica­do en el muelle número uno. Al caer la tarde, los jóvenes tripulante­s del velero de bandera sueca Elida V allí atracado ofrecieron un pequeño concierto de música góspel que congregó a un nutrido grupo de espectador­es. Mientras disfrutaba de aquel repertorio, observé cómo uno de los asistentes que no quería permanecer en pie frente al barco como la mayoría de los presentes, decidió sentarse a horcajadas sobre uno de los noráis próximos al velero; un noray que estaba ocupado con dos estachas de este buque.

Haciendo una acotación para los que no conozcan la terminolog­ía marítima, les diré que una estacha es una cuerda o cabo que se usa para amarrar los barcos a un muelle; un elemento que de una forma permanente está trabajando para mantener al buque fijado en su posición. Dicho esto, le reseñaré otra visión similar observada hace tan solo unos meses. En aquella ocasión, también en el muelle uno, una pareja se alternaba el asiento en un noray ocupado por una estacha para conseguir unas fotos de recuerdo; unas instantáne­as que con toda seguridad quedarían muy al gusto de los protagonis­tas. Rematando esta lista de observacio­nes, hace unos días me encontré con una señora acomodada sobre el noray número 26 del muelle número dos. Sentada sobre él, esta mujer tenía una de sus piernas dentro de las gazas de las dos estachas que fijaba la popa del buque escuela peruano Unión; un lugar y una posición nada adecuados para una foto o una conversaci­ón de móvil.

Teniendo en cuenta estas actitudes que les he reseñado a las que podría añadir otras muchas más, quizás, no estaría mal decir que la acción de sentarse sobre un noray que tiene una o varias estachas trabajando sobre él es una verdadera temeridad; una imprudenci­a que podría convertirs­e en un grave accidente si por algún motivo uno de estos gruesos cabos de amarre se rompiera.

Y aunque los que vigilan los muelles suelen estar bastante atentos a estas acciones, la falta de sensatez y el desconocim­iento de algunos rebasa los límites del sentido común; una temeridad que en el cantil de un muelle es algo muy peligroso.

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J. C. CILVETI Una turista sentada sobre un noray ocupado por dos estachas en el muelle dos.
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